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Técnicas de envilecimiento

Esta expresión era usada con frecuencia por el filósofo y dramaturgo Gabriel Marcel, tantos años amigo mío: «techniques d´avilissement», solía decir. Y he recordado su condición de dramaturgo porque era parte esencial de su visión filosófica; recuerdo cuánto le interesó mi libro «Miguel de Unamuno», porque mi análisis de la relación entre su pensamiento y su novela personal le parecía análoga a la que existía entre su filosofía y su obra dramática. Por otra parte, las técnicas de envilecimiento utilizan deliberadamente los diferentes géneros, que conviven en la obra conjunta de algunos autores.

En muchas épocas, y entre ellas la nuestra, está difundida una extraña complacencia en lo que es desagradable, sucio, en diversos sentidos vil. Estos actos se han dado siempre en todos los tiempos; lo que no es frecuente es su subrayado, la insistencia en ello; en lugar de pasar como sobre ascuas por esos hechos, se los retiene, acentúa, consolida. Por eso se puede hablar de técnicas que se proponen potenciar todo ese lado oscuro de la vida.

Me sorprende la avidez y el placer con que se suele retener todo aquello que es negativo, ofensivo, despreciable. Hechos inevitables, que siempre se han producido en alguna medida, se ponen de manifiesto con insistencia, con la finalidad de que consten, no se olviden, no se pasen por alto.

Son especialmente reveladores los coloquios más o menos políticos que suelen aparecer en los diversos medios de comunicación. Se ve que todo ello produce singular placer a los contertulios: lo formulan, retienen, comentan interminablemente; que no se escape un detalle, un matiz, que no se lo pueda olvidar. Por eso hablo de técnicas, es decir, la elaboración minuciosa y sistemática de lo que por sí mismo había estado destinado a desvanecerse, a ser fugaz y pasar sin dejar huella.

Hay que advertir que cuando se lee o escucha este tipo de consideraciones se tiene la impresión de que el que las emite no cree en ellas, no las toma en serio, no responden a una convicción inevitable. Por el contrario, se trata de posiciones buscadas, elaboradas, afirmadas con deliberación y el propósito de producir efectos duraderos en el lector o el oyente.

Está muy difundida la creencia de que lo «inteligente» es ver lo negativo, lo penoso, lo destructor. A veces, en reuniones de personas normales y que no carecen de valores, se asiste al examen, descalificación y condena de personas, obras, instituciones, porque eso produce evidente satisfacción. Mi punto de vista es aproximadamente el contrario: cuando se atiende a la realidad, cuando se la mira directamente y con atención, se descubre que en gran proporción es valiosa. El examen sincero de casi todo lo que es real lleva al descubrimiento de calidades positivas, que importaría retener y salvar.

Cada vez me parece más evidente que la visión negativa o desdeñosa de enormes porciones de la realidad española de cualquier época es simplemente un error. Cuando se toma en consideración lo que había en cualquier época, incluso las más desatendidas y desdeñadas, se ve que en ellas había mucho valioso. Se puede enumerar una larga serie de nombres ilustres, de obras que nos parecen admirables, sin que ello refluya sobre la visión de esos momentos que parecen de decadencia. Recuerdo haber enumerado la lista de los miembros de la Real Academia Española en 1900, es decir, antes de que apareciera la llamada Generación del 98, con una impresión de deslumbramiento: nada de eso se suele tener en cuenta para juzgar aquella fase de nuestra historia. Esto se puede aplicar a cualquier época, y se cae en la cuenta con asombro de que en cualquier fase las cosas no estaban nada mal y podrían salvarse y establecer una continuidad confortadora.

En un libro que ya empieza a ser antiguo, «España inteligible», de 1985, que acaba de reeditarse, se ve que lo difícil es encontrar una época que estuviese realmente mal, que careciera de interés, que no permitiera la esperanza. La clave es precisamente la inteligibilidad: si se miran las cosas directamente, se las cuenta o narra, se entienden; y el conjunto, lejos de ser una confusión o algarabía, es algo que se comprende sin dificultad y muestra una inesperada coherencia.

Habría que ensayar un cambio de óptica; frente a las técnicas de envilecimiento, se podría intentar una visión de salvación de lo real.

La visión negativa no se sostiene; si fuera verdad lo que se ha solido dar por válido y tomar como efectivo, España habría dejado de existir hace mucho tiempo; el hecho es que ha seguido existiendo, y ahí está, abierta al futuro, sin que haya que omitir ninguna etapa de su historia, sin que las diversas crisis hayan significado una amenaza profunda para la realidad. Hace poco tiempo recordé que en 1870 Francia padeció la tremenda guerra franco-prusiana, la derrota francesa, la caída del Imperio de Napoleón III, la pérdida de Alsacia y Lorena hasta 1918; algo mucho más grave que lo que sucedió en España en 1898, que no afectó al territorio nacional, a su integridad, sino a realidades muy próximas pero exteriores. Sin embargo, se habla interminablemente del «desastre». ¿No es esto una exageración?

No sé de quién es la frase: «no siempre lo peor es cierto». Habría que repetir esta máxima consoladora, que no quiere decir que todo sea bueno y aceptable, sino simplemente que no es forzosamente lo peor. Con esto quiero decir que habría que desplazar la mirada de las cosas mismas al punto de vista: la realidad es varia, gloriosa o lamentable, penosa, llena de riesgos y de posibilidades. La continuidad histórica se mantiene; un país existe durante siglos, a veces milenios, sin sucumbir nunca; lo que es a veces peligroso, inaceptable, destructor, es la mirada que se dirige a todo eso, la propensión a no ver más que lo oscuro, lo negativo, a última hora inexistente. La realidad resiste; cada país cruza los siglos sin saltarse ninguno, ni siquiera un año; los más atroces, los desastrosos, dejan cicatrices, pero persiste la continuidad, que no tolera ninguna interrupción. Lo que resulta urgente es una corrección de la perspectiva, del punto de vista; en el fondo, se trata del uso indebido de técnicas destructoras, que sustituyen lo efectivo por construcciones mentales injustificadas e injustificables.

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