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El redescubrimiento de los laicos

Giorgio Rumi, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Milán (Italia), abrió el Congreso internacional La grandeza de la vida corriente, con que se celebró en Roma el centenario del nacimiento de Josemaría Escrivá, con una conferencia sobre el contexto histórico de la vida del Beato.

Según Rumi, el Beato Josemaría «ha restituido al trabajo su dignidad original, integrándolo en el proyecto general de santificación del tiempo». Así, el trabajo no puede ser visto ni como alienación, ni como instrumento de lucha de clases, ni como algo negativo de lo que el hombre deba liberarse.

Para Escrivá -aclaró el catedrático-, el trabajo es una bendición y «contribuye a empapar las realidades temporales de sentido cristiano» y, por tanto, se enlaza con la obra creadora y redentora de Dios.

Rumi, considerado como uno de los historiadores más prestigiosos de Europa, columnista de L'Osservatore Romano, ha comentado con Alfa y Omega algunas de las afirmaciones que dejó caer en su conferencia.

¿Cuál es el aspecto de la figura del Beato Escrivá que más le ha impresionado al preparar su conferencia?

«Yo hago una lectura civil, es decir, yo no soy un teólogo. Me interesa comprender el mensaje, la propuesta, lo que tiene que decir al hombre de hoy que no es necesariamente creyente, que no es necesariamente católico o cristiano. Una de las peculiaridades del Beato Escrivá es su apertura incluso a los no cristianos, a condición de que se acerquen a su palabra, a su experiencia sin prejuicios. Creo que tiene mucho que decir al hombre contemporáneo sobre diversos temas. Ante todo, hace una interesante consideración sobre el tiempo. Para Escrivá es el tiempo de la prueba. El único tiempo que tenemos es el tiempo sobre el que seremos juzgados. Por tanto, en este tiempo tenemos que hacer rendir los talentos. De aquí surge una consideración sobre el trabajo como camino ordinario de santificación. Cualquier trabajo, si se desempeña con recta intención, tiene esta función liberadora; es el compromiso del tiempo, el empleo de los talentos en una vida de perfección humana y -para quien cree- cristiana».

¿Significa esto que también en la realidad socio-económica del año 2002 se puede encontrar en la metrópoli, en la vida caótica dedicada con frecuencia únicamente al trabajo, un camino para vivir la santidad?

«Exactamente. Es decir, ya no se le pide al cristiano, y en general al hombre de buena voluntad, que se aleje del mundo. En otras épocas se creía que el monje vivía en una condición más favorecida. Sin embargo, el laico que cultive la excelencia en su trabajo, por más modesto que sea, no vive en una situación menos favorecida para vivir la santidad».

Este camino de la santidad parece que quedó formalizado en cierto sentido con el Concilio Vaticano II...

«En varios aspectos, esta dignidad del laico, promovida por Escrivá, se adelantó al Concilio Vaticano II, pues su obra nace en 1928; por tanto, mucho antes. Digamos que el laico, hombre o mujer, no tiene una dignidad inferior: tiene deberes y responsabilidades incluso mayores, por hablar de algún modo, pues debe ser testigo en el mundo. No es un no sacerdote: es un laico con una figura, un espacio, un crecimiento y una función propia de vivificación del ambiente social. Además, está la idea muy clara de la dimensión social de este trabajo: es decir, uno no trabaja para sí, no trabaja para el dinero, ni por una perfección abstracta. Es una perfección de servicio, es decir, tiene que servir a los demás, debe servir a la sociedad, al propio tiempo.

 

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