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Sacerdocio y adopción

El párroco de la localidad segoviana de El Espinar ha sido el primer sacerdote residente en España que ha adoptado a un niño. Existía el precedente de otro cura español que había adoptado a una niña en el Perú. Se trata de un niño bielorruso de ocho años, sin padres y con escasa salud, que ha sufrido graves experiencias traumáticas en su país.

Desde el punto de vista de la legislación española no existe ningún impedimento para que un sacerdote pueda adoptar. En nuestro país, la adopción, más que como un derecho del adoptante, se concibe como una institución establecida en interés del menor adoptado. Sólo desde esta perspectiva es posible establecer límites a la capacidad de adoptar.

La legislación canónica no contempla la posibilidad de que los sacerdotes adopten, pero tampoco la excluye explícitamente. Puede considerarse que se trata de una laguna jurídica que puede y debe ser colmada atendiendo a razones prudenciales y a la analogía. A algunas personas les puede parecer extravagante que un sacerdote pueda ejercer la patria potestad, cuando la obligación del celibato les impide formar una familia. Al fin y al cabo, la exigencia del celibato se fundamenta en la conveniencia de una dedicación exclusiva a la misión sacerdotal sin interferencias familiares. También cabría argumentar que abundan las familias que desean adoptar hijos y no pueden hacerlo. Pero lo cierto es que un niño que llegó a España hace unos meses convertido en una especie de «niño salvaje» -el salvaje era en realidad el trato que había recibido en su país- es hoy una persona liberada del horror y con un futuro abierto a la esperanza. El interés del menor y las razones humanitarias que han movido al párroco adoptante parecen estar fuera de toda duda razonable. Quizá la solución ideal habría sido que una familia de El Espinar o de cualquier otro lugar hubiera adoptado al menor