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Odio Antisemita

No parece que quepan dudas sobre la autoría de los atentados del pasado fin de semana contra dos sinagogas en Estambul. Terroristas suicidas de Al Qaida dejaron un balance de 23 muertos y 303 heridos. Una oleada de odio antisemita, que no se limita a la actividad terrorista, aunque alcance con ella su mayor perversidad, conmueve al mundo. Tampoco se limita al ámbito islámico, aunque alcance en él sus más siniestras dimensiones.

Sin ir más lejos, en Francia, que no ha dejado de padecer este síndrome de intolerancia -recuérdese el caso Dreyfus-, el avance del antisemitismo preocupa a la sociedad y a las autoridades. Es cierto que el conflicto de Palestina y la equivocada política del Gobierno israelí para combatir la ofensiva terrorista alienta esta oleada, pero en nada atenúa su condición criminal. El fundamentalismo islamista no necesita de motivos más allá del odio, el resentimiento y la intolerancia. A un pasado próspero ya muy lejano en los países árabes ha sucedido una profunda decadencia que se manifiesta en economías estancadas, sociedades atrasadas y oligarquías corruptas, cuyos efectos devastadores para las poblaciones sólo se atenúan algo en los países que disfrutan de una inmensa riqueza gracias al petróleo. Este resentimiento es un perfecto caldo de cultivo para el odio y la intolerancia. Si a esto se añade la provocación de los errores políticos de Israel, el terror está servido. Explicado, mas, en absoluto, justificado o merecedor de una condena atenuada.

Y, sin embargo, la vía de la tolerancia y la convivencia no está del todo cegada. Un contraste nítido lo ofrece la reapertura del Museo Sefardí de Toledo, que recientemente presidió el Príncipe de Asturias y que abrió sus puertas al público después de dos años de reformas. El Museo, el segundo más visitado de España, conserva el legado de la antigua cultura hispano-judía. El nombre de Toledo evoca por sí solo la tolerancia posible entre las tres culturas, la convivencia pacífica entre ellas. La tolerancia no nace de la debilidad sino, por el contrario, de la fortaleza de las convicciones. No se nutre de la duda ni de la desconfianza hacia las propias creencias sino del respeto a la dignidad humana. Por supuesto, no es el medio adecuado de combatir el odio antijudío la sustitución por otro, igualmente abyecto, odio antiislámico. Atribuir el mal a otra raza o a otra religión es camino seguro hacia el fanatismo y la intolerancia. Al menos, cabría aprender de los errores del pasado.