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Grupos de acción y pensamiento
Se centran en el análisis de las causas que llevan a la desvertebración social.
El proceso de deterioro al que el Gobierno de Zapatero está conduciendo a España parece imparable y progresivo. La oposición continúa fuera de juego, los medios de opinión pública no entran a los problemas y los ciudadanos intentan disfrutar del bienestar que todavía les queda. Se impone pensar en un dinamismo de regeneración cuyo nivel de radicalidad no sea inferior al de la debilidad social que esta decadencia revela.
En sus imbricaciones mutuas, los tres elementos de la tecnoestructura —Estado, mercado y medios de comunicación— carecen de frescura de pensamiento y de capacidad de acción. Es preciso recurrir al mundo vital, es decir, a las fuentes de sentido que aún no estén completamente colonizadas por un sistema en trance de anquilosamiento. Se trata de la estrategia de los pequeños grupos, que algunos consideran equivocadamente un planteamiento romántico, y que la historia demuestra que poseen una extraordinaria capacidad transformadora. Baste pensar en los autores intelectuales y políticos de la revolución francesa (les philosophes), los consejos de base que impulsaron la revolución americana y los soviets que están en el origen del comunismo ruso. En nuestro caso no se trata de una revolución, sino de una vitalización profundamente renovadora. El procedimiento es el de una conspiración leal a la república (no antimonárquica, obviamente, sino republicana en sentido serio, ése que Zapatero ignoraba, incluso cuando el halagador Petitt bendecía sus tropelías).
Los grupos de acción y pensamiento se mueven en un plano prepolítico. Se centran en el diagnóstico de la situación, en el análisis de las causas que han llevado a la desvertebración social, y en los procedimientos que es preciso poner en marcha para generar una nueva ciudadanía capaz tanto de resistencia como de innovación. Por su propia naturaleza no requieren ninguna formalización estereotipada. Han de surgir en las comunidades locales, en los ambientes profesionales, en los medios intelectuales y universitarios. Aunque siempre habrá alguno o algunos que den el primer paso y convoquen a mujeres y hombres de su entorno, se trata de movimientos emergentes que tengan la espontaneidad de lo inmediato y rechacen cualquier tipo de patronazgo, por no hablar de manipulación.
El campo de acción de estos grupos no es directamente político ni económico: es genuinamente cultural, entendiendo por cultura el conjunto de los modos de vida bien pensados y pacíficamente compartidos. Si su foco de atención es lo común, no son en modo alguno incompatibles con el hecho de que en su seno haya divergencias ideológicas o religiosas, que no resultan trivializadas sino que pertenecen a otros ámbitos distintos de las preocupaciones cívicas. Constituyen así un fermento de tolerancia imprescindible en una España acechada por modos sectarios de pensar.
Padecemos un déficit de pensamiento social, lo cual hace de nuestra ciudadanía una presa fácil para los virus del conformismo y la docilidad. No hay desarrollo del pensamiento si no encuentra su vehículo en el lenguaje, que es inseparablemente instrumento de comunicación. De ahí que los grupos ciudadanos tengan como método fundamental el diálogo: partiendo de sus miembros activos, la prolongada conversación en torno a finalidades comunes -más allá de los intereses individuales- es el procedimiento fundamental para que vayan cuajando oportunidades de acción solidaria, en las que colectivos más amplios puedan sentirse libremente implicados.
Es inquietante el actual recurso abusivo a algo tan ambiguo como es el liderazgo. En todo caso, un líder es alguien capaz de galvanizar libertades en torno a proyectos. Pero la pretensión de dirigir a quienes de algún modo ha concitado hace odiosa la figura del presunto líder y arruina el propósito compartido. Las comunidades espontáneas precisan, si acaso, de un moderador, pero nunca de un jefe. La politización de los grupos emergentes no sólo resulta prematura: es contraproducente de punta a cabo.
¿Por qué expongo estas ideas? No pretendo conseguir ningún propósito determinado. Ofrezco un mensaje de evidencias, por si a alguno pudieran interesarle.
Del director
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