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Niveles de España

Una propensión iniciada en el siglo XVIII, consolidada en el XIX, mantenida con vacilaciones en el XX, consiste en dar por supuesto que «España es inferior a Europa». Por Europa se solía entender Francia, Inglaterra y Alemania más algunos países pequeños y prósperos de los que no se esperaba ni recibía gran cosa. Esa óptica limitada de Europa ha sido una visión parcial y restrictiva de algo que ha ido siempre mucho más allá de esos límites.

Tal inferioridad, referida a esa Europa reducida, ha existido en algunas épocas y en ciertos aspectos. España en ocasiones ha estado por debajo de sí misma; sobre todo se ha visto así por factores que importaría precisar y que no habían existido en épocas difíciles y penosas en los siglos anteriores en que, por una parte no existía esa manía comparativa, y por otra se aceptaban los riesgos y las quiebras de la realidad, como algo que pertenece a la vida humana y por supuesto a la historia.

Incluso esa concepción restringida de Europa, que prescinde de dos tercios de su realidad, es insegura por la condición intrínsecamente variable de lo humano y en especial de lo histórico. Las superioridades o inferioridades afectan a aspectos concretos; no se pueden extender sin más a una totalidad; además son esencialmente variables, hay que precisar en qué momento existen, no dar por supuesto inercialmente que son permanentes.

La imagen consolidada y vigente hasta hace poco tiempo de esa Europa limitada no tiene actualidad. Se han producido en los últimos decenios desplazamientos de la riqueza, de la eficacia, de la capacidad creadora, que alteran profundamente las perspectivas. Si existieran mapas reales de Europa -no digamos del mundo-, quiero decir que reflejasen la realidad completa y compleja, se tendría un atlas de incalculable valor y que, por supuesto, habría que revisar de cuando en cuando. Alguna vez he recordado que mi afición a los atlas desde mi primera juventud me hace tener presentes esas variaciones. Hasta hace unos cuantos decenios los mapas del mundo estaban llenos de manchas extensas y de puntos aislados de color rojo: era lo británico, directa o indirectamente, por realidad estricta, colonial o mera presencia e influjo. Todo eso ha desaparecido literalmente del mapa. Paralelamente se han producido enormes variaciones en todos los continentes.

La variación de los niveles de España no es menor, pero se suele pasar por alto. Sin abarcar largos períodos de tiempo, dentro de los límites de mi vida personal, de mi experiencia directa, las variaciones son muy grandes sin salir de Europa. No digamos si se mira el conjunto del mundo. Actualmente el país más importante, con gran diferencia, es por supuesto los Estados Unidos. Hasta no mucho tiempo, digamos hacia 1930, ese país era relativamente «lejano» en la perspectiva europea; aparecía al fondo, sin precisión, con poco relieve, como algo con lo cual «habría que contar». Poco más. Su conocimiento era vago o difuso: pocos europeos conocían los nombres, la posición, la magnitud de importancia de los diversos Estados americanos. Se veía un conjunto borroso, sin grandes diferencias, cuya importancia relativa no estaba clara. Si algo es variable en la visión del mundo es el relieve, y esto quiere decir la concreción, la variedad, los grados de importancia.

Muchos países europeos que han parecido sólidos, estables, permanentes puntos de referencia, muestran de repente inseguridad, problemas, crisis. No olvidemos un factor decisivo: la pérdida de interés por ciertas dimensiones que habían parecido consustanciales con algunos de los países. He recordado que durante todo el siglo XX Alemania había sido el país más creador filosóficamente, con una serie de figuras gloriosas, desde Brentano y Dilthey hasta Heidegger, lo que se traducía en un interés generalizado por la filosofía. ¿Se podría aplicar esto a la Alemania actual? Francia ha sido en toda su historia moderna un país «sin decadencias»; no ha habido medio siglo sin creación en múltiples aspectos; por primera vez se puede dudar que eso siga siendo justo. No olvidemos que ha habido países en los cuales la creación artística ha sido asombrosa durante siglos, hasta cierto momento en que esto parece haberse detenido; creo que se trata de un cambio de orientación vital, una transición a otros intereses, a otros proyectos vitales y, por supuesto, históricos. Tal vez a cambio de estabilidad, aumento de riqueza, elevación del nivel de vida.

En cuanto a España, en épocas recientes, incluso en los muy últimos años, ha experimentado variaciones de gran alcance. El nivel de vida se acerca mucho a la media europea, rebasa con creces el de gran parte de este continente; las diferencias con el resto de Europa se han atenuado, aunque no sin pérdidas, tal vez a costa de ciertas peculiaridades originales que se pueden y se deben echar de menos.

Ya desde hace largo tiempo, desde los primeros decenios del siglo XX, España había dejado de ser «provinciana». En parte a causa de su relativa pobreza, de la escasez de su producción propia, el intelectual español no podía limitarse a su país, tenía que estar al tanto de lo que se hacía en el resto de Europa; quiero decir de toda Europa, mientras que los países más creadores corrían el riesgo de atenerse a lo suyo y tener, paradójicamente, una visión relativamente provinciana del conjunto.

En este momento España goza de un nivel que no desdice del conjunto europeo, desde el punto de vista económico, del repertorio de posibilidades de cada individuo, de la capacidad de gozar de lo que ofrece el mundo actual. Si se mira bien, si se tiene alguna idea de las posibilidades creativas españolas, en el pensamiento, la literatura, el arte, se descubre que el nivel de las minorías españolas no es quizá inferior al de ningún otro lugar. Con una restricción importante: me refiero principalmente a lo individual, a lo estrictamente personal; no es lo mismo en lo colectivo, especialmente en lo que son las instituciones.

Lo más promisor, lo que es ya realidad efectiva, es lo que hace y puede hacer cada uno de los españoles que en algún sentido son eso que se llama, con evidente exageración, «creadores».

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