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La religión verdadera

La exhortación apostólica Dominus Iesus, del Papa Juan Pablo II, publicada el 6 de agosto del año 2000, sigue provocando inquietud e irritación en personas y ambientes tocados del mal del siglo XXI, la alergia a las verdades absolutas. La afirmación de las verdades religiosas y morales se ha hecho insoportable para muchos de derechas y de izquierdas, y el Papa afirma de nuevo una verdad absoluta muy antigua y muy nueva: "La Iglesia católica es la única verdadera".

En un artículo reciente de la tercera de ABC, el señor Garrigues Walker se lamentaba del dogmatismo papal y añadía: "Se está abriendo las puertas de una nueva era filosófica, en la que, nos guste o no, vamos a tener que sobrevivir sin asideros dogmáticos y vaciar nuestros cerebros de muchas dialécticas tradicionales. (&) Acabará prevaleciendo la idea -paradójicamente dogmática- de que no se puede partir de planteamientos dogmáticos en ningún caso". Prescindamos de las contradicciones de estas proposiciones. Efectivamente, la civilización de los países capitalistas es una civilización que no quiere verdades absolutas -a no ser que favorezcan a la Economía y al disfrute de todo-. Prefiere el relativismo sin riesgos y sin compromisos. Cuando el capitalismo estaba comenzando, ya Hegel escribió: "Es la enfermedad de nuestro tiempo que ha llegado a la desesperación, aquella que pretende que nuestro conocimiento subjetivo es el último límite de nuestro saber".

La sociedad burguesa prefiere gozar antes que aceptar verdades que podrían inquietar su bienestar o intranquilizar su conciencia. Pero como sin verdades la vida se hace insoportable, la civilización burguesa, lo quiera o no, está montada sobre verdades absolutas. La primera, la afirmación absoluta de que verdades absolutas no hay. Pero surgen innumerables preguntas: ¿es relativa la afirmación de que tres más dos son cinco?; ¿la molécula del agua dejará, en algún tiempo, de estar formada por dos átomos de Hidrógeno y uno de Oxígeno?; ¿dejará de ser verdad absoluta que Napoleón Bonaparte murió en la isla de Santa Elena?; ¿dejará de ser verdad absoluta que la persona tiene derecho a contraer matrimonio?; ¿dejará de ser un mal moral el asesinato de un inocente? Y así sin límites. Entonces ¿por qué negarse a aceptar que puede ser verdad que haya una sola religión verdadera, en el sentido que explicaremos enseguida? San Agustín escribe: "Erit veritas etsi mundus intereat" (Existirá la verdad aunque el mundo perezca).

Subyace el temor explicable de que en nombre de la verdad religiosa se vuelvan a suscitar violencias y guerras. En nombre de la "verdad religiosa", no.

Pero vengamos al discutido tema de la Iglesia verdadera. Es claro que se puede dar culto a Dios de muchas maneras. Hace unos años el Papa reunió en Asís a dirigentes de muchas religiones para orar juntos. Ahora bien, los católicos decimos, apoyados en razones convincentes, que es verdad absoluta que el Hijo de Dios entró en la historia humana encarnándose en el seno de una Virgen. Este Dios- hombre le dijo a Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16, 18). Lo dice en singular: mi Iglesia. Dijo además: "También tengo otras ovejas que no son de este redil; también a éstas tengo que llevarlas y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor" (Jn 10, 16). Nunca habló de mis Iglesias, ni de varios rebaños, ni de varios pastores.

En los libros que llamamos del Antiguo Testamento, Dios es nombrado con insistencia la Roca de Israel. Jesucristo se aplica a sí mismo esa metáfora, Él es la roca que los constructores desecharon y que se ha convertido en roca angular de todo el edificio, de todo el pueblo nuevo (cf. Mt 21, 42). Más tarde le dice a Pedro: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). Hay, pues, una continuidad Dios-Jesucristo-Pedro, en la misión de fundamentar la Iglesia. En ese mismo pasaje le promete a Pedro: A ti te daré las llaves del Reino de los cielos y la prerrogativa impensable, a no ser por una especialísima asistencia divina, de que lo que él atare o desatare en la Iglesia, queda atado o desatado por el mismo Dios. Y, por si fuera poco, añade todavía la promesa de que "las puertas del infierno -los poderes del mal- no podrán destruirla". La promesa, al menos hasta ahora, se ha cumplido.

Otro tanto puede decirse de la metáfora del pastor: Dios es el pastor de Israel, se dice en muchos pasajes de la Biblia (cf. Salmo 22). Jesucristo dice de sí mismo: "Yo soy el Buen Pastor" (Jn 10, 14). Cuando Él se va a ausentar definitivamente, es a Pedro al que constituye, ya no en promesa de futuro sino en realidad de presente, como pastor de sus ovejas y de sus corderos (cf. Jn 21, 15-17). Hay también una continuidad en lo que toca a la dirección y potestad en la Iglesia de Cristo: el pastor es Dios-Jesucristo-Pedro. En la última noche Jesucristo, aun consciente del inmediato pecado de Pedro, es a él a quien le da la misión de confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22, 32).

Por todo ello entendemos que donde está Pedro está la Iglesia de Jesucristo, el nuevo pueblo de Dios. Y ha prometido que Él estará con nosotros, con esa Iglesia, hasta el fin del mundo (Mt 28, 20). Durante dos mil años ha estado, a pesar de los pecados de los hombres de la Iglesia, clérigos y laicos. Ha cumplido su promesa y la cumplirá hasta el fin de los tiempos.

¿Qué queremos decir, entonces, con la expresión la Iglesia católica es la única verdadera? Sencillamente esto: la Iglesia de Pedro es la Iglesia de Jesucristo. O de otra manera: la Iglesia de Pedro es la que conserva todo el mensaje de verdad y de vida eterna que el Hijo de Dios trajo a los hombres. Otras Iglesias cristianas conservan no poco de aquel mensaje de verdad y de vida, pero no íntegro. Religiones no cristianas enseñarán sin duda algunas verdades semejantes a las reveladas, porque estas verdades son las más coherentes con la verdad de la persona. Y donde hay alguna verdad viene del Espíritu Santo.

Por eso está acertado el señor Garrigues en pedir el diálogo inter-religioso. El Papa actual lo ha buscado y fomentado más que ningún otro Papa. Esto es también verdad absoluta. Después del Concilio Vaticano II todos hoy profesamos la tolerancia religiosa. Pero el diálogo y la tolerancia no pueden fundamentarse en el relativismo acerca de la verdad, como quieren tantos posmodernos, sino en el respeto hacia la persona. Un diálogo entre relativistas concluiría siempre en tablas, todo es relativo.

El Papa, y los que vivimos de verdades absolutas en lo religioso y en lo moral, coincidimos con uno de los mejores pensadores que tiene hoy la Iglesia, el dominico Georges Cottier, cuando escribe: "Es un hecho que los pensadores que mejor han comprendido su tiempo son aquellos que tienen el vigor aristocrático e intempestivo de una consideración inactual".

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