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Antisemitismo en Francia

Ataque criminal a una sinagoga turca. Incendio de un colegio judío en Francia. ¿Casualidad? Podría hablarse de meras coincidencias si fueran hechos aislados y raros pero se trata de episodios que forman parte de un proceso coherente e internacional que en Francia se viene manifestando desde hace tiempo y de forma muy especial en los tres últimos años. La Francia profunda, la del caso Dreyfus, está mostrando su rostro más siniestro con las demostraciones constantes de antisemitismo. Los judíos franceses tienen miedo. Se exilian a EE.UU. y a Canadá. Por cierto, sin que los intelectuales se desgarren las vestiduras, ante la indiferencia de la izquierda... y de las autoridades. Las primeras medidas de Chirac son del lunes.

Pero ¿por qué razón la guerra santa de los islamistas, esta expresión del odio y de la frustración colectiva, esta politización de la muerte, ha encontrado en Francia un terreno especialmente abonado?

La existencia de una comunidad judía francesa que ronda los 600.000 miembros únicamente podría ser el pretexto para un movimiento antisemita en el caso de que hubiera otras claves. Por ejemplo, la mala conciencia que dejó el caso Dreyfus en la memoria de algunos segmentos de la sociedad. Esa especie de rescoldo que queda tras las hogueras de los odios colectivos. Una herida no bien cerrada. Una imagen de desprestigio para la nación, que reforzó la experiencia de Vichy y que provoca aún más vergüenza cuando se piensa en lo que habría podido suceder en el caso de que Francia, ¡la democrática Francia!, no hubiera sido liberada por los norteamericanos. Pero, sin duda, la actualización de la judeofobia no habría tenido una expresión tan brutal como la que está teniendo en estos últimos años si no hubieran concurrido algunas otras causas.

EL filósofo e historiador de las ideas Pierre-André Taguieff ha intentado responder en «La nueva judeo-fobia» (Gedisa) a esta singular traducción del antisemitismo, violento, a las condiciones francesas. Para este autor cuenta el discurso ideológico, planetario, según el cual «los judíos son unos imperialistas, unos colonialistas y unos racistas, ya lo declaren o ya lo disimulen» y cuenta la representación del sionismo como mal absoluto que está llevando a cabo una guerra de exterminio contra el pueblo palestino. La guerra árabe-israelí sería la demostración más clara de las aspiraciones al dominio mundial que han tenido siempre los sionistas, esa gran conspiración de la que hablaban «Los protocolos de los sabios de Sión».

ASÍ pues la paranoia antisionista actualizada vendría a injertarse en la memoria francesa. Pero hay más. Taguieff habla de la militancia de los emigrantes magrebíes y africanos que encuentran, gracias a su marginación, a su desclasamiento y a su pobreza una especial comprensión en la izquierda francesa. Resistentes a los valores de la República, estos demediados ciudadanos franceses -cuando llegan a serlo- tratan de continuar aquí la lucha palestina, organizan un nuevo tribalismo y se integran en la red transnacional.

La defensa de los judíos no es nuestra causa, vienen a decir los militantes de izquierda, los altermundialistas. Para ellos los judíos franceses son como los trabajadores de las Torres Gemelas: unos colaboradores del Imperio, y pagan por ello.