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La persona, más que sexo

Gay Pride (Orgullo homosexual) ha elegido este año Roma como principal foco de manifestación pública. El hecho de que haya sido precisamente en la Ciudad Eterna, cuando miles de peregrinos vienen a cruzar la Puerta Santa, ha sido percibido obviamente como una provocación. La Iglesia como ha señalado el dominico Georges Cottier, teólogo de la Casa Pontificia recuerda la verdad sin ofender a las personas, pues la persona no puede reducirse al sexo. He aquí lo esencial de la Carta Sobre la atención pastoral a los homosexuales, que publicó en 1986 la Congregación para la Doctrina de la Fe:

La moral católica está fundada sobre la razón humana, iluminada por la fe y guiada conscientemente por el intento de hacer la voluntad de Dios, nuestro Padre. Ya la Declaración sobre algunas cuestiones de ética sexual, de 1975, de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tenía en cuenta la distinción entre tendencia homosexual y actos homosexuales. Estos últimos venían descritos, privados de su finalidad esencial e indispensable, como intrínsecamente desordenados, que no pueden recibir aprobación. La particular inclinación de la persona homosexual, aunque en sí no sea pecado, constituye una tendencia, más o menos fuerte, hacia un comportamiento intrínsecamente desordenado desde el punto de vista moral.

Dios crea al hombre a su imagen y semejanza como varón y hembra. Los seres humanos son criaturas de Dios llamadas a reflejar, en la complementariedad de los sexos, la unidad interna del Creador. Realizan esta tarea, de manera singular, cuando cooperan con Él en la transmisión de la vida, mediante la recíproca donación esponsal. Esta verdad sobre la persona humana se oscureció por el pecado original, del que se sigue inevitablemente una pérdida de la conciencia del carácter de alianza que tenía la unión de las personas humanas con Dios y entre sí. No puede haber duda acerca del juicio moral expresado contra las relaciones homosexuales. El Levítico (18, 22 y 20, 13) excluye del pueblo de Dios a quienes tienen un comportamiento homosexual.

DIGNIDAD

En un pasaje de su epistolario, san Pablo presenta el comportamiento homosexual como un ejemplo de la ceguera en la que ha caído la Humanidad, suplantando la armonía originaria entre el Creador y las criaturas.

Sólo en la relación conyugal puede ser moralmente recto el uso de la facultad sexual. Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el significado del designio del Creador en relación con la realidad sexual. La actividad homosexual no expresa una unión complementaria capaz de transmitir la vida, y contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de autodonación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Eso no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la autocomplacencia.

Como sucede en cualquier otro desorden moral, la actividad homosexual impide la propia realización y felicidad, porque es contraria a la sabiduría creadora de Dios. La Iglesia, cuando rechaza las doctrinas erróneas en relación con la homosexualidad, no limita, sino más bien defiende la libertad y la dignidad de la persona, de modo realista y auténtico.

Hoy un número cada vez mayor de personas, aun dentro de la Iglesia, ejercen una fortísima presión para aceptar la condición homosexual y legitimar los actos homosexuales. Aunque no en un modo plenamente consciente, manifiestan una ideología materialista que niega la naturaleza trascendente de la persona.

La Iglesia no puede dejar de preocuparse y mantiene firme su clara posición al respecto. Es consciente de que la opinión, según la cual la actividad homosexual sería equivalente, o por lo menos igualmente aceptable, a la expresión sexual del amor conyugal, tiene una incidencia directa sobre la concepción que la sociedad tiene acerca de la naturaleza y de los derechos de la familia, poniéndolos seriamente en peligro.

Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, acciones y legislaciones. También en las personas con tendencia homosexual se debe reconocer aquella libertad fundamental que caracteriza a la persona humana y le confiere su particular dignidad. Como en toda conversión del mal, gracias a esta libertad, el esfuerzo humano, iluminado y sostenido por la gracia de Dios, podrá permitirles evitar la actividad homosexual.

¿Qué debe hacer entonces una persona homosexual que busca seguir al Señor? Está llamada a realizar la voluntad de Dios en su vida, uniendo al sacrificio de la cruz del Señor todo sufrimiento y dificultad que pueda experimentar a causa de su condición. Las personas homosexuales, como los demás cristianos, están llamadas a vivir la castidad.

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