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La profundidad del dolor

Voy a escribir por segunda vez sobre «LaPasión de Cristo», la película de Mel Gibson que relata las últimashoras de la vida de Jesús. Sólo es una película, pero trata de untema tan esencial y está contado con tal acierto que lasreflexiones y los comentarios se agolpan y no puede unoacallarlos.

El dolor es la reacción más inmediata delhombre ante el mal. Sobre todo, se piensa en el dolor físico, aquelque surge como consecuencia de un daño al cuerpo, sea intencionadoo accidental. Luego está el dolor moral, aquel que no se localizaen una región física del hombre, sino en la zona donde habita sualma, su espíritu, su conciencia. Ambos dolores son distintos, sepadecen por causas diferentes, aunque esto muchas veces no sepercibe y parezcan confundidos.

Se ha hablado mucho de la violencia de lapelícula de Gibson, de toda la saña retratada en el martiriointerminable de Cristo. Lamento estas opiniones, porque creo quequienes las profieren no han sabido quedarse más que en el dolor delas llagas y las contusiones. Y, siendo esto muy evidente, resultano ser más que parte de la cuestión, y quizá la menosimportante.

La sangre no puede obviar el dolor causadopor la humillación un hombre casi desnudo, mancillado por el odioajeno, es erguido en una cruz para burla de todos, la decepciónpropinada por la traición de Judas y la debilidad de Pedro, lapérdida la separación bestial de aquellos a los que quiere,especialmente de su madre, para quienes ha forjado el auténticoconcepto de amor, y la vergüenza la insoportable escena en que elpueblo prefiere masacrar la verdad y poner en su lugar a unasesino. Este dolor no es aplicado por la tortura, o al menos noes el que se inflige directamente; pero es definitivamente másintolerable que el meramente físico, porque el hombre arrastra elcuerpo cuando éste no puede más con la fuerza de su alma; y la deCristo, tras semejantes padecimientos, no se ha salvado del flagelodel odio.

Pero el dolor del que habla esta películaes aún más profundo que todo esto, de una profundidadinsondable.

No hay que olvidar que es Dios el que estorturado y acaba sacrificado. Dios y hombre al mismo tiempo, enuna realidad indiscernible.

Cierto es que Dios no puede sufrir, pero¿cuánto más va a sufrir el hombre por el hecho de saberse Dios?

En este punto es donde la película nopuede ni ésta ni ninguna alcanzar a representar lo sucedido.

El dolor de Cristo no es, como ya hedicho, un puro dolor carnal; pero ni siquiera es un dolor quealcanza el último rincón del alma: es un dolor que llega hasta lascosturas que unen al hombre con Dios, es decir, abarca la vida todasalida de sus manos. Dios no puede morir con el hombre, pero mataral hombre que es Dios supone un dolor infinito, inenarrable, queRomano Guardini quería ver en ese grito postrero con el que Jesúsentregó su espíritu: la muerte de la Vida resulta algo demasiadogrande para guardar silencio.

Esta profundidad del dolor no puedealcanzarla el trabajo expresivo de ningún actor, por bueno que sea.Jim Caviezel hace una interpretación esforzadísima, en la que sepalpa la hondura con que ha elaborado su papel; pero transmitir eldolor que Cristo experimenta precisamente por ser quien es escapa atodo talento interpretativo.

Sin embargo aquí Mel Gibson ha estadoinspirado: ha empleado toda su sabiduría cinematográfica y, sinduda, también su fe, para darnos la profundidad que el actor nopodría nunca alcanzar.

Y lo ha hecho a través de evocaciones enmomentos clave del sufrimiento que transportan al espectador a unapequeña parcela de todo lo que hay detrás de la sangranteinjusticia. Sin duda la escena más relevante en este sentido es lade la crucifixión, en que la elevación de la cruz se sobrepone almomento en que Cristo instaura la Eucaristía.

En una secuencia puede verse la entregaabsoluta del hombre, y en la otra la absoluta entrega de Dios.Ambos momentos, fundidos en la realidad de la consagración,permiten hacernos una idea de la enorme profundidad de losucedido.

Ese dolor, que para algunos acaba en lasespinas, atraviesa toda la historia humana y alcanza al mismoCreador, que se entrega por la criatura, que se deja matar porella.

La profundidad de lo vivido, que lossinceros ojos de Caviezel no pueden transmitirnos del todo, sevislumbra en su dimensión más honda cuando hacemos hueco en nuestrosentimiento a todo el amor derramado por Cristo en su vida.

Porque, en definitiva, la profundidadabsoluta de este dolor no es más que la profundidad insuperable deun amor infinito.

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