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¿Es satisfactoria la reacción de los obispos con la pastoral?: SI

Nadie pretende que la Carta Pastoral de los obispos vascos esté al abrigo de la crítica tanto en la sociedad como en la propia comunidad cristiana, porque aborda cuestiones de naturaleza política y social contingentes y opinables. Cabe discrepar de su oportunidad (la propia Nunciatura lo ha hecho) y de la formulación de algunos juicios que han llevado a la opinión pública a entender cosas muy distintas de las pretendidas, provocando un escándalo que se podría haber evitado. También habría sido deseable un contraste de pareceres con el resto de los obispos españoles, dado que el cáncer del terrorismo supone un desafío para la misión de toda la Iglesia en España. De hecho, la primera nota publicada por la Conferencia Episcopal ya dejaba ver estos problemas, aunque fuera entre líneas. Pero también han leído entre líneas, y de qué manera, los críticos de la pastoral.

Se puede criticar la advertencia de los obispos sobre las consecuencias sociales de ilegalizar a Batasuna; por cierto, durante muchos años los partidos democráticos no han considerado conveniente abordar una iniciativa semejante, sencillamente porque las circunstancias históricas y el curso de la lucha contra ETA no parecían aconsejarlo.También es cierto que a pesar de su intención, la pastoral irrita más que consuela a las víctimas del terrorismo, a las que no se acierta a llegar con palabras y gestos apropiados, pero situar a los obispos en comandita con los asesinos es simplemente grotesco.

Y ése es precisamente el vicio de raíz en el debate de esta interminable semana. Del supuesto amparo de los obispos a ETA, propalado a los cuatro vientos por declaraciones irresponsables de varios ministros y convertido en dogma por columnistas, tertulianos e incluso humoristas, se ha derivado una fuerte presión sobre la Conferencia Episcopal, cuya primera toma de postura fue rápidamente descalificada como tibia y elusiva. Se ha pretendido de la Conferencia lo que ni por la naturaleza del asunto, ni por su estatuto podía ofrecer. Por el contrario, la inusitada agresividad de la descalificación ha movido al Comité Ejecutivo a subrayar capítulos enteros de la carta que han sido silenciados, y a denunciar un modo de ejercer la crítica completamente desmedido.

Se ha criticado que cuatro obispos tomen postura sobre una cuestión política, para después pretender que otros siete (los que integran el Ejecutivo) apoyen la medida aprobada por el Parlamento. La nota deja claro que en este asunto el Estado tiene plena competencia, y ya se había explicado que ningún órgano de la Conferencia ha sentido la necesidad de pronunciarse sobre la Ley de Partidos.No contento con ello, el Gobierno insiste obsesivamente en que tiene plena legitimidad: pero ¿quién la pone en duda?, señores...

También se ha requerido (lo han hecho en tono desabrido ministros como Lucas o Acebes una aclaración sobre si la Conferencia Episcopal está del lado de las víctimas o de los verdugos. Si el ambiente no estuviera envenenado, cabría decir que es un insulto. La Conferencia ha respondido por activa y por pasiva, pero todo es inútil porque no puede quedar satisfecho quien ha decidido previamente no satisfacerse.El fracaso de la nota episcopal es fruto de una pretensión tramposa, pero ha dejado el campo sembrado de desconfianzas. La Iglesia tendrá que superarlas ahora palmo a palmo, con el testimonio y la entrega cotidiana de sus gentes, y con una renovada conversión que nunca está de sobra.