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La canonización de Escrivá de Balaguer no es un momento de triunfo sino de humildad
El prelado del Opus Dei, Javier Echevarría, habla para ABC de la importancia para el conjunto de la Iglesia de la canonización, mañana, del fundador de la Obra, Josemaría Escrivá de Balaguer
«Os dejo, como herencia, el buen humor», decía de vez en cuando Josemaría Escrivá y, una vez más, su palabra se ha cumplido. Su actual sucesor al frente del Opus Dei, monseñor Javier Echevarría, sonríe con ojos chispeantes y elimina las distancias con una broma a la menor oportunidad. La sede de la Prelatura, en la calle Bruno Buozzi, sorprende por su agradable aire de casa de familia, y la bienvenida del Prelado es cordial, hogareña. Se le nota contento, pero el rasgo más llamativo es su sencillez, la absoluta tranquilidad en un momento en que la canonización del fundador bien justificaría un poco de triunfalismo. Vivir con un santo durante un cuarto de siglo es privilegio de muy pocas personas. Javier Echevarría llegó a Roma como un joven estudiante de Derecho en 1950 y comenzó a colaborar con monseñor Escrivá de Balaguer en 1953, compartiendo con el fundador las jornadas agotadoras, los disgustos y las alegrías de extender la Obra por el mundo antes de que fuese Prelatura personal. Monseñor Echevarría es el testigo por antonomasia de una vida de santidad. Mañana, en la Plaza de San Pedro, abrazará al Papa en una ceremonia de canonización que abre, para siempre, la etapa de madurez del Opus Dei.
-Monseñor Echevarría, ¿cómo se siente al ver que la Iglesia rinde homenaje al fundador del Opus Dei y consagra su mensaje?
-Muy feliz, por el cariño que tengo a quien sigo llamando «Padre». A la vez, sé que a él no le gustaba llamar la atención, estar en el candelero. Su lema constante era «ocultarse y desaparecer, que sólo Jesús se luzca». Ahora, desde el Cielo, seguirá diciendo: «Para Dios toda la gloria».
-En todo caso, mañana no conseguirá ocultarse...
-Es cierto, pero las canonizaciones no son un acto de homenaje. Son la confirmación de la vida ejemplar de una persona y, sobre todo, de la acción de la gracia divina en su alma. Son ocasiones para renovar el deseo de convertirnos, de ser más fieles a Cristo. En ese deseo de conversión diaria, que debe continuar después del 6 de octubre, confluyen todos mis sentimientos desde que supe la fecha de la canonización.
-El interés mundial es enorme. ¿Considera el Opus Dei este momento como un triunfo?
-En absoluto. Sería no sólo empequeñecer la Obra sino empequeñecernos personalmente. Mire usted, un cristiano no viene a triunfar en la Tierra sino a trabajar, utilizando el prestigio personal para servir a la Iglesia, a la sociedad y a las almas. Nuestro fundador nos repitió que la gloria del Opus Dei es no tener gloria humana; es servir a todas las almas, sin discriminación alguna. La canonización del fundador no es un momento de triunfo sino de humildad.
-¿Por qué de humildad?
-Porque es una buena ocasión de comparar la propia vida con el ideal que nos enseñó y, sobre todo, que él encarnó en su vida. La distancia será aún más clara cuando, con el paso del tiempo, se comprenda todavía mejor la grandeza de su figura. Tenemos que ser muy humildes. Josemaría Escrivá se esforzaba por ocultarse y desaparecer para que quedase más claro que la Obra era de Dios. Él se consideraba tan sólo «un instrumento inepto y sordo». Esto nos enseña a descubrir que la grandeza de la persona humana es dejar actuar a Dios en la propia alma, y cooperar con responsabilidad.
-Escrivá de Balaguer «democratizó» la santidad, y el Papa lo propone ahora como ejemplo a toda la Iglesia. Pero ¿cómo pueden imitar a un sacerdote las mujeres y los hombres de a pie, que llevan una vida completamente distinta y afrontan problemas muy diferentes?
-El beato Josemaría repitió con insistencia machacona que él no era el modelo: el único modelo es Cristo y el modelador es el Espíritu Santo. En una canonización, la Iglesia no invita a imitar la personalidad de un determinado santo, sino a aprender, mirando a ese santo, a imitar a Cristo. Y el beato Josemaría, sacerdote secular que amaba el mundo y la secularidad, nos invita a imitar a Cristo en todo momento y en todo lugar, en las diversas circunstancias de la vida ordinaria. Estoy persuadido de que la figura de San Josemaría será siempre muy actual. La mejor respuesta a sus preguntas sobre el Opus Dei será la Plaza de San Pedro durante la ceremonia de la canonización. Se encontrará decenas de miles de personas corrientes que nunca salen en los periódicos, que pasan sus apuros para llegar a fin de mes, que intentan ser felices procurando estar cerca de Cristo cada día. Y que han venido a Roma para agradecer a Dios el regalo de un santo que les ha ayudado a descubrir la grandeza de su vocación cristiana.
-¿Cómo fue la batalla de Josemaría Escrivá para que la Santa Sede aceptase en el Opus Dei como cooperadores a mujeres y hombres no católicos e incluso no cristianos?
-El término «batalla» no es apropiado. La petición que presentó, en los años cuarenta, para admitir como cooperadores del Opus Dei a otros cristianos no católicos y también a no cristianos, constituía una novedad, y por eso no fue aceptada en un primer momento. Nuestro fundador no se desanimó, e insistió en su petición. Se trataba de un respetuoso forcejeo que en absoluto enturbiaba la estima recíproca entre el fundador del Opus Dei y sus interlocutores. Finalmente, ya en 1950, la Santa Sede acogió esa demanda de Josemaría Escrivá, que manifiesta su apertura, su amplitud de corazón y su respeto a la libertad de las conciencias.
-O sea, que fue «respetuoso», pero forcejeó...
-Ese episodio es significativo, porque resume la actitud de fondo del beato Josemaría en todo el proceso fundacional y, al mismo tiempo, refleja la sabia prudencia de gobierno de la Santa Sede. Monseñor Escrivá sabía que estaba planteando cuestiones nuevas, pero deseaba proceder siempre de acuerdo con el Papa y los obispos, con amor y respeto a la autoridad de la Iglesia. -En el Congreso Internacional del pasado enero con motivo del Centenario, el Gran Rabino Ángel Kreiman, vicepresidente del Consejo Mundial de las Sinagogas, explicaba que Escrivá desarrolló la teología de la Creación por Dios y de su perfeccionamiento por el hombre, central en el Antiguo Testamento. ¿Puede ser la santificación del trabajo un punto de encuentro con nuestros «hermanos mayores»?
-Conservo un grato recuerdo de mi encuentro con el Gran Rabino Ángel Kreiman, a quien testimonié mi afecto por el pueblo judío durante ese Congreso Internacional, en el que pude saludar también a varios participantes hindúes y musulmanes. Los cristianos compartimos con el pueblo judío la fe en el Dios verdadero y en la Creación, y el aprecio por el trabajo. El fundador del Opus Dei solía subrayar la importancia de unas palabras del Génesis, el primero de los libros del Antiguo Testamento: Dios colocó al hombre sobre la tierra para que la dominara con su trabajo y la hiciera rendir en beneficio suyo y de los demás. Hay muchos motivos para la estima recíproca y la colaboración.
-La biografía escrita por Vázquez de Prada cita unas notas del diario de Escrivá en las que relata el descubrimiento intensísimo de la filiación divina el 16 de octubre de 1931 mientras viajaba en un tranvía madrileño leyendo el ABC. Aquella «oración más subida», según sus notas, ¿tuvo como espoleta casual alguna de las noticias de aquel día?
-Efectivamente, el apunte indica que estaba leyendo el diario ABC, pero no precisa más. En esas notas no consta si su oración estaba o no relacionada directamente con lo que acababa de ver en esas páginas. Muchas veces recordó la oración de aquel día: aseguraba que advirtió con luz nueva esa verdad cristiana fundamental que es el amor paternal de Dios. Dios no es jamás indiferente a la suerte de los hombres. Es un Padre que, con frase de Camino, nos ama más que todas las madres del mundo juntas puedan amar a sus hijos.
-Usted habrá vivido junto al fundador otras jornadas de gran intensidad espiritual. ¿Cuáles recuerda de modo más vivo?
-Aunque no ocultaba la situación de su alma, no le gustaba hablar en detalle del trato con Dios que llenaba sus jornadas. Recuerdo que un día de noviembre de 1973 nos contaba algo que le había sucedido la víspera. Durante un momento de oración con el Señor, se había sentido movido a escribir unas palabras en latín: «Tenui eum, nec dimittam, lo tengo agarrado y no lo soltaré». Son palabras que expresaban todo su amor, sus deseos de unión con Dios y de fidelidad hasta la muerte. Y nos decía: «Llevaba yo dos días con esta comezón. No son locuciones de Dios. Son inquietudes que pone en el alma, que no descansa hasta que las descubre».
-¿Y qué gestos recuerda de modo más personal porque se refieran a usted? ¿Cómo era, de cerca, el fundador del Opus Dei?
-Yo le conocí en el año 1948. Monseñor Escrivá pasaba unos días en Madrid, y yo acudí, con otros miembros del Opus Dei, a una tertulia en la que nos habló con gran fuerza de fidelidad a la vocación cristiana que habíamos recibido de Dios. Después nos invitó a tres de nosotros a acompañarle en un viaje rápido a Segovia, donde tenía que hacer algunas gestiones. Lo recuerdo muy bien: estuvo cantando, bromeando, riendo, y también hizo consideraciones muy sobrenaturales. Aquel día me quedó muy claro que el Opus Dei es una familia, y su fundador, un padre para todos nosotros.
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