» Historia de la Iglesia » Concilios Ecuménicos » Concilio Ecuménico Vaticano II
¿Sin Concilio? Iglesia dividida
Me piden que me aventure por el espacio virtual de la «ucronía», que como explica el diccionario, es «la construcción de la historia hecha sobre la base de eventos hipotéticos». Vamos, la historia hecha a base de «y si ». En este caso, a los cuarenta años del Concilio, se trata de «si no se hubiera celebrado el Vaticano II, ¿qué sería de la Iglesia?». Es una pregunta que, probablemente, no se puede plantear, pues un creyente se identifica con la sentencia definitiva del «cura rural» de Bernanos: «Todo es Gracia». En consecuencia, todo es Providencia, ya que a pesar de los errores de los cristianos, Cristo guía a su Iglesia por los senderos justos. Y el Espíritu Santo sugiere las palabras adecuadas a los Pastores, en especial si se encuentran unidos en solemne asamblea conciliar, presididos por el Sucesor de Pedro. Con semejante perspectiva, no sólo es inútil sino que (quizá) vagamente blasfemo recrearse con los «si»: del mismo modo que los que le precedieron, el vigésimo primer concilio general de la «Catholica» se enmarca, no podía ser de otro modo, dentro de un diseño providencial.
Detrás de esto se encuentra la mayor contradicción de la Fraternidad San Pío X, la comunidad fundada por monseñor Lefebvre, que querría borrar el Vaticano II y volver a comenzar todo desde el final del pontificado de Pío XII, magnífico por lo demás. Y es que, a menos que nos planteáramos la hipótesis de un Dios sádicamente burlón, ¿podemos pensar que el Pueblo al que Cristo prometió su ayuda diaria haya podido ser conducido tanto tiempo y de manera tan grave fuera de su camino? Es más. Los lefebvrianos denuncian sobre todo la «protestantización» de la Iglesia de Roma, tanto en la doctrina del Vaticano II como en su aplicación concreta. Pero la suya es una denuncia que corre el riesgo de fundarse en las mismas categorías utilizadas por Lutero, Calvino o Zwinglio, es decir, la traición de la ortodoxia por parte del Magisterio, el alejamiento de la letra del Evangelio y de la enseñanza de los Padres, la contaminación litúrgica y pastoral. Razones por las cuales proponen la necesidad de un retorno a la Tradición auténtica, arrancándole las adherencias recientes. Esta reclamación parece crear paradójicas sintonías entre los Reformadores del XVI y los Tradicionalistas del 2000. Mientras que para el católico consciente de la lógica del catolicismo, la «verdadera» Iglesia únicamente es aquella que realmente existe; el único magisterio «auténtico» es el de los Pastores del momento; la única Tradición es la que vive en el Papa reinante. Católico es reconocerse en la Iglesia «tal y como está» (lo que no significa, se entiende, renunciar al esfuerzo por mejorar siempre su rostro humano). Lo católico se vive en la vida concreta, sin perseguir esquemas ilusorios de una «pureza» ideal. Católico es ser fieles al Creo de siempre, aceptando su profundización, su actualización, para los cuales la Jerarquía tiene un misterioso carisma, garantizado por el Espíritu Santo. No hay cisma o herejía que no surjan del inconformismo con la realidad eclesial concreta y de la búsqueda de un Evangelio «puro», de la reclamación de Pastores realmente «fieles» al proyecto de Cristo, de la nostalgia de una Tradición «auténtica». Pero es que justamente éste es el camino que conduce a la secta y al grupito. En cambio el católico, a pesar del polvo y el sudor, camina entre la multitud del pueblo, donde el grano y la cizaña, la santidad y la infamia se mezclan de manera inseparable, pero donde la Jerarquía - designada como cree la fe por el Espíritu mismo - puede tropezar en incertezas, temores e incluso equivocaciones, pero desde luego no puede conducir fuera del camino al pueblo que se le ha confiado.
Por lo tanto, hay lo que hay. Y así está bien. Porque desde la perspectiva del creyente, no hay nada casual, sino que todo se inscribe dentro de un proyecto providencial, pero siempre conscientes de que el compromiso personal es obligado: «Ecclesia semper reformanda». A pesar de esto, ¿qué pasaría si quisiéramos contradecirnos y mirarlo todo desde una perspectiva solamente humana, aceptando jugar con el «y si»? Pues bien, justo a partir de los años 60, cuando iniciaba lo que, a falta de un término mejor, hemos denominado «posmodernidad», es probable que una Iglesia sin Concilio hubiera comenzado a dividirse irremediablemente en las dos «almas» que en ella convivían. Ante los ataques a la fe por parte de la increencia, y a la moral por parte de la secularización, el ala «conservadora» se habría radicalizado cada vez más, hasta encastillarse en una especie de última reserva desde la que lanzar anatemas e imprecaciones. Por su parte, el ala «progresista», también por reacción, habría corrido al encuentro de un mundo nuevo, «abriéndose» cada vez más hasta perder la especificidad cristiana, convirtiéndose en una especie de humanismo, políticamente correcto, adaptado a las modas culturales, con el toque esporádico de alguna referencia bíblica o de una inocua alusión a los «valores». Cuando los historiadores intenten una valoración del pontificado de Juan Pablo II, se verá cuál ha sido su Gran Proyecto. En definitiva, por un lado la recuperación fuerte de la especificidad católica, desde los grandes dogmas hasta las devociones de la religiosidad popular. Y por otro lado, la máxima apertura a los otros, sean quienes sean: desde las diversas confesiones y religiones, hasta las ideologías más laicas. Un gran esfuerzo, el de Wojtyla, no sólo para mantener unidas las dos «almas» de la Iglesia que podían haber ido cada una por su lado, sino también para superar las antinomias, para alcanzar una nueva síntesis católica que interactuase con la cultura exterior a ella. Semejante proyecto, perseguido tenazmente desde hace ya veinticinco años, habría sido impensable sin aquel Concilio en el que aquel joven obispo fue uno de los autores decisivos de la síntesis conclusiva del Vaticano II, la «Gaudium et Spes».
Vittorio Messori analiza una hipotética situación: ¿qué hubiera pasado en la Iglesia católica si no se convoca y desarrolla en plena época de la posmodernidad el Concilio Vaticano II? 40 años nos separan de ese gran evento
Del director
- Islandia: primer país sin nacimientos Síndrome de Down, el 100% son abortados
- 9 cosas que conviene saber sobre el Miércoles de Ceniza
- Juan Claudio Sanahuja, in memoriam
- Trumpazo: la mayoría de los católicos USA votaron por Trump (7 puntos de diferencia)
- Mons. Chaput recuerda y reitera en su diócesis la necesidad de vivir la castidad a los divorciados que se acerquen a la Confesión y la Eucaristía
- Cardenal Sarah, prefecto para el Culto Divino, sugiere celebrar cara a Dios a partir de Adviento
- Medjugorje: Administrador Apostólico Especial. Por ahora no parece.
- Turbas chavistas vejan y humillan a seminaristas menores