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¿Cuándo nacieron los evangelios?. Hallazgo de un valioso testimonio histórico.
Desde hace varios años la Fundación San Justino, de Madrid, está realizando un intenso estudio sobre el sustrato arameo de los evangelios, que además de resolver grandes dificultades contenidas en su versión griega, se está manifestando un argumento decisivo en favor de la antigüedad y del valor histórico de los relatos evangélicos. No obstante, su historicidad quedaría fuertemente reforzada si tuvieramos un testimonio escrito, cuya fecha nos fuese perfectamente conocida y de la mayor antigüedad, que hablase de la existencia en la Iglesia naciente de escritos que servían para proclamar el Evangelio. Pues bien, este testimonio creemos haberlo hallado en san Pablo, en un pasaje de 1Corintios y en tres pasajes de 2Corintios; se trata de pasajes famosos ya de antiguo por su oscuridad o extrañeza.
Por una afortunada coincidencia surgió en nosotros la sospecha de que san Pablo no dictó las cartas directamente en griego sino en arameo, y luego fueron traducidas al griego por un colaborador cuya lengua materna era sin duda alguna la griega, pero con un conocimiento imperfecto del arameo. Esto sumado a la extrema dificultad que entrañaba el traducir textos arameos escritos casi exclusivamente con consonantes, explica la cantidad de pasajes cuyo griego es ininteligible y cuya redacción es caótica.
En 2Cor 1,13, por ejemplo, el griego dice literalmente: Porque no os escribimos otra cosa sino lo que leéis. Esta afirmación de san Pablo resulta enigmática a pesar de su sencillez gramatical; así lo demuestran los esfuerzos de los estudiosos para hallarle un sentido. A nuestro juicio, la única explicación posible viene dada por el original arameo. En efecto, en hebreo y arameo, además del acusativo que hace de complemento directo de verbos transitivos, existen los acusativos indirectos, y entre ellos el llamado acusativo de especificación; éste debe traducirse haciéndolo preceder de la preposición acerca de. Entendiendo así el acusativo de esta proposición que comentamos, viendo en ella la traducción defectuosa de un acusativo de especificación, el original arameo decía: Porque no os escribimos sino acerca de las cosas que leéis. Es claro, a nuestro juicio, que con estas palabras san Pablo quiere decir: lo que yo escribo en mis cartas es reflexión teológica, comentario a lo que vosotros leéis en vuestra lectura sagrada de los domingos. En efecto, sus cartas son un apasionado comentario del Evangelio que él había recibido y que estaba fijado por escrito en aquellos textos sagrados a los que aquí hace alusión.
LUCAS, EL COLABORADOR
Otro pasaje que va en la misma dirección es 2Cor 8,18-19. Después de un estudio pormenorizado de las extrañezas que el texto griego contiene, hemos podido reconstruir su original arameo subyacente, cuya traducción correcta diría: Os enviamos también con él (=con Tito) al hermano cuya obra digna de alabanza es la proclamación del Evangelio por todas las iglesias. Y no sólo esto, sino también elegido por estas iglesias como compañero de viaje nuestro con (=llevando) este don administrado por nosotros para la gloria del Señor, que es nuestro ardiente deseo.
Dos son las conclusiones que se deducen con absoluta claridad de esta traducción. En primer lugar, que ese colaborador que con Tito envía san Pablo a Corinto para que lleven a cabo la colecta destinada a Jerusalén está proclamando el Evangelio en todas las iglesias. Ahora bien, esto nadie podía hacerlo personalmente; sólo era posible realizarlo habiendo escrito un libro que contenía el Evangelio anunciado por la Iglesia. Este libro, difundido por todas las iglesias, era utilizado en ellas los domingos, en la celebración eucarística; en el momento de la palabra se leía la historia del Señor. Por tanto, es preciso reconocer que, cuando san Pablo escribe esta carta, el libro escrito por este colaborador suyo hacía ya algunos años que había sido publicado. Una fecha aproximada la podemos deducir teniendo en cuenta la datación de esta carta paulina. Según los estudiosos modernos, 2Corintios hay que situarla en un arco de tiempo que va del otoño del año 54 al otoño del 57. Por ello podemos afirmar, con muy fuerte grado de certeza, que este escrito evangélico existía ya, al menos, en el año 50 o uno de los años inmediatos.
Aunque san Pablo no especifica de qué evangelio de los cuatro canónicos está hablando, creemos que nos es fácil descubrirlo teniendo en cuenta lo que dice de este evangelista en el v.19. En efecto, en este versículo el Apóstol afirma que este colaborador había sido elegido por las iglesias de Macedonia para que lo acompañase en su viaje a Jerusalén para la entrega de la colecta. Recordemos ahora que en el libro de los Hechos de los Apóstoles el retorno de san Pablo a Jerusalén, al final de su tercer viaje, está narrado en primera persona (Hch 20,1-21,19). Por tanto, uno de los que acompañan al Apóstol en este viaje a Jerusalén llevando el dinero de la colecta es el autor del libro de los Hechos. Luego el colaborador de san Pablo, cuya obra digna de alabanza es la proclamación del Evangelio por todas las iglesias, porque en todas ellas se utiliza un libro escrito por él, es san Lucas, el autor de nuestro tercer evangelio y del libro de los Hechos de los Apóstoles.
ESCRITOS DESPUÉS LLAMADOS EVANGELIOS
Ahora bien, partiendo de este dato que leemos en san Pablo podemos tener la seguridad de que las fuentes utilizadas por san Lucas circulaban en griego ya en la década de los cuarenta. Parece innegable que el tercer evangelista utilizó fuentes, como él mismo indica en su prólogo. Estas fuentes, según el largo trabajo de los estudiosos durante el último siglo y medio, son tres para el relato a partir del bautismo de Jesús: una fuente propia, a la que pertenecía toda la materia que hoy contiene sólo su evangelio, designada por los estudiosos con la letra L; un documento que contenía exclusivamente enseñanzas de Jesús y que fue utilizado también por san Mateo, designado por los estudiosos mediante la letra Q; y la materia que tiene paralelo en los otros dos sinópticos, designada mediante la sigla Mc, porque parece innegable que la redacción griega más antigua de la materia que se suele llamar tradición triple fue la que leemos en san Marcos. Finalmente, la mayoría de los autores atribuye los dos capítulos sobre la infancia de Jesús a una fuente distinta, que el evangelista en su redacción final hacia el 50, no lo olvidemos añadió al comienzo.
Ciertamente estas fuentes utilizadas por san Lucas se escribieron en arameo, como lo demuestra el análisis y el estudio minucioso de las estridencias de diverso tipo que aparecen en su griego. Quiere decir que todos estos escritos arameos fueron compuestos en Palestina, para lectores y oyentes palestinenses, bastante antes del tercer evangelio. Al menos por lo que se refiere al evangelio de san Marcos y al documento de enseñanzas de Jesús llamado la fuente Q, hay muy fuerte probabilidad de que circularan ya escritos en arameo dentro de los cinco primeros años de la década de los 30. Y la razón de ello es muy simple, a saber: por el modo de expresarse san Pablo hablando de lectura y veneración (2Cor 3), estos escritos con hechos y enseñanzas de Jesús no se compusieron sólo para ayudar a los predicadores del Evangelio en su predicación oral, sino también, y con la misma necesidad, para que las comunidades de creyentes en Cristo Jesús, que en Palestina surgieron a muy poca distancia de la resurrección, contasen con una lectura sagrada que alimentase y sostuviera su fe cuando cada domingo celebraban la Cena del Señor. Así estas comunidades, aunque sin predicadores profesionales, podían fácilmente contar con lectores que, debidamente preparados, hiciesen una continua proclamación del Evangelio a los fieles.
Dada la fecha tempranísima en que existieron en Palestina comunidades de creyentes en Jesús, es natural que para ellas se escribieran en arameo libros que contuvieran el relato de los hechos y dichos de Jesús, su Pasión, muerte y resurrección. Estos escritos son los que, después, se llamaron evangelios, como instrumentos al servicio de la predicación constante del Evangelio. Sin tardar muchos años, fue necesario traducir estos textos al griego, porque la misión de la Iglesia salió pronto de las fronteras de Palestina. Baste recordar que san Pablo marcha a Damasco el año 35 para perseguir a los judíos que habían creído en Jesucristo; y por el libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que, por las mismas fechas, existían creyentes en Jesús en Antioquía y en la costa siro-fenicia.
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