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El velo de la ignorancia

La cuestión del velo de Fátima es a la integración cultural lo que la defensa del etnicismo es para la convivencia, y lo que la prevalencia del «hecho diferencial» es para el Estado democrático. La defensa del velo de Fátima es el anuncio de la guerra religiosa y cultural de mañana, cuando la inmigración haya alcanzado los niveles previsibles. Esta política antiigualitaria vendrá a tener en la escuela y en la calle los mismos, desastrosos, resultados que ha tenido en el Estado la tolerancia para con los particularismos etnicistas. Y no hay que tener demasiada imaginación para prever lo que puede ser el «Estado español» del futuro: a los diecisiete reinos de taifas habrá que añadir las diferenciaciones religiosas, étnicas y culturales de la inmigración. Para entonces será ya tarde.

¿Por qué actúa así la izquierda? Sin duda, para compensar la pérdida de su papel histórico. Piensa que, al defender el derecho a las diferencias religiosas en ámbitos reservados para lo laico y al defender a los nacionalismos frente al Estado, está socavando el orden tradicional y desestabilizando a la derecha. No es, sin embargo, tan perversa como para llevar conscientemente a la sociedad a la conflictividad y a la destrucción de la racionalidad democrática, pero, además de inconsciencia y de oportunismo, hay una inmensa ignorancia. Por ejemplo, en los medios de izquierda se ha llegado a confundir el multiculturalismo con la integración. Intuí hasta dónde llegaba esta confusión en un seminario en el que intervine hace unos meses. Al margen del despiste de una parte del público pude comprobar que una personalidad tan relevante como Mayor Zaragoza, antiguo director de la Unesco, hacía un paquete seductor con estos factores unidos. Luego he sabido de sus simpatías al nacionalismo vasco. Coherente.

Se repite con el velo y el chador una experiencia similar a la que hemos tenido con los nacionalismos. A pesar de las advertencias de los grandes maestros del pensamiento democrático, la izquierda española ha defendido a éstos con un «espíritu de liberalidad» sin darse cuenta de que con ello estaba alimentando monstruos, refractarios a cualquier tipo de integración del «otro», y esto hasta el exterminio cultural o físico. ¿Acaso el nacionalismo vasco, especialmente, no fue una reacción contra los inmigrantes, y el euskera no fue inventado como muro defensivo primero y arma de discriminación después? Los nacionalismos de hoy no son sino la herencia de un rearme centenario cargado de odio. Defenderlos no es dar pruebas de liberalismo sino de ignorancia suicida.

El sedicente pensamiento crítico no quiere ver que los taifas autonómicos no son sólo el fin del Estado sino también el comienzo de la insolidaridad cultural, la despedida en definitiva a una cultura laica y comprensiva. Por supuesto, por lo que se refiere a las personas, significa la persecución de todos aquellos que se resisten a obedecer los dictados de la cultura etnológica, folclórica, a los que nos venimos entregando con pasión a lo largo de estas dos últimas décadas, no sólo en las llamadas comunidades históricas sino en todas. En estos años el proceso autonómico ha conseguido favorecer todo el multiculturalismo que era posible extraer de un legado como el español, efectivamente riquísimo. Se ha conseguido sacar de él todas las armas posibles para la diferenciación y para el enfrentamiento.

La defensa del velo de Fátima es el remate coherente de tanta irresponsabilidad y de tanta ignorancia.

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