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La «anulación» matrimonial no existe
El divorcio católico, la mal llamada anulación no existe. De hecho, ni siquiera el obispo de Roma puede anular un matrimonio. Lo declaró Juan Pablo II el pasado 21 de enero, al recibir a los jueces de la Rota Romana, el Tribunal ordinario de segunda instancia de la Santa Sede, conocido ante todo por su específica competencia sobre causas matrimoniales.
Lo que hacen los tribunales eclesiásticos es declarar la nulidad de un matrimonio, es decir, que la unión nunca existió, a pesar de la celebración de la ceremonia. Ahora bien, según señaló el Santo Padre, constatar que un matrimonio nunca tuvo lugar no puede estar en oposición con el principio de la indisolubilidad.
Frente a la mentalidad divorcista tan influyente en estos momentos fueron términos utilizados por él mismo, el sucesor de Pedro insistió en que la Iglesia, siendo fiel a Cristo, no puede dejar de repetir con firmeza el alegre anuncio del carácter definitivo del amor conyugal, que encuentra en Cristo su fundamento y fuerza, a todos aquellos que en nuestros días consideran difícil o incluso imposible unirse a una persona para toda la vida, y a quienes se encuentran arrastrados por una cultura que rechaza la indisolubilidad matrimonial y que se ríe abiertamente del compromiso de los esposos a la fidelidad.
Si los pastores predicaran lo contrario, aclaró el Papa, aceptarían la tesis de que no existe ningún matrimonio absolutamente indisoluble, lo cual sería contrario al sentido en el que la Iglesia ha enseñado y enseña la indisolubilidad del vínculo matrimonial. Se trata de una doctrina enseñada por el Magisterio que ha de ser considerada como definitiva, aunque haya sido declarada en forma solemne mediante un acto definitorio.
El Santo Padre concluyó recordando, además, que se trata de una doctrina confirmada por la práctica de siglos de la Iglesia, mantenida con plena fidelidad y con heroísmo incluso ante graves presiones de los poderosos de este mundo.
Antes de la intervención de Juan Pablo II, el nuevo decano de la Rota Romana, monseñor Raffaelo Funghini, lamentó la ligereza con que se afronta el problema matrimonial incluso por parte de contrayentes que se dicen católicos, la preocupante debilitación de las defensas morales, la falta de la conciencia del pecado, la dificultad para aceptar una opción de vida que comporte un compromiso duradero y vinculante en los buenos y en los malos momentos, el rechazo del sacrificio, y una concepción desviada de la libertad que se convierte en aceptación implícita del divorcio como solución a situaciones humanamente adversas y dolorosas.
Es una constatación que requiere una atención cuidadosa por parte de la Iglesia y que interpela también a los jueces eclesiásticos, quienes tienen que valorar el influjo en el consenso de una mentalidad como ésta radicalmente secularizada y opuesta al genuino concepto de matrimonio como sacramento, dijo monseñor Funghini.
En el pasado 1999, las causas matrimoniales decididas por sentencia de la Rota Romana han sido 151: 76 fueron afirmativas, con la consiguiente declaración de nulidad; y 75 negativas, es decir, con confirmación de la validez del matrimonio. El 80% de las sentencias fueron patrocinadas, para que no implicara ningún gasto por parte de los interesados.
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