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La derecha

En cuestiones de ideas, descreo del valor de rótulos y etiquetas, y no cabe olvidar las reflexiones de Ortega y Gasset sobre la hemiplejia moral que entraña el ser de derechas como de izquierdas, que sólo cabe superar asumiendo el carácter parcial y necesario de ambas, al menos si se quiere eludir el peligro de sucumbir a la imbecilidad. Lo que importa es el contenido de las ideas y su validez, y no el rótulo que quepa asignarles. Aunque tampoco cabe omitir que ha sido la derecha la que ha tendido a negar validez a la distinción, en una muestra, quizá, de injustificado complejo de inferioridad. La nueva Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales, que se presentó ayer, tal vez pueda contribuir a superar este viejo complejo y convertirse en el laboratorio ideológico de la derecha española.

Las ideologías políticas contemporáneas surgen de las principales reacciones adoptadas ante el gran y traumático acontecimiento que fue la Revolución francesa. La primera fue la reacción contra ella, que pretendió restaurar el viejo orden del Antiguo Régimen. Quizá su más genial representante fue Joseph de Maistre, que, más que tradicionalista, fue un reaccionario. De él procede la anticipación de algunos de los rasgos más sombríos del fascismo, aunque nada tengan que ver la recusación reaccionaria de la Modernidad con el fascismo. La segunda fue la de quienes asumieron radicalmente los principios y valores de la Revolución y extrajeron sus últimas consecuencias. De ellos proceden la democracia radical y las ideologías de la izquierda. Su mejor representante fue Marx. Por último, la tercera fue la de quienes ensayaron lo más difícil, que se reveló como lo más prudente y fértil: la búsqueda de un punto de conciliación y armonía entre las dos posiciones en principio inconciliables. De ellos proceden la monarquía constitucional y la democracia liberal. Su más genial representante fue Tocqueville.

Sería, a mi juicio, un error asignar la primera actitud a la derecha, la segunda a la izquierda y la tercera al centro. En realidad, la primera recusa la Modernidad y se adhiere al pasado estamental. Lo que hoy son la derecha y la izquierda proceden de las dos actitudes restantes, las que fundamentan y se adhieren respectivamente a la democracia liberal y al radicalismo democrático (o seudodemocrático). La derecha asumió algunos valores de la izquierda, y ésta algunos de aquella. Por eso sus perfiles se han difuminado algo, pero en ningún caso han desaparecido. El criterio que recientemente ha propuesto Norberto Bobbio para distinguirlas está, si no me equivoco, algo sesgado y simplifica demasiado las cosas. Para el pensador italiano, el juego entre la libertad y la igualdad da lugar a cuatro actitudes posibles. Unos niegan ambas; son las ideologías de extrema derecha o fascistas. Otros niegan la libertad y defienden la igualdad; es el comunismo. Un tercer grupo defiende la libertad y rechaza la igualdad; son los liberales y conservadores, la derecha democrática. Por último, quedan quienes defienden ambas; es el socialismo democrático. Si así fuera, no sería, tal vez, difícil la elección a favor de la cuarta posición, que, por cierto, es la de Bobbio. Pero sus rasgos falaces se revelan sin más que considerar que la libertad y la igualdad no pueden marchar de la mano sin llegar a interferirse y oponerse. Por eso, derecha e izquierda se distinguen más bien por la preferencia que, respectivamente, otorgan a la libertad y a la igualdad. De aquí derivan la mayoría de sus diferencias políticas. Pero libertad e igualdad (sobre todo si se entiende ésta en su sentido de tendencia a igualar de hecho las condiciones) no son valores conmensurables ni de igual rango, ya que la primera, como condición esencial de la realidad personal del hombre, es, de suyo, superior.

Las raíces ideológicas de la derecha se encuentran en el conservadurismo, el liberalismo y el humanismo cristiano. Entre derecha e izquierda subsisten notables diferencias tanto en lo que se refiere a la caracterización de los valores, su naturaleza y fundamento, como en lo que atañe al contenido de esos valores y a su orden jerárquico. Así el pensamiento de la derecha suele ser objetivista y el de la izquierda subjetivista o relativista (pero esto sólo en el ámbito de las ideas; en la práctica suele ser más objetivista y dogmática que la derecha). Las divergencias económicas, aunque se han atemperado, no faltan. Unos optan por la libertad de empresa y el mercado; los otros, desconfían de ambos y aspiran a someterlos a control estatal, lo que no es lo mismo que regulación legal. Sin ésta, no hay mercado. La idea de un capitalismo anarquista o salvaje es una contradicción en los términos. La eficacia en la gestión económica suele ser más propia de la derecha que de la izquierda. Discrepan también sobre los fines de la acción del Estado y sus relaciones con la sociedad. La derecha es liberal y la izquierda intervencionista. Como heredera de la teoría liberal de la democracia, la derecha promueve la fragmentación del poder y la división de poderes; la izquierda extrae más bien las consecuencias de la democracia radical y no cree que el poder que emana del pueblo necesite ser vigilado ni limitado. En la realidad, cuando ejercen el poder, derecha e izquierda tienden a ser intervencionistas y a escamotear los mecanismos de vigilancia y control del poder.

La izquierda agita la bandera de la defensa de los pobres y marginados. En este caso, parece llevar ventaja, pero, si se examina con atención, se trata más bien de una retórica. La prueba de los hechos desmiente que las políticas sociales de la izquierda disminuyan más la marginación y la pobreza. Si acaso, tienden a provocar cierta igualación pero descendiendo el nivel general. La derecha asume más que la izquierda, al menos en el plano de los principios, la defensa de los valores religiosos y familiares tradicionales. No faltan quienes encuentran en este aspecto la raíz y la clave de la distinción entre ambas. También exhiben notables diferencias en su concepción del hombre, de la influencia de la herencia y la circunstancia social y sobre la dignidad de la persona.

Pero donde el imperio de la izquierda resulta, al parecer, invencible, es en el ámbito de la cultura de masas, y, por lo tanto, en los medios de comunicación. A ello ha contribuido tanto la enorme habilidad propagandística y demagógica de la izquierda como la pusilanimidad acomplejada de la derecha. Mientras ésta se esfuerza en agradar y no molestar a aquélla, la izquierda o fustiga o ignora a la derecha. Una busca el reconocimiento y recibe, en el mejor de los casos, la respuesta del perdonavidas. Y, sin embargo, del examen, necesariamente sumario y fragmentario que acabo de hacer, cabe concluir que no sólo no existen razones para el complejo sino que, por el contrario, el desnivel entre hechos e ideas suele ser superior entre la izquierda, y en el orden de los valores y principios la derecha cuenta con las principales bazas a su favor. Incluso las acepciones de lo derecho y lo torcido, lo diestro y lo siniestro inclinan, desde el punto de vista del habla popular, la balanza del lado derecho. En cualquier caso, no son los mismos los problemas si nos referimos a los ámbitos de la cultura que si lo hacemos a los de la política o la vida social. Aquí me he interesado principalmente por los aspectos ideológicos. A los políticos, tanto de la derecha como de la izquierda, es a quienes corresponde plasmarlos en la realidad o traicionarlos.

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