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Una ventana abierta sobre lo que es el Opus Dei
La publicación de unas «Fuentes para la historia del Opus Dei» por la editorial Ariel, abre a los historiadores una ventana de nuevas perspectivas que permiten acercarse al conocimiento directo de este movimiento religioso, tan asociado al cambio de la Iglesia en relación con el mundo. Federico María Requena y Javier Sesé no se han propuesto ni escribir una biografía de quien pronto va a ser llamado San Josemaría, ni una historia de este movimiento, que fue Pia Unión, Instituto Secular y finalmente Prelatura, y al que comúnmente llamamos Opus Dei. Lo que han hecho es recoger materiales, que a ellos parecían puntuales e indispensables, y ponerlos a disposición de cualquier lector, creyente o no, dejando que él saque las consecuencias. A mi juicio la novedad principal consiste en que documentos y textos, que fueron pensados para instrucción de los miembros, en un uso por así decir limitado, se convierten ahora en bien común, acceso directo, a fin de que los historiadores contemporáneos -y cualquier persona, culta, naturalmente- puedan extraer las oportunas consecuencias. La operación puede compararse con la apertura de una ventana.
El Opus Dei es una empresa reciente y, aunque ha dejado atrás su etapa fundacional, se encuentra todavía dentro de ese período que los historiadores que nos ocupamos de la vida de la Iglesia, solemos calificar de formación. La Historia de la Iglesia presenta, cada cierto tiempo, signos de saltos «de naturaleza cuántica», si se me permite la expresión, que multiplican y pluralizan sus dimensiones. Primero fue el monacato, en el siglo V, que cambió la estructura de Europa, aplicando a ella dimensiones polifacéticas pero guiadas por un mismo sentimiento de servicio. Vino luego la dimensión mendicante que permitió penetrar dentro de la sociedad urbana que indicaba el cambio en la europeidas. Más tarde la conquista de la gran dimensión intelectual que significaron la Compañía de Jesús y otras empresas, y el siglo XX ha presenciado el comienzo de una incorporación de las dimensiones laicales. Como ninguna de estas dimensiones se extingue ni se abandona, el resultado es un crecimiento sostenido.
Entendemos, pues, que lo que va a caracterizar al siglo XXI y, probablemente, a un tiempo posterior, es este desarrollo de la dimensión apostólica laica dentro de la Iglesia. La primera enseñanza que se recoge en el acceso directo a estos textos íntimos, en cuanto que se escribieron para la atención espiritual de grupos y personas muy concretos, es que no se trataba de ningún exclusivismo, sino de poner sobre la mesa una doctrina que la Iglesia había sostenido aunque algunas veces se olvidara su explicación. Es la misma que el Concilio Vaticano II resaltaría con especial énfasis al referirse a la llamada universal a la santidad. Los textos del beato Escrivá, los testimonios de los protagonistas, los documentos oficiales de la Iglesia, y los demás, que ahora se nos ofrecen, no dejan lugar a duda. El Opus Dei, como los otros y variados movimientos laicales coinciden con ese cambio que, en relación con el mundo, ha significado el Concilio Vaticano II.
No se trataba, en este caso, de ningún cambio o reforma, sino de una ampliación: dotar a la Iglesia de nuevos resortes. El Concilio, en actitud de servicio, renunciando a cualquier censura o sentencia condenatoria, no ha pretendido otra cosa que proyectar nueva luz sobre una doctrina que, en ellas, posee valor permanente. Lo nuevo consiste, sin embargo, en esa actitud de servicio. El Opus Dei acepta la cooperación incluso de no católicos o de no creyentes, si de algún modo con ello se contribuye a alcanzar el bien último del hombre. Leyendo despacio los textos a que nos estamos refiriendo podemos fácilmente descubrir que, en esa afirmación de cristianismo -«poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas»- hay un esfuerzo para enfrentarse con los problemas del mundo desde una línea de conducta que implica nueva disposición del ánimo. Es posible que muchos, obsesionados por la primacía que se otorga a la política, la encuentren difícil de entender. Renunciando a cualquier directriz política, ya que lo mismo que cada cristiano, el miembro del Opus Dei tiene opción libre, los tres dirigentes que sucesivamente han hecho cabeza, el beato Escrivá, monseñor Álvaro del Portillo y el prelado Javier Echevarría, insisten, en estos escritos, que no estaban en principio dirigidos al gran público, en esa cuestión esencial: las tareas del Opus Dei están orientadas a conseguir tan sólo una conversión interior, que debe permitir la reorientación de la existencia humana.
Desde 1928 hasta 2002 ha transcurrido un largo período de tiempo. Estamos ahora en condiciones de entender -algo que Salvador Bernal ya explicara y, con mayor precisión ha demostrado un historiador de talla, Andrés Vázquez de Prada- las etapas de crecimiento, señaladas a veces por fuertes contradicciones, hasta que el Opus Dei consiguiera llegar a ser lo que es, la primera Prelatura personal dentro de las coordenadas del Concilio. Aunque haya nacido en España, y esto mueva a algunos autores a fijarse con exceso en la dimensión española, es esencialmente romano, quiere decirse, vinculado íntimamente a las directrices del Romano Pontífice. Y tiene una proyección universal. No se trata de ningún cambio sobre la marcha. Según los doctores Requena y Sesé, «la naturaleza teológica, espiritual y pastoral del Opus Dei, poseía un núcleo originario que ya estaba completo desde el principio». De este modo la historia que ellos tratan de presentar, y no de interpretar, es la de un crecimiento, hasta alcanzar dimensiones universales.
Una nueva dimensión en la vida y estructura de la Iglesia, confirmatoria del desprendimiento que se ejecutó después de 1870, cuando el Papa se vio liberado de las obligaciones de una administración territorial. Desde entonces ha podido caminar con apoyaturas más neumáticas, es decir, menos asidas a los bienes de este mundo. Al mismo tiempo, ha estado en mejores condiciones para penetrar en ese mundo. La nueva dimensión laical constituye, pues, enriquecimiento, cuyas consecuencias es muy pronto todavía para que puedan medirse en toda su extensión. Son todavía pocos los documentos y textos publicados; por fortuna hay noticias de que es muy abundante la serie de los que, con ocasión del proceso de canonización, y también de otros esfuerzos investigadores, se han recogido. Es importante recomendar a los investigadores que deben ocuparse de tan importante tema, que se atengan al consejo de Ranke: los acontecimientos deben exponerse «wie es eigentlich gewessen», como sucedieron en realidad.
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