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La historia, sin simplificaciones
Es lamentable el desconocimiento que existe sobre el proceso que se
siguió contra Galileo en 1633, que ha quedado reducido a que la Iglesia en
un ejemplo de ignorancia y prepotencia condenó a prisión a un gran sabio
por mantener, contra la opinión de la Iglesia, algo tan obvio como que la
Tierra gira alrededor del Sol.
Galileo terminó en 1630 su obra fundamental, Diálogo, y obtuvo sin
dificultad el imprimatur en Roma. Por problemas de financiación solicitó y
obtuvo un segundo imprimatur en Florencia, donde se imprime, por fin, en
1632. Galileo ha escrito el libro con una estructura dialógica, como si se
tratase de una elucubración aséptica sobre los dos sistemas o teorías del
universo, la geocéntrica y la heliocéntrica, en la que recoge, para
rebatirlas, las objeciones que se han presentado a la teoría copernicana.
Adopta este procedimiento porque en 1616 había recibido una Admonición del
Santo Oficio que le pedía que, en adelante, no defendiese las ideas de
Copérnico. Piensa que expuestas de este modo las dos teorías, en boca de
tres interlocutores, no corre ningún peligro. La agudeza de los personajes
que intervienen en el diálogo es asimétrica y favorable a los que
defienden a Copérnico. Por eso sus censores le sugieren que, cada vez que
alguno de estos personajes alabase la teoría de Copérnico, se subrayase el
carácter hipotético de todo el discurso.
Por otra parte, el heliocentrismo copernicano ganaba cada día más adeptos
en toda Europa (Descartes, Bacon, Kepler, Pascal&), de modo que de no
haberse complicado las cosas, la publicación del Diálogo no hubiera
provocado más que alguna reconvención, o la inserción de alguna aclaración
en el texto. De hecho, dentro de esta idea, se le pidió que incluyera en
su obra el llamado argumento teológico. Galileo, sin mayor inconveniente,
lo puso al final del libro, pero, con su habitual falta de tacto, lo puso
en boca Simplicio, aquel personaje cuyos razonamientos hacían honor al
nombre. Para desgracia de Galileo, esta inserción había sido sugerida por
Urbano VIII, antiguo amigo de Galileo, y de quien, éste, pensaba no tenía
nada que temer, ya que en 1623, diez años antes, había manifestado que la
teoría de Copérnico era temeraria, pero no herética. La situación cogió a
Galileo de sorpresa, y aunque tenía la coartada de que el nombre lo había
tomado de Simplicius, un aristotélico del siglo IV, nadie dudó de que se
estaba refiriendo al Papa, quien montó en cólera y permitió que se le
condenase por la razón que tenía más a mano: desobediencia a una
admonición del Santo Oficio. Por una cuestión formal, sin entrar en el
fondo de si la teoría de Copérnico era cierta o no. En su retractación,
Galileo admite que en algunos pasajes del libro ha ido demasiado lejos, e
invoca la vanidad de todo autor al expresar sus ideas, como justificación
de sus desvíos.
Entre los juzgadores no había excesivos deseos de defenderle, ya que
algunos de ellos hubieron de padecer la superior capacidad dialéctica de
Galileo, (cosa que los científicos soportan muy mal), y sus constantes
comentarios irónicos (al jesuita Delle Colombre, por ejemplo, le llamaba
pichón). Por lo que se refiere al proceso, éste se llevó a cabo con todas
las garantías de acuerdo a las normas de la época y, para mí, es una
prueba el que Galileo siguió siendo, después del juicio, un fervoroso
católico, como antes. Hubo tres cardenales, entre diez responsables, que
se negaron a estampar su firma debajo de la sentencia condenatoria.
En cuanto al fondo del asunto, no es tan diáfano como se cree. La discusión sobre el movimiento del Sol o el de la Tierra, carecía de sentido, porque no se puede decir que algo se mueve, si no se aclara respecto de qué se mueve. Por tanto, para un observador terrestre el Sol se mueve alrededor de la Tierra y para un hipotético observador solar sería la Tierra la que girase sobre sí misma cada 24 horas. En general, se contraponen dos movimientos distintos: el diario del Sol, alrededor de la Tierra, y el anual de la Tierra alrededor del Sol, lo que hace la discusión más ilegítima todavía. En cuanto a la situación del centro del universo, al que se daba presunción de absolutidad, tanto Galileo como sus detractores estaban en un error. Ni la Tierra, ni el Sol son centros del universo. Y lo curioso es que Galileo llegó a descubrir algo que le aproximaba a la idea actual de universo, y es que vio cómo los satélites de Júpiter giraban a su alrededor. En otras palabras, que en el universo había más de un centro de giro. Pero dejó pasar esta observación sin extraer mayores consecuencias. Para él, el argumento áureo que probaba el giro de la Tierra era la existencia de las mareas. Sus detractores, pues, también tenía razones, bastante consistentes, para el disentimiento.
Muchos autores creen que la prueba de que la Tierra es la que gira no se resolvió hasta que Foucault llevó a cabo su experimento. No es así. Este experimento repite las conclusiones señaladas: se mueve la Tierra, o se mueve el plano de oscilación del péndulo, según el referencial desde el que se observa el fenómeno. Probar, sólo prueba la existencia de un movimiento relativo entre ambos referenciales.
Los inquisidores esgrimían el argumento de que la teoría heliocéntrica estaba en contradicción con el Libro de Josué. Lo esperpéntico es que el libro de Josué está también en contradicción con la teoría geocéntrica, y que incluso la explicación más simple la suministra la tesis copernicana.
Hoy día nos parece un despropósito que el poder condene a alguien a
silenciar sus opiniones, aunque sigue sucediendo. Pero, para una adecuada
valoración de lo sucedido, hay que tener en cuenta todos los hechos que
concurrieron en aquella condena; esto es, sin simplificaciones maniqueas.
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