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Isabel la Católica, reina vencedora, mujer derrotada (I)
Como es bien sabido, la Iglesia católica instruyó un proceso para la beatificación y canonización de Isabel I (...). Un proceso de canonización consta de varias fases y se busca un fin: que no haya errores en la elección del individuo que ha de servir de modelo para los demás católicos.
(...) Curiosamente se pretendía canonizar a una sierva de Dios que ni había tenido experiencias místicas, ni había obrado milagros. La carencia la supliría por un sin fin de virtudes morales (que se ven más adelante. O por una profunda e indubitativa fe ya puesta de manifiesto por sus más cercanos colaboradores (Marineo Sículo la representa orando y gobernando sin cesar; el viajero alemán Münzer en su Itinerarium Hispanicum de 1494-1495 es quien nos informa de que ella hablaba de Guadalupe como de «su paraíso»).
Tres han sido las causas de carácter histórico esgrimidas para explicar el porqué del retraso de la puesta en marcha del proceso de beatificación de Isabel, teniendo en cuenta que siempre ha sido tenida por santa... o casi. En primer lugar, se ha pensado que el paso de una dinastía a otra pudo haber generado una especie de desinterés en la excesiva exaltación de los predecesores, no fuera a hacerles sombra, «la vinculación entre unos reyes nuevos y reyes antiguos era muy distendida». En segundo lugar, nunca se pudo realizar el ingente esfuerzo de acopiar toda la documentación generada por la sierva de Dios y, en tercer lugar, problemas de relación con la Santa Sede.
Es natural que un proceso se incoe al poco de morir el señalado. En este caso no se hizo, argüían los peritos históricos, porque la Reina había tocado resortes de política interior y exterior y su actuación requería el sedimento «de dos generaciones, por lo menos». En cualquier caso, hasta el siglo XIX no se empezará a movilizar una parte del mundo católico en pro de la canonización de la Reina.
En 1957, el arzobispo de Valladolid García Goldáraz hizo las primeras pesquisas por ver si tendrá sentido poner en marcha la causa(...), a lo que se le contestó positivamente desde Roma.
(...) Durante doce años (se empezó en 1958) se estuvo trabajando buscando informaciones de lo más variado sobre la candidata y el saldo final fue de veintisiete volúmenes de documentos y una larga lista de publicaciones y de científicos consolidados a raíz de este proyecto. (...) En los archivos de Simancas, Corona de Aragón, Histórico Nacional, General de las Indias, Palacio Real, El Escorial, Secreto Vaticano, algunos municipales y otros particulares nobiliarios se examinaron todos los decretos de gobierno y de justicia firmados por Isabel o por los diarcas. Asimismo se vaciaron los fondos de las secciones relativas a las relaciones diplomáticas y en especial a las relaciones con el Papado. No dejaron de lado el análisis de la documentación de la casa real o de la «economía doméstica» de Isabel: contadurías, casas reales, sitios reales y libros de limosna regios. Se analizaron bulas y dispensas, reacciones políticas a tal o cual acontecimiento y cuanta documentación se pueda imaginar. (...) Con fecha de 3 de julio de 1970 la Congregatio pro causis sanctorum autorizó a que empezasen los trabajos preparatorios. El 26 de noviembre de 1971 se constituyó el Tribunal de Valladolid y se inició el proceso que se clausuró el 15 de noviembre de 1972 haciéndose entrega en el palacio episcopal de la capital castellana del Instrumento de clausura del «Proceso Ordinario» en estuche de cuero, sellado y lacrado, así como otros once paquetes con la ingente masa documental a don Vicente Rodríguez Valencia para que lo llevara a Roma y lo presentara todo ante la Congregatio pro causis sanctorum.
(...) El 18 de noviembre de 1972 se presentó la documentación en Roma y dos días más tarde tuvo lugar la apertura canónica del proceso, aprobándose
¿Cuáles son los criterios seguidos para que toda esta ingente, sobrehumana tarea tenga los resultados necesitados? Veamos los «Rasgos biográficos de la Sierva de Dios» que se describían en esta Positio. En las páginas dedicadas a sus primeros años, se deja claro que tiene una dirección espiritual encomendada primero a fray Llorente del Convento, franciscano, y a fray Martín de Córdoba. Igualmente, que rehúsa vivir en la corte segoviana «porque le resultaba peligrosa para su alma». Isabel, igualmente aceptó no derrocar a su hermano tras la muerte de Alfonso «porque Enrique IV es el Rey legítimo», por lo que se acordó el Pacto de Guisando en el que Enrique IV reconoció no tener sucesión legítima porque Juana era hija de la Reina, «no suya», o porque el matrimonio con doña Juana de Portugal era nulo por falta de dispensa pontificia. Por su parte, Isabel en 1469, «previa dispensa pontificia», contrae matrimonio con Fernando «echando las bases de la unidad de España» (como se vería tras su muerte y el caos en que acabó su reinado). Y siguen las afirmaciones: «El matrimonio fue muy afortunado en sus empresas». De él nacieron cuatro hijas y un hijo». El análisis textual me hace dudar sobre qué quiere decir la primera de las frases, en especial qué son las empresas de un matrimonio y cuáles fueron las de éste en concreto, si sólo tener cinco hijos, o los enfermizos celos que se acallan de momento.
Entre las virtudes de la Reina estarían las de haberse asesorado de Talavera y Cisneros.
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