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Clonación humana: el mito de Prometeo
Según la mitología griega, Prometeo fue encadenado por Zeus a lo alto de una montaña, donde un enorme pájaro venía diariamente a devorar sus entrañas. Este terrible castigo le fue infligido por el padre de los dioses, por haber robado el fuego del cielo, con el que quería dar vida a un ser creado por él. Había cometido el sacrilegio de tocar las fuentes mismas del ser. Escarmentado, el nuevo Prometeo del umbral del siglo XXI habría encadenado a Dios a lo alto de una peña para poder crear seres humanos a su antojo
Ésta es la premisa que inspiró a Aldous Huxley su atormentado Mundo feliz, y que la posibilidad de la clonación humana ha convertido ya en realidad. Unos investigadores surcoreanos afirmaban, hace poco, haber logrado un clon humano. El anuncio, hace apenas unos días, de que Ian Wilmut, al frente del equipo que creó a la oveja Dolly, está buscando financiación para desarrollar un proyecto que permitiría clonar embriones humanos con fines terapéuticos, ha saltado a las páginas de los periódicos de todo el mundo, y ha provocado las más diversas reacciones.
Otra investigación que avanza a marchas forzadas es el Proyecto Genoma Humano, que pretende dibujar el mapa genético humano, y que, según las últimas noticias, estará completado en el 2003. La finalidad de la investigación genética es la de descubrir el remedio de enfermedades incurables, pero el insospechado horizonte de posibilidades científicas plantea al hombre contemporáneo serios interrogantes éticos, ya que puede estar amenazada la misma especie humana.
LOCA CARRERA
La carrera por la clonación humana, en realidad, se remonta a mucho antes: en 1993, Jerry Hall y Robert Stillmann, de la George Washington University, divulgaron datos sobre experimentos de escisión gemelar (splitting). No se sabe por qué razón, sucede que, una vez fecundado, un óvulo puede dar lugar, de forma espontánea, a dos individuos en lugar de uno, en lo que se conoce como gemelos homocigóticos. Lo que pretendían estos científicos era reproducir este fenómeno natural en un laboratorio, duplicando embriones de 2, 4 y 8 embrioblastos creados por ellos mismos. No se produjo ningún embrión viable.
Sin embargo, este experimento no era propiamente clonación, porque de todas formas era necesario contar con una paternidad y maternidad genética. El bombazo lo provocó la revista Nature, al publicar, el 27 de febrero de 1997, el nacimiento de una oveja llamada Dolly, clon de una célula de glándula mamaria de un ejemplar adulto. Es decir, una reproducción agámica y asexual en toda regla. No fue más que el principio: pocos meses más tarde, en julio, el mismo equipo anunció el nacimiento de Polly, una oveja en cuyo genoma se habría introducido una secuencia genética humana; es decir, la primera oveja transgénica. Se había roto la barrera entre las especies.
En agosto llegó Gene, un ternero clónico producido en Estados Unidos, con una novedosa técnica que permite realizar numerosas copias a partir de un único óvulo. En noviembre de 1998, unos investigadores de Massachussets afirmaron haber logrado una célula híbrida, con material genético humano implantado en óvulos de vaca, con la finalidad de crear tejidos u órganos, pero que podían también dar lugar a seres humanos. La clonación humana era, prácticamente, un hecho.
ENTRE EL BIEN Y EL MAL
Los investigadores se han apresurado a tranquilizar a la opinión pública internacional. Tanto Ian Wilmut como sus colaboradores se han manifestado reiteradamente en contra de cualquier tipo de clonación con fines reproductivos. La finalidad de los nuevos experimentos es producir fármacos y tejidos de interés médico, para luchar contra enfermedades espantosas, como el Parkinson, el Alzheimer y la diabetes, según el investigador escocés. Es decir, se trataría de una técnica aplicable a la terapia génica, término menos resbaladizo, pero peligrosamente ambiguo.
Por terapia génica se entiende cualquier tipo de manipulación genética destinada a curar ciertas enfermedades; en realidad, existen dos tipos: la somática y la germinal. La somática se realiza sobre individuos adultos, y consiste en extraer una célula dañada del cuerpo, modificar el gen causante del mal, y reintroducirla en el organismo para activar las propias defensas. Se considera de mayor éxito frente a otro tipo de terapias, pero tampoco es la solución definitiva contra el dolor.
La terapia germinal remite a una realidad bien distinta: se trata de manipular los genes del individuo desde su estado embrionario. Según el profesor Manuel Santos Alcántara, del Departamento de Biología Celular y Molecular de la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica de Chile, existe una gran diferencia entre ambos tipos: por un lado, la somática no modifica el patrimonio genético del individuo, y sobre su utilidad existe gran consenso; por otro lado, la terapia génica germinal no sólo modificaría la información genética del individuo, sino que transmitiría la modificación a sus descendientes, con imprevisibles consecuencias. En general, esta práctica es rechazada por la mayoría de los científicos.
Los límites, en la terapia germinal, entre lo que es puramente terapia y la eugenesia se desdibujan enormemente: No se puede definir hasta límites milimétricos lo que es una enfermedad y lo que es una característica del ser, o cuál es el prototipo del hombre perfecto. Y lo que es más grave, queda en entredicho el derecho de la persona de ser aceptada en su unicidad, por decirlo así, en su genotipo y en su fenotipo. Podríamos estar hablando de la posibilidad de obtener niños a la carta, modificando incluso los genes que inciden en el comportamiento. Al fin y al cabo, la violencia también puede considerarse una enfermedad.
En este campo ha irrumpido la clonación, como una técnica nueva que permite solventar, por ejemplo, algunos problemas en el tratamiento de enfermedades que necesitan trasplantes. Aparte de la pequeña disponibilidad de órganos, otro problema al que hay que enfrentarse es el de la
reacción del receptor ante un cuerpo extraño. La clonación permitiría evitar esto, al producir tejidos del mismo código genético que el paciente. El problema es cómo.
CLONACIÓN: MITO Y REALIDAD
Un ovocito fecundado se divide sucesivamente, formando células conocidas como indiferenciadas o células madre, que después producirán los 210 diferentes tipos de tejidos del cuerpo humano. Se trata de destruir un embrión para obtener esas células indiferenciadas, es decir, antes de los 14 días de gestación. El obstáculo es que, aunque no se le considere aún persona, al embrión humano se le reconoce un cierto status jurídico: no se puede comerciar con él, ni manipularlo indiscriminadamente; la solución: clonarlo, y manipular la copia. El planteamiento es el siguiente: al tratarse de un material genético creado por el hombre, puede ser destruido por él sin mayores consecuencias. Sin embargo, aunque no haya sido engendrado naturalmente, se trata de un embrión humano, y, por tanto, de una persona, con su alma y su dignidad.
Aunque a priori parezca una aberración, este tipo de manipulación no es más que una consecuencia lógica de la fecundación in vitro (FIVET), que fue la primera que abrió la puerta de la manipulación genética. Incluso, desde el punto de vista científico, puede suponer un aliado poderoso. Por ejemplo, uno de los problemas de la FIVET es la dificultad de disponer de un número de óvulos suficiente para obtener un embrión viable. La clonación permitiría obtener un solo óvulo de la mujer para copiarlo indefinidas veces, y así simplificar el proceso y aligerar los costes. Además, los embriones congelados sobrantes de la FIVET, la mayoría inviables, suponen una magnífica fuente de material genético para experimentar y perfeccionar la clonación, dando salida así a un stock bastante engorroso, en lugar de destruirlo directamente. Sólo en Estados Unidos hay casi 100.000 embriones congelados en clínicas privadas, centros de investigación y Universidades. Y los costes de almacenamiento rondan las 145.000 pesetas al año.
No parece, por tanto, que los científicos estén seriamente empeñados -por ahora- en producir clones humanos para que vivan. Hay otros fines mucho más rentables. Además, como se dijo en el Comité español de Expertos sobre Bioética y Clonación, del Instituto Bioético de la Fundación de Ciencias de la Salud, realizar clonaciones humanas con la tecnología actual sería un disparate, una irresponsabilidad de consecuencias inimaginables: nacerían niños con tales polimalformaciones (con dos cabezas, dos corazones, sin manos o sin piernas, o con varias) que la sociedad no sabría qué hacer con ellos. Las afirmaciones del extravagante científico Richard Seed, que pretende clonarse a sí mismo, no son más que baladronadas, rechazadas con horror por el resto de la comunidad científica.
Como afirma el doctor Justo Aznar, del Departamento de Biopatología Clínica del Hospital Universitario La Fe, de Valencia: En este momento, parece que la clonación no tiene ninguna justificación ética, por lo que es rechazada de una forma amplia por la mayoría de los colectivos médicos, ya que, por un lado, no parece que existan indicaciones claras para estas técnicas y, por otro, merece una valoración ética muy negativa, en cuanto afecta directamente a la dignidad de la persona humana, al reproducir copias de otros seres humanos.
LA «INGENIERÍA» DE LA VIDA
El Parlamento Europeo aprobaba el pasado mayo, por amplia mayoría, tras haber sido rechazada en 1995, la directiva sobre protección jurídica de invenciones biotecnológicas, que permitirá patentar seres vivos, tanto animales como plantas, e incluso órganos y otros elementos del cuerpo humano, aunque prohibe expresamente patentar la clonación de personas, los procedimientos para modificar la identidad genética del ser humano y la utilización de embriones humanos con fines industriales y comerciales.
Las patentes sobre la vida abren una serie de posibilidades muy interesantes: por ejemplo, mejorar las producciones de lechugas, modificando sus genes del crecimiento, o cambiar la secuencia genética que controla la síntesis de glúcidos en la carne de cerdo, para producir jamón sin grasa. En muchas de estas prácticas, la clonación es una técnica que se usa desde hace tiempo, y no ha suscitado ningún tipo de reparos en la opinión pública, al menos hasta que se abrió la puerta de la clonación en mamíferos. Ahora, toda realidad biótica, incluido el hombre, puede constituir una fuente de materia prima para la moderna industria.
Esta práctica es legal en Estados Unidos, donde incluso se han patentado genes y secuencias de genes extraídos de personas. Es el caso del intento fallido de patentar el gen de la obesidad, presente en el genoma de una india panameña. Entre 1981 y 1995 se han patentado 1.175 secuencias genéticas humanas; el 75% las obtuvieron empresas privadas. La mayoría de ellas, no se sabe con qué finalidad. Precisamente es una empresa privada, la Geron Corporation, la que ha ofrecido a Ian Wilmut y su equipo del Roslin Institute los fondos necesarios para emprender nuevas investigaciones.
UN ESTATUTO JURÍDICO PARA EL GENOMA HUMANO
Para combatir estos abusos, la ONU proclamaba el pasado 9 de diciembre la Declaración Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos del Hombre, un texto de 25 artículos, y cuyos puntos principales son la prohibición de la clonación humana y la consideración del genotipo humano como patrimonio de la Humanidad. Precisamente, uno de los objetivos que pretende conseguir el Proyecto Genoma Humano, al descodificar los más de 100.000 genes que forman el mapa genético humano, es evitar que nadie pueda patentar un gen humano y hacer dinero con él.
Europa no se ha quedado atrás. El 19 de noviembre de 1996, el Consejo de Ministros aprobaba el Convenio para la protección de los Derechos Humanos y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina, en cuyo artículo 2 se afirma la primacía del ser humano sobre el interés exclusivo de la sociedad o la ciencia. La prohibición de la clonación humana es tajante. Sin embargo, en lo referente a la experimentación, la puerta sigue abierta.
Otra grave carencia es que la legislación de los diferentes países contiene tal serie de ambigüedades y vericuetos, que la interpretación de las normas puede ser de lo más variada. La Ley española de Reproducción asistida de 1988 tiene tal cantidad de vacíos, que, por ejemplo, la transferencia de gametos o embriones humanos en el útero de otro animal sería castigada sólo con una sanción administrativa. Tampoco resuelve el problema de los embriones congelados.
La ministra de Sanidad italiana, Rosy Bindi, ha declarado respecto de su país que el vacío legal es insostenible. En Bélgica, el Ministerio de Sanidad ha presentado una propuesta de ley que autoriza explícitamente la creación in vitro de embriones para ser usados en laboratorio, cuando no sean suficientes los desechados de la fecundación in vitro. En Inglaterra, el Gobierno de Tony Blair está estudiando la posibilidad de legalizar la clonación de tejidos humanos a partir de células de embriones.
Las leyes que protegen el derecho a la intimidad también necesitan una revisión; de lo contrario, alguien podría, por ejemplo, acceder a la información genética de una persona, descubrir si tiene propensión al cáncer o a cualquier enfermedad, y en función de eso contratarla o no para un trabajo, o denegarle un seguro de vida. La indefensión de la persona sería total.
El punto de partida de la clonación, en opinión de Vicente Bellver, profesor de Derecho de la Universidad de Valencia, es la voluntad de alguien que quiere clonar a otro. El término «derechos reproductivos», cuando se invoca para la clonación, cambia por completo. No se trata de defenderse de una agresión, sino de llevar a término una voluntad: y ése es precisamente el efecto que necesariamente se deriva del proceso de clonación: que la persona clonada es predeterminada por la voluntad del clonador.
CLONACIÓN, ¿PARA QUÉ?
Por otro lado, los posibles beneficios científicos de la clonación en el campo médico no pasan de ser meras suposiciones no probadas. La cuestión es si, para probarlas, es lícito sacrificar miles de embriones. Según José Hernández Yago, de la Fundación Valenciana de Investigaciones Biomédicas, el derecho que todo individuo tiene a haber recibido un patrimonio genético no manipulado, los derechos del nuevo ser a tener unos padres, tienen que prevalecer sobre el de los científicos a clonar seres humanos.
Además, la ingeniería genética abre una nueva brecha entre al norte y el sur del planeta. Como señalaba el pasado junio Bertrand Main, secretario general de la Liga Francesa de los Derechos del hombre, se podrían realizar muchos esfuerzos para investigar y llegar a curar enfermedades muy minoritarias, propias de países ricos, como el Alzheimer, y dejar de lado enfermedades muy extendidas en países del tercer mundo, como el paludismo.
La Academia Pontificia para la Vida ha publicado recientemente, en la
revista del Centro de Bioética de la Universidad Católica de Roma, un
documento en el que se dice: Es preciso tener el coraje de mirar al
microscopio electrónico y reconocer que allí no hay una célula cualquiera,
no es un material genético amorfo, sino que hay un ser humano que inicia
su andadura vital. Los fines terapéuticos, incluso si son auténticos y no
hipótesis trucadas con delitos reales, no justifican la muerte programada
del propio semejante o su producción en serie.
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