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La clonación
La clonación, lo sabemos, tiene importantes problemas, relacionados no tanto con una u otra ideología, con una u otra religión, sino, más bien, con los derechos humanos inherentes a toda persona por el simple hecho de serlo. En ella está claro que entran en conflicto, por una parte, los derechos del embrión al que se utiliza para determinados fines terapeúticos, y el derecho del enfermo a ser curado. Habrá quien alegue que el embrión no tiene derechos, pues la ciencia no está unánimemente de acuerdo en que el embrión constituya una vida humana, una persona; sin embargo, las mismas cautelas de buena parte de la comunidad científica internacional, que no sabe qué hacer con miles de embriones congelados en los hospitales (así sucede, por ejemplo, en España), revelan que, como mínimo, hay una sospecha generalizada de que puede haber vida humana, pues, de otro modo, fácilmente se destruirían, sin ningún problema de conciencia. Si se duda, es que algo (o alguien) parece haber tras un embrión. Esa sospecha debería ser suficiente para preservar los derechos de éste, no sea que, como el cazador que no supiera si apunta a un oso o a una persona, estemos disparando, sin remedio, contra una vida humana.
Pero es que, además, hoy nos estamos planteando un falso dilema, entre la opción de clonar embriones para extraer de ellos células madre capaces de generar luego tejidos de muy diversos tipos, o la opción de frenar el avance científico por problemas morales. No hay tal dilema, porque los científicos saben bien que las células madre pueden extraerse también del cordón umbilical del recién nacido, o a partir del tejido de un adulto: es ésta una vía que se está investigando y que, parece, puede aportar también inmensas posibilidades, sin problema ético-moral alguno. ¿No convendría concentrar los esfuerzos científicos y los recursos económicos en este camino? Así respetaríamos, sin malabarismos de conciencia, el derecho del enfermo a ser curado y el derecho del embrión, en cuanto ser humano (como mímino, se sospecha que lo es), a la vida, a no ser utilizado como cosa u objeto que luego se tira a la basura. Recordemos que el embrión al que se le extraen las células madre acaba siendo destruido. Esa destrucción, tanto si el embrión es vida humana como si sólo se sospecha que lo es, supone una violación flagrante de derechos, el primero de los cuales es el derecho a la vida; sin él, no tienen consideración ni fundamento el resto de derechos.
La clonación presenta también otro tipo de problemas, ya que la persona no puede fabricarse en laboratorio, como resultado de un proceso técnico, al modo como se producen coches o chorizos. La persona siempre es un sujeto, digno de total respeto en su origen y en su final, no un objeto que podemos manejar a nuestro antojo; mucho menos fabricar un embrión, una persona, para utilizarla con un determinado fin. Se utilizan las cosas o, como mucho, los animales y plantas (por ejemplo, para comer), pero nunca a las personas.
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