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El «mea culpa» de la Iglesia

«A las puertas del Gran Jubileo del año 2000 la Iglesia católica pide perdón por las culpas históricas de sus hijos». Estas fueron las palabras con las que acogió Juan Pablo II esta mañana a unos 8 mil peregrinos de los cinco continentes congregados en la sala Pablo VI del Vaticano con motivo de la tradicional audiencia general de los miércoles.

«Con actitud penitencial y en el umbral del tercer milenio --afirmó el Santo Padre-- la Iglesia está dispuesta a reconocer los errores del pasado, cuando son confirmados por una investigación seria, y a pedir perdón por las culpas históricos de sus hijos».

Hechos, no invenciones históricas

La celebración de los 2000 años del nacimiento de Cristo, continuó explicando el pontífice, ofrece a la Iglesia la «grandiosa ocasión» de «comenzar una nueva página de la historia, en la superación de los obstáculos que siguen separando entre sí a los seres humanos y a los cristianos en particular».

«El reconocimiento de pecados históricos --aclaró el Papa-- implica una toma de posición en relación con los acontecimientos tal y como han sucedido, a la luz de reconstrucciones históricas serenas y completas. Por otra parte, el juicio sobre los acontecimientos históricos no puede prescindir de una consideración realista de los condicionamientos constituidos por los diferentes contextos culturales, antes de atribuir a los individuos responsabilidades específicas morales».

La Iglesia no tiene miedo de la verdad

Juan Pablo II continuó su intervención reconociendo que «la Iglesia no tiene miedo de la verdad que emerge de la historia y está dispuesta a reconocer los errores allí donde han sido comprobados, sobre todo cuando se trata del respeto debido a las personas y a las comunidades». Asimismo señaló que la Iglesia «siente propensión a desconfiar de las sentencias generalizadas de absolución o condena con respecto a las diferentes épocas históricas». De hecho, prefiere confiar «la investigación sobre el pasado a la paciente y honesta reconstrucción científica, libre de prejuicios de tipo confesional o ideológico, ya sea en lo que se refiere a las acusaciones que se le hacen, ya sea cuando se trata de los perjuicios que ha sufrido».

Contra la falsa humildad

«Cuando se comprueban las culpas de sus propios miembros a través de una seria investigación histórica, la Iglesia siente el deber de reconocerlas y de pedir perdón a Dios y a los hermanos --dijo el Papa--. Esta petición de perdón no debe ser entendida como una ostentación de falsa humildad, ni como una manera de renegar de su historia de dos mil años, rica de méritos en los campos de la caridad, de la cultura y de la santidad. Responde, sin embargo, a una exigencia irrenunciable de verdad, que junto a los aspectos positivos, reconoce los límites y las debilidades humanas de las diferentes generaciones de los discípulos de Cristo».

El escándalo más grande del cristianismo

El Papa explicó a continuación que «la cercanía del Jubileo llama la atención sobre algunos tipos de pecados presentes y pasados por los que es necesario invocar de manera particular la misericordia del Padre. Me refiero, ante todo, a la dolorosa realidad de la división entre los cristianos. Las heridas del pasado, que ciertamente tuvieron lugar por culpa de las dos partes, siguen siendo un escándalo para el mundo».

Violencia e intolerancia

Otro de los motivos por los que la Iglesia tiene que pedir perdón, según el sucesor de Pedro, guarda relación con la «aquiescencia con los métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad. Si bien muchos lo hicieron con buena fe, no fue ciertamente un acto evangélico el pensar que la verdad debería imponerse con la fuerza».

A continuación, mencionó la falta de discernimiento de muchos cristianos con respecto a «situaciones de violación de los derechos humanos fundamentales». En este sentido, aseguró que «la petición de perdón es válida por todo lo que se omitió o calló por debilidad o evaluación errada, y por todo lo que se hizo o dijo de manera imprecisa o poco idónea».

Juan Pablo II concluyó precisando que «la actitud penitencial de la Iglesia en nuestro tiempo, en el umbral del tercer milenio, no quiere convertirse, por tanto, en una especie de relativismo historigráfico de conveniencia, que por otra parte acabaría siendo sospechoso e inútil». Al analizar el pasado, y reconocer las culpas, la Iglesia busca sacar «una lección para un futuro en el que pueda dar un testimonio más puro».

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