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¿Demasiadas canonizaciones?
Durante su pontificado, Juan Pablo II ha beatificado y canonizado a muchísimas personas. Con este motivo, son muchos los que se preguntan por las causas de este hecho. ¿Acaso hay más santos ahora que antes? ¿Es que los niveles de exigencia se han rebajado en estos últimos años?.
Ni tengo a mano las cifras ni me hace falta comprobarlas: es un hecho notorio que Juan Pablo II ha canonizado y beatificado a muchas más personas que cualquiera de sus predecesores. Son muchas las opiniones que he escuchado, en el sentido de que lo que está haciendo el Papa resulta una exageración. No es que se dude de la santidad de los elevados a los altares; es que se piensa que así se desprestigian las canonizaciones y beatificaciones, que pierden categoría, como la pierde siempre lo que abunda mucho frente a lo que resulta escaso. Antes -me dicen-, las nada frecuentes canonizaciones eran el resultado de una cuidadosísima y muy exclusiva selección; Juan Pablo II las ha vulgarizado, ha hecho que pierdan en aprecio y en estimación; ahora cualquiera es santo. Ya no vale nada.
Esto, los que aman a la Iglesia. No digamos los que aprovechan cualquier ocasión para atacarla; si durante siglos el carácter extremadamente exclusivo y reducido de las canonizaciones les hacía tenerles un cierto respeto, creen que ha llegado la hora de vituperar el afán del Papado por proclamar santos, y de menospreciar a quienes, al parecer tan fácilmente, alcanzan una dignidad que se alegran de considerar degradada.
Es cierto que durante siglos se producía con frecuencia claramente menor el reconocimiento oficial de los casos de santidad. Y no es menos cierto que Juan Pablo II no ha rebajado en lo más mínimo los niveles de exigencia; los santos y Beatos de hoy son reconocidos y proclamados como tales a través de exámenes y controles, tan rigurosos y más que antes, de sus vidas, sus virtudes, sus escritos y enseñanzas, y sus posibles milagros. ¿Cómo se produce, entonces, a qué se debe, esta evidente multiplicación del número de los canonizados?
Una primera razón es el número de católicos en todo el mundo. La población mundial se ha multiplicado espectacularmente durante el último siglo, y al par se multiplica lógicamente el número de miembros de la Iglesia. Hay más católicos que nunca; hay, pues, también más santos que nunca. Disminuir, solamente: se constata una disminución anómala y preocupante: la del número de sacerdotes; la disminución de las vocaciones para las instituciones religiosas no es tal, sino que se ha producido, como en tantos otros momentos de la Historia, un cambio en las preferencias de las almas que buscan la perfección, y los nuevos movimientos apostólicos atraen a muchos que en otros tiempos hubiesen ingresado en las Órdenes y Congregaciones tradicionales; eso es normal.
Tanto más cuanto que la llamada de los laicos a la santidad es hoy un signo de nuestro tiempo, y también de ahí van saliendo, en constante progresión, mujeres y hombres que llegan a merecer el honor de los altares. Si la Humanidad crece, si crece la Iglesia, si crecen los movimientos apostólicos hasta niveles no soñados hace sólo cincuenta años, y si se agranda el espectro de la vocación a la santidad mediante la presencia activa del laicado en el campo eclesial, no puede sorprendernos que crezca el número de santos.
Puede decírsenos que otro signo de nuestro tiempo es la secularización, el cual tiene como consecuencia la reducción de la práctica religiosa en muchos que se reconocen miembros de la Iglesia. Es cierto. Pero ello mismo eleva la temperatura espiritual de los que permanecen fieles. Cada vez son menos frecuentes los católicos por herencia, aburguesados en una fe vacía. Cuando el ambiente se torna hostil o difícil, el creyente adquiere un mayor compromiso con su religión y la vive de modo más verdadero. Desde siempre, las persecuciones -del signo que sean- han sido causa de una nueva primavera en la Iglesia, han producido frutos de santidad. Y los dos últimos siglos, si han sido fecundos en hostilidad a la fe, han sido consecuentemente ricos en santos.
Urgen ejemplos
Hay más. Los medios técnicos, la facilidad de las comunicaciones, permiten hoy que se activen y agilicen -sin perder nada de su rigor- los complicados procesos de canonización, como se agilizan y activan cualesquiera otros sistemas de conocimiento y selección de las personas. Todos estos motivos son importantes, pero circunstanciales: permiten aumentar el ritmo y el número de las canonizaciones, pero no obligan a hacerlo. Si las canonizaciones se multiplican, es porque hay detrás de tal hecho una voluntad determinada: la voluntad del Papa. ¿A qué razones obecede?
Las razones están en el Nuevo Testamento: «Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y el hermano Timoteo, a la Iglesia de Dios que hay en Corinto, y a todos los santos»; «Saludaos unos a otros con el santo beso. Os saludan todos los santos» (2 Corintios). ¿Cómo es que Pablo canoniza a todos los fieles? El Apóstol está simplemente reconociendo una realidad que informa todo el Evangelio, toda la enseñanza de Jesús: la práctica de las virtudes cristianas es por sí misma santificadora. Somos santos en cuanto que vivimos la fe, la esperanza y la caridad que Cristo nos propuso. ¿Qué hace el Papa al beatificar a una persona? Declara que ha vivido las virtudes propias del cristiano y nos las pone como ejemplo a seguir. ¿Qué hace cuando canoniza? Declara que esa persona está en el cielo. Todos los que han alcanzado la salvación son santos.
Si en otros momentos de la Historia se seleccionaba a unos pocos para declarar oficialmente su santidad y proponerlos como modelo, ello se hacía para una cristiandad muy estable, agrupada en torno a formas muy poco cambiantes de vida cristiana. Hoy el mundo se ha diversificado inmensamente; se ha paganizado enormemente; se ha desarrollado en mil direcciones. Se necesitan santos que sirvan de modelo a todas esas nuevas formas de vida, que venzan al nuevo paganismo, que sean testimonio de la diversificación. Y es preciso que la Humanidad sepa que santificarse no es cosa de pocos: es el resultado -que puede ser tan extenso como profundo, y Juan Pablo II está empeñado en demostrarlo- de vivir con fidelidad el Evangelio. La salvación, y el modo de vida que conduce a ella, está al alcance de todos, y son muchísimos los que la consiguen, porque la gracia de Dios superabunda y el número de personas santas -aunque los ciegos se empeñen en no verlas- superabunda también. Como no puede ser menos, pues Dios nos ha creado para que nos salvemos, y nadie está excluido de la llamada universal a la santidad.
Las numerosas canonizaciones del Papa son, pues, parte de un amplio y coherente programa de revitalización del mundo en la fe en el Salvador. Juan Pablo II lleva a pulso a la Iglesia hacia la plena realización del plan divino de la santidad de todos los hombres. Y la constatación de que tantas personas, iguales a nosotros, alcanzaron el cielo, nos lleva a enamorarnos de nuestra vocación de santos, vocación de amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
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