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Jesucristo: la verdad de los hechos

A partir del siglo XVIII, se introduce la sospecha sobre el valor histórico de los escritos del NT en general, y de los evangelios en particular. Que hubieran sido escritos por cristianos, los hacía sospechosos. Según esta nueva mentalidad, surgida con la Ilustración, estos documentos nos transmiten lo que los cristianos piensan de Jesús, no lo que él realmente fue, hizo y dijo. Para acceder al verdadero Jesús, el Jesús real, no desfigurado por la fe cristiana, hay que eliminar de esos documentos lo que los cristianos le atribuyeron, especialmente su divinidad.

Permítanme una anécdota. Un profesor, explicando los orígenes del cristianismo, escribe en la pizarra la palabra evangelios. Un alumno levanta la mano y dice:

-Eso no vale, porque es subjetivo; los han escrito los cristianos y no pueden ser objetivos.

El profesor responde:

-Entonces, en tu opinión, la actitud más adecuada ante la realidad es la sospecha.

-Claro, dice el alumno.

El profesor replica:

-Si la actitud más adecuada ante la realidad es la sospecha, esta mañana, cuando tu madre te ha puesto el café en la mesa para desayunar, le habrás dicho: «Mamá, mientras no lo mandes analizar, no lo tomo».

-Pero si llevo viviendo 16 años con mi madre.

-Luego, hay ocasiones en que la actitud más razonable no es la sospecha. ¿No? ¿Cuál es, entonces, la diferencia entre tu actitud frente a los evangelios y la que tienes frente a la taza de café? Que tú te pones frente a los evangelios sin 16 años de convivencia a las espaldas; mientras que frente a la taza de café te sitúas con 16 años cargados de razones, que te dan la certeza de que tu madre no te ha puesto nada malo en el café.

La única actitud razonable frente a los documentos del NT es acercase a ellos como aquel alumno respecto a la taza de café, con una experiencia de convivencia en el presente con el acontecimiento cristiano. Quien tiene esta experiencia no se sitúa frente a los documentos con una actitud ingenua, sino con una actitud cargada de razones. Mas& ¿qué ha sucedido con la razón?

La razón, que el racionalismo llega a divinizar, ha terminado en la irracionalidad del nihilismo y de la cultura (más bien anticultura) de muerte hoy dominante. En lugar de reconocer la razón como lo que es, la ventana por la que accedo a la comprensión de la realidad, se tiende a convertirla en la única medida de todas las cosas (condenándose con ello a no conocer nunca la auténtica realidad, al quedar reducida a los límites de sí misma).

DEL PRESENTE AL PASADO

El cristianismo, ante todo, es un acontecimiento, que irrumpe en la Historia, y el modo de conocerlo es tomando parte en él. Sería ilusorio querer comprenderlo a través de un examen de su historia, o leyendo directamente los evangelios como si fuesen libros de los que extraer impulsos y noticias. El hecho de la Encarnación se comunica hoy como hace dos mil años, a través de un encuentro humano que nos hace contemporáneos con él, como sucedió con Juan y Andrés. Si unos cristianos se vieran sorprendidos por alguien que, impresionado por la novedad de su vida, les pregunta: ¿Quiénes sois vosotros?, tendrían que comenzar diciendo: Hace dos mil años un hombre llamado Jesús de Nazaret& Es lo que hizo Pedro en casa de Cornelio, en respuesta a su llamada: Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo de Juan; cómo a Jesús de Nazaret&

El recorrido del presente al pasado sirve para clarificar que aquello que experimentas ahora como comunidad cristiana es lo mismo que experimentaron los monjes del Medievo, y los que recibieron el anuncio cristiano tras la resurrección de Jesús, y, antes que ellos, Juan y Andrés. Es más, el único modo de entender el encuentro de Juan y Andrés con Jesús es justamente esta experiencia presente en la Iglesia. Sin ella, uno permanece fuera de la experiencia documentada en los evangelios, aun cuando uno los lea. Al igual que sólo puede comprender un poema nacido del amor alguien que haya tenido una experiencia de amor verdadera. Dicho con palabras del Concilio Vaticano II, la Iglesia se acerca a la Escritura en el marco de la Tradición viva de toda la Iglesia.

Además, el acontecimiento del que uno inesperadamente empieza a participar tiene la virtud de dilatar las dimensiones de la razón, abriéndola siempre a algo que no puede dominar, sino reconocer. En el relato evangélico del ciego de nacimiento se hace patente. Replicando a los judíos que no querían reconocer el hecho de la curación por las consecuencias que implicaba respecto a la persona de Jesús, el ciego recién curado les dice: Jamás se ha oído decir que nadie abriera los ojos a un ciego de nacimiento. En efecto, hasta que no tiene lugar un hecho que documente otra cosa, la razón se atiene a aquello de lo que tiene experiencia: Nunca se ha oído decir que un ciego de nacimiento viera. Pero cuando esto sucede, si la disposición del corazón es la adecuada, la razón se ve solicitada a reconocer, como hace el ciego: Yo antes no veía y ahora veo. El ciego razona a partir de lo que le ha sucedido. Sin embargo, los judíos se ven forzados a negar la evidencia del milagro, para poder seguir razonando fuera del acontecimiento de la curación. Esta apertura de la razón, operada por la experiencia del acontecimiento cristiano, permite igualmente rastrear las huellas que este acontecimiento ha dejado en la Historia; y percibir que Historia y Misterio no son dos términos incompatibles.

DE LA CONFIANZA A LA SOSPECHA

En los escritos del NT nos encontramos con una noticia inaudita: un hombre poderoso en obras y palabras, Jesús de Nazaret, que murió crucificado en tiempos del gobernador de Judea Poncio Pilato, es Dios. Durante siglos, la Iglesia ha vivido siempre de la convicción de que la fe que ella confiesa en Cristo Jesús se basa en lo que éste dijo e hizo en un rincón del Imperio Romano hace ya dos mil años. Hasta tal punto esta fe está vinculada a este acontecimiento histórico concretísimo, que la Iglesia no ha tenido reparos en incluir en la síntesis de esa fe, el Credo, la mención de Pilato, como muestra de que la fe que ella confiesa está estrechamente ligada a la Historia humana. Pero esta confianza en relación a los documentos cristianos se quebró con la irrupción de la sospecha.

Desde el siglo XVIII algunos estudiosos se ponen frente a los documentos del NT sin que la experiencia de vida cristiana en la Iglesia determine su acercamiento. Con ello, la razón pierde su condición propia de apertura y se convierte en la medida de la realidad. Así lo formulaba ya Strauss, uno de los pioneros de esta actitud: No puedo llegar a imaginarme -escribe- cómo la naturaleza divina y la humana habrían formado las partes integrantes, distintas y, sin embargo, unidas, de una persona histórica. Lo que Strauss puede imaginarse se convierte en la medida de lo que puede suceder en la realidad. Todo lo que no cabe aquí, hay que desecharlo como absurdo. ¿Qué es lo que ya Strauss no puede imaginarse? Justamente aquello que dice el cristianismo: que Dios se haya hecho hombre. De este modo todo lo que podríamos incluir bajo el término de sobrenatural se carga a la cuenta de la comunidad cristiana. La intención de los escritores del NT no era transmitir hechos históricos, sino una fe. Lo único que les interesaba era propagar la interpretación que la comunidad primitiva realizó sobre lo sucedido, es decir, una idealización o mitificación de la persona de Jesús. Para ello se hacía preciso un largo lapso de tiempo entre la vida de Jesús y la redacción de los evangelios.

El instrumento del que se ha servido la sospecha moderna para negar la historicidad del acontecimiento cristiano ha sido la ciencia histórica naciente. Ahora bien, la ciencia histórica no es nunca neutra; está siempre al servicio de un modo de comprender la realidad. ¿Qué es lo que sucedía? Se quería negar a la Iglesia; pero no se podía negar la realidad del cristianismo -presente por todas partes-, y lo que hacen estos autores es buscarle otra explicación que niegue la de la Iglesia. Incluso uno de ellos, A. Schweitzer, constata que aquel interés por la Historia escondía una intención bien precisa: La investigación histórica sobre la vida de Jesús no nació de un interés puramente histórico, sino que más bien buscaba en el Jesús de la Historia una ayuda en la lucha contra el Dogma de la Iglesia.

ANTIGÜEDAD DE DOCUMENTOS

Ante este ataque frontal a la historicidad del hecho cristiano, la investigación eclesial no se puede conformar con la afirmación impertérrita de la historicidad de los evangelios, como pudiera hacerse antes de su puesta en cuestión. Debe responder en el mismo terreno histórico. Precisamente porque no hace una confesión puramente formal en la Encarnación, sino que cree realmente que ésta ha tenido lugar en la Historia humana, la Iglesia está convencida de que la Encarnación ha dejado sus huellas en la Historia como acontecimiento de la Historia que es. Por eso no tiene ningún reparo en aceptar el reto de la ciencia moderna que le desafía a dar razón de sus orígenes históricos. Es más, este desafío ha puesto de relieve, como no habíamos tenido ocasión de comprobar antes de él, la solidez histórica de la tradición sobre Jesús. Ningún libro ha sido sometido a una disección tan violenta y despiadada como los evangelios y, sin embargo, han resistido el embate con toda firmeza. Y se ha puesto de manifiesto que una apertura de la razón, que no excluye ninguna posibilidad, ni siquiera la de la Encarnación, explica mejor la Historia que aquella que, por partir de una medida (la imposibilidad de que Dios se haga hombre), se ve obligada a dejar sin explicar los hechos de la Historia.

La investigación, especialmente en los últimos 25 años, ha puesto de manifiesto que afirmar -como hacen los autores de la sospecha- que los evangelios son tardíos, y escritos en una lengua desconocida para los judíos es falso. En primer lugar, los cuatro evangelios están llenos de semitismos, que sólo pueden ser explicados si tras ellos existe un original arameo escrito, o una tradición oral ya perfectamente fijada. Y además, es insostenible que en la Palestina del siglo I no se conociera el griego. En cuanto a las huellas de este original semítico, se constatan en el griego de todos los estratos de la tradición evangélica (véase en estas mismas páginas la aportación de José Miguel García). Muchas de las anomalías del texto griego del NT no pueden ser explicadas más que recurriendo al original semítico subyacente, a la luz del cual se hacen completamente diáfanas. Y, por añadidura, se pone en evidencia la antigüedad de estos testimonios históricos, que echa por tierra los inventos sobre Jesús, en el siglo XVIII y en la actualidad.

El supuesto lapso de tiempo entre el acontecimiento original y los documentos que nos lo narran es mucho más corto que lo que cierta historia nos ha querido hacer creer; es tan corto, que difícilmente permite atribuir a los primeros cristianos una mitificación de la persona de Jesús. Creer todavía en esta mitificación, desde el punto de vista histórico, exige más fe que la que se requiere para aceptar la versión de los hechos que el cristianismo ha transmitido. Estamos en las antípodas de la afirmación de Strauss: la mejor defensa del Dogma, es decir, de lo que la Iglesia ha confesado siempre de Cristo, es contar su historia. La investigación moderna, que empezó su andadura para liberarse del Dogma de la Iglesia, ha acabado sucumbiendo a un dogmatismo sin ningún tipo de apoyo en la realidad. Y la realidad es que el único modo de explicar el hecho histórico de que unos judíos monoteístas confiesen a un hombre, Jesús de Nazaret, como Hijo de Dios sólo podemos encontrarlo en la persona y en la actividad de Jesús.

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