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Dios cree en la ciencia

Por un reportaje de Arcadi Espada publicado en el diario «El País» el 7 de marzo, me entero de que ha producido revuelo y gran indignación entre los matemáticos y científicos del país la publicación de un artículo de don Baltasar Rodríguez Salinas, catedráticdo jubilado de Análisis Matemático en la Complutense, «Sobre los big bangs y el principio y el final de los tiempos del Universo», en la «Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales», donde, mediante un razonamiento fundado a la vez en la teoría de conjuntos y en ciertas proclamaciones de físicos actuales acerca de «universo» y conceptos relacionados, demuestra la existencia de Dios, confirmando la 2ª de las 5 vías de Santo Tomás.

Lo que aquí nos importa no es el estrepitoso artículo del Dr. R. Salinas (del que ya me había llegado noticia gracias al Prof. Caramés, que suele tenerme al tanto de estos avatares de las ciencias), sino esa reacción que ha desencadenado entre algunos doctos indignados de que nada menos que la Revista de la Real Academia haya podido dejarlo pasar como una pieza de matemática seria y publicarlo. Ese escándalo es bastante revelador de cómo anda la matemática y sus relaciones con la Ciencia de la Realidad en nuestros tiempos. Pues cada día se publican y divulgan, a nombre de científicos reconocidos y laureados, de Hawkins para abajo, especulaciones acerca de un modelo de universo o de pluralidad de universos, acerca del principio y del fin del tiempo (sin que el sinsentido de que el tiempo empiece les arredre para nada), acerca también de «el Hombre», o sea de la aparición de la conciencia entre las obras de la realidad y las posibilidades de otras formas de conciencia en otras regiones del cronotopo, y otras tales ideas o imaginerías que alcanzan a la difusión entre los creyentes, pero se pretenden fundadas en cálculo riguroso; y que no se diferencian en nada importante de las del Dr. R. Salinas, salvo que no suelen sacar a relucir el nombre de Dios de una manera tan descarada y ajena a los usos del dialecto científico dominante. Y esas formulaciones de creencias se hacen en medio y a pesar de la situación en que de verdad se encuentran las teorías físicas; de la que, más que por los libros, puede uno apercibirse por las muchas comunicaciones que cada día envían a la Red algunos físicos o matemáticos relativamente honestos y libres del servicio a la ortodoxia, llevados por la pasión misma de los problemas: dudas y contradicciones, lo primero, sobre si el aparato matemático de la Física cuántica puede, según Einstein aún lo deseaba, referirse a la Realidad y dar cuenta de ella, o si debe renunciarse a tal pretensión y reconocer que esa Ciencia, de tan gran poder de acierto en sus predicciones y consiguiente formidable éxito en sus aplicaciones técnicas y especialmente informáticas, no tiene mucho que ver con el descubrimiento o revelación de la Realidad; dudas de qué son las probabilidades (el lenguaje esencial de esa Ciencia), si debe atribuírseles una condición física, como propiedades de los elementos subatómicos o de los campos, o si son lógicas sin más (epistémicas dirá alguno), pertenecientes al lenguaje y no a las cosas de que habla; y otras muchas que a cada paso surgen, sobre la posibilidad o no de una «cosmología cuántica», sobre cómo abordar la cuestión pendiente de la, por así llamarla, gravitación universal, o nuevas formas del problema de la intervención del observador en lo observado, que llevan a la cuestión de «conciencia» (esto es, capacidad de recibir y de interpretar información), que muchos piensan consecuentemente que debe atribuírseles a los fotones mismos, de los cuales, en el famoso esperimento, uno (si aquí tiene sentido decir «uno») debe a la vez pasar por los dos orificios y a la vez por uno solo de ellos, como un peatón cualquiera.

De todas las cuales apasionantes dudas está claro, para quien se deje, que no pueden rigurosa o legítimamente deducirse esas proclamaciones acerca de universos o tiempos o materias y antimaterias y demás que se divulgan entre la gente. Más habría tal vez valido que los científicos serios que se indignan de la intromisión del Dr. R. Salinas y de Dios en los campos de la Ciencia se hubieran molestado en denunciar los fallos de rigor y trampas, que se dan sin duda, en su cadena de teoremas, demostraciones y corolarios, y que nos esplicaran en qué se diferencian de los saltos mortales que se dan, sin duda, igualmente en las especulaciones de los físicos serios y honorables. Al fin, se trata de dos maneras de Fe. En su comentario Arcadi Espada cita oportunamente, a nombre de la bióloga y cadémica Margarita Salas y otros firmantes, el reciente Pacto de Estado por la Ciencia, del que reproduce, acerca del (poco) desarrollo de la Ciencia en España, el siguiente párrafo: «Sólo la producción de ciencia de calidad puede equilibrar los indicadores, hacer más competitiva una economía basada en el conocimiento y dar el salto cualitativo que precisa para situarse en la vanguardia

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