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El racismo histórico
Jacobo Burckhardt había advertido a finales del siglo XIX el advenimiento de schrechkliche Simplifikateure (horribles simplificadores) de la cultura. Estos hicieron concienzudamente su labor en el siglo XX y con la ayuda del modo de pensamiento ideológico se ha introducido en los medios intelectuales a partir de los años sesenta el racismo cultural e histórico; consistente no ya en la desaprobación y el desprecio de otras civilizaciones, costumbres o religiones distintas sino, lo que es mucho más grave, en el odio histórico, con «una asombrosa propensión a juzgar negativamente su propio pasado» (J. Heers). Así, la cultura de la nueva pseudoilustración que se ha introducido en España en contraste con la cultura nacional o tradicional se apoya sobre todo en esa suerte de racismo histórico cultural, aunque su tosquedad y baja calidad lo haga aparecer como una muestra de incultura y bajas pasiones pagadas.
Tomando como principio el dogma posmoderno de que la verdad es relativa y que las verdades en sí, absolutas, son dañinas y peligrosas, difunde sus medias y falsas verdades y sobre todo sus mentiras justificándolas también por su utilidad: por ejemplo, la utilidad de tergiversar el pasado, que parece constituir una tarea fundamental de buena parte de la historiografía actual... al mismo tiempo que se critica el desinterés por la historia. Así, la enciclopédica incultura dominante, que además se pretende neutral, habla de todo sin rubor, especialmente de lo que ignora o desprecia. La falsificación de la historia reciente, alentada por los poderes públicos por pura demagogia, ignorancia o neu- tralidad, alcanza una intensidad comparable a su inanidad.
Entre los tópicos descalificativos de este racismo histórico, llama la atención el decir que algo es medieval, o peor aún, feudal, convirtiendo la Edad Media en el infierno de la cosmovisión seudoprogresista y su barata sabiduría histórica. Por lo pronto, la Edad Media fue una época, como todas, con claros y con sombras que no se puede enjuiciar con criterios actuales, o como si éstos fueran los definitivos o no hubiera nada que reprochar a la cultura actual; en primer lugar su aversión a la cultura, confundida en muchos casos con una información - por supuesto nada de formación, no sería neutral - banal, como la que hace tiempo ofrecen masivamente las universidades y las enseñanzas sometidas al Estado y los poderes públicos, especialmente en los estudios no estrictamente científicos y técnicos, más inasequibles por su naturaleza al destructivismo cultural. A pesar de todo, dos y dos son cuatro y no hay preferencia ni relativismo cultural que valga. De los medios de comunicación no hay que hablar.
La Edad Media, que suele datarse entre el año 800 en el que fue coronado Carlomagno emperador de Occidente el día de Navidad y el 12 de octubre de 1492, fecha del descubrimiento de América, precedida de un interregno desde la caída de Roma en manos de los bárbaros el año 476, fue una época esencialmente creadora de cultura, muy al contrario de lo que sucede en este momento. En los diez siglos transcurridos aproximadamente entre esta última fecha y el final de la Edad Media, tuvieron lugar varios renacimientos; hay quien dice que uno por siglo. Y en su transcurso se formó Europa. El odio a Europa es un ingrediente del racismo histórico.
La Edad Media debe su leyenda negra a la hostilidad del Renacimiento para autoprestigiarse y luego de la modernidad con la disputa llamada de los antiguos y los modernos. En parte, también es cierto, porque juzgaban una época tan larga por el momento de decadencia de la cultura propiamente medieval, el «otoño de la Edad Media», los siglos XIV y XV, en realidad de transición a la modernidad. A ello se añadieron posteriormente la crítica de una parte de la Ilustración (siglo XVIII) al cristianismo, por lo que la llamaba la «edad oscura» y, más tarde, la reacción contra el romanticismo del siglo XIX, que casi como una excepción idealizó esa época.
En contra del tópico, la Edad Media fue una época de gran claridad. Basta evocar el arte románico o el gótico. El racismo histórico no lo entiende.
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