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La rebelión de los pobres
La Conferencia de las Naciones Unidas de la semana pasada se convirtió en un foro internacional en el que los países en vías de desarrollo denunciaron que Occidente se ocupa más de los derechos individuales de sus ciudadanas, que del bienestar general de las mujeres.
Con prórroga y penaltis. Así ha terminado la Asamblea especial de las Naciones Unidas sobre la mujer, que evaluó los resultados de la Conferencia mundial de Pekín, de hace cinco años. El objetivo de la cumbre, en la que participaron más de 10 mil delegados y delegadas de 180 naciones, era el de elaborar un documento aprobado por la Asamblea que sirviera de guía para garantizar la defensa y promoción de los derechos de la mujer. El texto se terminó de negociar a las 4 de la mañana del sábado 10 de junio, cuando quedaban porquísimas horas para que sonara el campanazo de la hora límite.
La polémica ya se había ido gestando en los meses anteriores, pero estalló en las primeras sesiones de la Asamblea, que duró toda la semana pasada. Algunas delegaciones y organizaciones no gubernamentales, entre quienes se encontraba Amnistía Internacional, acusaron a la Santa Sede de hacer una santa alianza con países fundamentalistas islámicos (como Irán, Libia, Argelia, Marruecos y Sudán).
Las delegaciones de Estados Unidos y de los países europeos pretendían dar un paso más, tras la Conferencia de Pekín de 1995, e introducir en el documento general algunas nociones totalmente desconocidas en el Derecho internacional. De este modo, propusieron la adopción de derechos sexuales, que incluye la imposición del aborto, el respeto de orientaciones sexuales que implican el reconocimiento legal de las parejas de hecho, o la adopción de niños por parte de parejas homosexuales. Esta propuesta llegaba a negar el derecho a la objeción de conciencia de los médicos a los que se les quería obligar a abortar.
UNA INTERVENCION DECISIVA
La intervención de la representante de la Santa Sede, en este momento, fue decisiva: habló, en nombre del Papa, la nigeriana Kathryn Hauwa Hoomkwap, quien recordó: Millones de mujeres tienen problemas como el de la falta de comida, agua, educación, trabajo, y están sometidas a violaciones de los derechos humanos. Son emergencias graves a las que se les debería dar la precedencia. Las delegaciones de los países ricos, en vez de atender estos problemas de la mujer, enarbolaban la bandera del feminismo radical de los años setenta.
Países africanos, liderados por Senegal, denunciaron el imperialismo sexual que quería imponer la Conferencia y se opusieron a las propuestas de las delegaciones de Estados Unidos y Alemania, dejándolas en minoría. Pero incluso estas mismas delegaciones sufrieron serias divisiones. El miércoles anterior, 30 miembros del Congreso de Estados Unidos publicaron un documento común para condenar la posición de la Administración Clinton en materia de derechos sexuales, así como la propuesta de imponer el aprendizaje de prácticas abortistas en el personal sanitario. Cartas parecidas fueron enviadas por parlamentarios europeos y canadienses. Estas divergencias hicieron que la influyente líder de la delegación alemana, Patricia Flore, abandonara las negociaciones antes de que terminaran.
De este modo, el documento final, si bien tiene todavía algunos pasajes que no comparte la Santa Sede, ha dejado a un lado la adopción de imposiciones que, en vísperas del encuentro, parecían descontadas. El arzobispo Renato Martino, Observador permanente ante las Naciones Unidas, manifestó su satisfacción por los resultados alcanzados. La Santa Sede trabajó para afrontar los grandes problemas: lucha contra la pobreza, contra el tráfico internacional, y contra la falta de educación y de asistencia sanitaria de las mujeres. Al mismo tiempo, ha pedido que se destinen recursos económicos, por ejemplo a través del microcrédito, para promover programas de desarrollo de la mujer, y ha denunciado los efectos negativos de las sanciones económicas en las poblaciones civiles.
Silvia Costa, que al final de la Asamblea guió la delegación italiana, ha expresado su satisfacción por los progresos que se han dado en la lucha contra la violación de derechos humano, reconociendo que la Santa Sede ha tenido un papel muy positivo.
Según Costa, en ciertas ocasiones, las delegaciones occidentales han dado la impresión de ocuparse más de los derechos individuales de sus ciudadanas, que del bienestar general de las mujeres.
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