conoZe.com » bibel » Otros » Julián Marías » Julián Marías: artículos 2002

Las apariencias

«Las apariencias engañan». «No hay que fiarse de las apariencias». Son dos principios de validez casi universal, que se suelen aceptar como algo indiscutible. Pienso aproximadamente lo contrario. Doy enorme valor a las apariencias; creo que la mayor parte de los no muy frecuentes errores que he cometido han tenido su origen en no haber considerado con suficiente atención las apariencias o no haberlas tomado en serio.

La palabra «apariencia» es, si no equívoca, por lo menos de significaciones muy distintas. Lo que las cosas parecen, los «fenómenos» en su sentido griego, aunque no olvidemos el principio clásico «salvar las apariencias», todo eso se refiere primariamente a cosas. Lo que ocurre es que una parte capital de la realidad, la más interesante, es humana; se trata de personas. A ellas les pertenece la apariencia, lo que de ellas parece y aparece, como parte esencial de la realidad. Es con lo que tratamos a diario, constantemente, lo que regula nuestra vivencia de los demás y nuestra conducta. ¿Cómo desdeñar las apariencias? Significaría una forma incurable y perniciosa de ceguera.

Por desgracia se practica con demasiada frecuencia. Se resbala sobre la expresión de las caras, los gestos, los ademanes, la voz y su entonación, lo que se dice cuando se habla. Escasea la atención, condición de toda perspicacia; todavía más la reflexión sobre lo que se ha visto, la articulación con toda una serie de percepciones que se echan en saco roto.

No quiero poner ni un solo ejemplo. La posible gracia consiste en la experiencia personal de cada lector, que puede preguntarse a sí mismo qué es lo que ve, qué impresión le causan las personas, en qué medida eso condiciona su opinión, su trato, sus estimaciones, su conducta.

En nuestra época se ha producido por razones estructurales, sociales y en gran parte técnicas, una transformación respecto de casi todo el pasado. Hasta hace pocos decenios cada persona veía a muy pocas: el círculo de la familia, los amigos próximos, los que vivían en un ámbito reducido, el pueblo o una parte de la gran ciudad. Las imágenes escaseaban: los Príncipes elegían a sus futuras esposas examinando un cuadro, obra de un pintor, cuya fidelidad a lo real era problemática. Rara vez se tenía una visión directa de los políticos y gobernantes. Ahora vivimos rodeados de innumerables imágenes de todo tipo; no sólo conocemos las facciones sino la expresión, la manera de hablar, cómo se dice y qué se dice, en muy diversas circunstancias, en soledad o en compañía, hablando en público para enormes mayorías. Si nos equivocamos, no tenemos disculpa.

¿En quién se puede confiar? ¿Quién inspira confianza? Hace unos decenios, en los Estados Unidos se ponía como ejemplo la pregunta de a quién le compraría uno un coche de segunda mano. ¿A quién se lo compraríamos ahora en cualquier país? Hay personas que usualmente dicen la verdad, o casi; que tal vez se permiten de vez en cuando algunos eufemismos, algunos retoques veniales. Otros mienten constantemente, y lo saben; a veces lo hacen con placer, con extraña complacencia; el espectador lo ve con evidencia; si quiere, si no ha decidido previamente por una actitud «incondicional», que suele ser una forma de fanatismo, aceptar o rechazar lo que se dice según de dónde venga.

La impresión, cuando se trata de la vida colectiva, de estar «en buenas manos», es decisiva. Si se mira bien, es la condición del funcionamiento recto de la democracia. No se olvide que ésta, por su mero funcionamiento, no garantiza las cosas: tengo demasiado presente que Hitler ganó por amplias mayorías elecciones y referendos. Se podría medir si en los países en que la democracia ha funcionado regularmente, sin eclipses y con normal acierto, ha existido esa actitud de atención, vigilancia y crítica a que me estoy refiriendo. Es bastante frecuente que figuras públicas abusen de la pasividad, de la credulidad, de las mayorías. Hay que ser fiel a lo que uno ve y oye, a la impresión que esas figuras producen realmente. Se dirá que hay un factor de atractivo personal, de simpatía, de facilidad de expresión. Nada de esto es desdeñable; quizá no sea suficiente pero es la primera condición. Me asombra que algunas figuras que ocupan parte del escenario de un país o de varios tengan acogida, aprobación, seguimiento, a pesar de su permanente hostilidad, de su mal humor, de su inevitable aspereza. ¿Qué se encuentra en ellas, a no ser el masoquismo?

Lo más grave de todo es la mentira; la verdad, elusiva, difícil de alcanzar, en ocasiones difícil de aceptar, es la condición misma de la vida, y por supuesto de la vida histórica y social. A veces no es del todo fácil saber cuál es la verdad, sobre todo en cuestiones complicadas que exceden de las competencias de la gran mayoría de las personas. Lo que es fácil de detectar es cuando se está mintiendo, cuando se cree lo que se está diciendo, cuando se ha llegado a una conclusión preestablecida sin haberla indagado, sin haberla puesto a prueba, sin haber mirado la cuestión desde otro punto de vista. La inmovilidad en el juicio, el partir de algo ya consabido, previa y sumisamente aceptado, es el criterio seguro; quiero decir, de que no hay criterio. «La voz de su amo» fue el lema de una marca de gramófonos cuando yo era niño; el perro la reconocía en la grabación. Es demasiado frecuente que las gentes formen su opinión, tomen partido, actúen siguiendo las órdenes de la voz de su amo.

La condición necesaria es que tengan amo, que lo acepten, que renuncien a ser dueños de sí mismos, a vivir desde su propia intimidad. Ésta es siempre compleja, insegura, no excluye la duda y la perplejidad, consiste en hacerse preguntas cuya respuesta hay que buscar, que no está dada automáticamente. Ha habido muchos decenios no tan lejanos en que grandes masas, para saber a qué atenerse, para ordenar sus vidas, miraban un librito, que podía ser uno u otro, con grandes diferencias, pero consistentes en no dar opción a la reflexión personal, en tratar de imponerse mecánicamente a ella.

Se trata, lo he dicho desde el comienzo, de personas; pero hay dos clases de personas, masculinas y femeninas, varones y mujeres. En la vida pública esta distinción puede parecer secundaria; en la vida privada es la decisiva. Sobre esto habría que decir también alguna palabra.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1352 el 2005-03-10 00:25:35