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El sentido de la canonización
Me comentaba un catalán afincado en Nigeria que el mensaje del beato Josemaría Escrivá ha echado raíces en ese país. Casi un millar de peregrinos, vestidos en vivos colores, acudirán a la ceremonia de canonización. Cerca de 500 japoneses se acercarán también a la plaza de San Pedro, para participar junto al Santo Padre de la alegría de ver en los altares al santo de la vida corriente. Otros muchos también participaremos de la misma alegría.
Dios ha suscitado en la Iglesia diversidad de caminos para llegar a conocerle y amarle. El beato Josemaría amaba profundamente todos estos caminos y a todas las personas que decidían seguir a Cristo; y constato que son muchos los testimonios de religiosos y religiosas que recuerdan cómo los alentaba a vivir su vocación con plenitud.
El camino que Dios hizo ver al beato Josemaría fue el de la santificación de las realidades ordinarias de cada día: la familia, el trabajo, los deberes sociales, los amigos. Esto supone un esfuerzo diario, constante, por imitar a Cristo, tal como han hecho siempre los santos. De ellos podemos aprender a tratar con Dios un poco más cada día, la valentía por defender unos ideales, la superación personal delante de las adversidades diarias y la entrega a los demás.
El modelo de todos los santos siempre ha sido Jesucristo. Por eso, esta canonización conlleva, por parte de la Iglesia, un mensaje más de esperanza para el hombre y la mujer de hoy. Es posible, en el siglo XXI, tratar y amar a Dios mediante el ejercicio de la profesión, el cuidado de la familia y la preocupación por los demás.
Ya en vida, el ejemplo del beato Josemaría ayudó a muchos en su lucha por adquirir las virtudes cristianas y ser útiles a los demás. Su fama de santidad se ha extendido en los cinco continentes. Hoy son miles los fieles que le ven como una figura cercana, y acuden a él con familiaridad para pedir que interceda por ellos delante de Dios.
Una canonización es una carta abierta que la Iglesia envía a los hombres y mujeres de todo el mundo. En este caso, les anuncia el mensaje de la santificación de las realidades ordinarias, un camino que acerca al común de los hombres y mujeres a Dios.
Es, también, para todos los que le conocimos o hemos experimentado su ayuda, un motivo de entrañable alegría. Y junto con la Iglesia, también se alegran personas no católicas, incluso no cristianas, se sienten atraídas por este mensaje, que es realizar el trabajo en servicio a Dios y a la humanidad. Por eso, no es de extrañar que, desde diversos puntos de este mundo nuestro -también de Cataluña- haya quienes, sin haber recibido el don de la fe cristiana, decidan acudir a Roma para sumarse a su canonización.
Ciertamente, fue para los que le conocieron un amigo que sabía querer, que se preocupaba por sus problemas y se implicaba en ellos. Pero al mismo tiempo, fue también un maestro de oración que animó a todos a buscar la santidad en el lugar en el que cada uno se encuentra. Lo predicó con su vida, una vida que pasa a formar parte del patrimonio universal de la Iglesia.
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