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La República y la voluntad popular

Según me informa la periodista Cristina Losada, recientemente se ha cambiado en Vigo el nombre de una calle para rebautizarla "de la II República", régimen proclamado, asegura una placa, por voluntad popular. Asistieron al acto los intelectuales enredas de siempre, el concejal de cultura y el alcalde, quien ponderó en especial eso de la "voluntad popular". Pero es mentira.

La II República tuvo la extraña virtud de provocar la rebelión de cuantos habían contribuido de algún modo a traerla: anarquistas, socialistas, republicanos de izquierda, nacionalistas catalanes. Azaña y los suyos intentaron el golpe de estado en dos ocasiones, tras perder las elecciones del 33, y el mismo Alcalá-Zamora cayó en algo parecido cuando, para expulsar a la CEDA del poder, le retiró arbitrariamente la confianza e impuso un gobierno sin base parlamentaria, abriendo paso con ello al movimiento revolucionario y a la reanudación de la guerra civil en julio del 36.

En el primer bienio, cuando gobernó Azaña, el número de muertos en enfrentamientos callejeros y atentados (unos 280, casi todos ellos causados por las propias izquierdas) subió en vertical, como aumentaron los muertos por hambre hasta las cifras de principios de siglo; la cultura sufrió devastadoras agresiones, con destrucción de importantes bibliotecas, centros de enseñanza y laboratorios, e innumerables obras de arte, el cierre de centros de enseñanza acreditados, entre ellos lo único parecido a una facultad de Ciencias Económicas, por el simple hecho de ser católicos.

Azaña suspendió también más periódicos que ningún otro gobernante anterior en tan corto plazo. Y cuando volvió al poder, en febrero del 36, estos procesos tomaron un impulso frenético. Hay que referirse a Azaña porque sus períodos de gobierno son los únicos que suelen tomar en consideración los autodenominados republicanos. Los otros dos años fueron el "bienio negro", cuando el hambre retrocedió algo, la iniciativa privada volvió a despertar, no se cometieron tropelías como las anteriores y, si resultó más sangriento (1.400 muertos), se debió a la guerra civil declarada en octubre del 34 por las izquierdas contra un gobierno democrático.

Estas cosas deben ser recordadas y repetidas machaconamente, porque la mentira sobre la II República es tan persistente y casi universal, desde el cine o la televisión a la literatura y una seudohistoria, que si no se reacciona contra ella con energía y constancia, la falsedad terminaría por asentarse en la memoria colectiva. La desvirtuación de la historia es la base desde la que pretenden legitimarse nuevas y constantes mentiras políticas actuales, y sus consecuencias sólo pueden ser nefastas. Pues si Peces Barba sostiene, contra el Evangelio, que la verdad no nos hace libres, ni él se atreverá a sostener abiertamente que nos hace libres la mentira, aunque en la práctica él y otros obren a menudo como si tal creyeran.

La falsificación empieza por el aserto de la llegada de la república por voluntad popular, a lo que se añade casi siempre "de manera pacífica". No fue así ni remotamente. Como es sabido, pero casi siempre disimulado, los republicanos, incluyendo a los recién conversos Alcalá-Zamora y Miguel Maura, trataron de imponerse mediante un golpe militar, el clásico pronunciamiento jacobino. Los golpistas salieron a la calle en diciembre de 1930, amenazando con fusilar sin formación de causa incluso a quienes se opusieran "de palabra o por escrito" al nuevo régimen, e inmediatamente mataron a varios desafectos. El golpe fracasó (en Madrid, saboteado por Besteiro, que impidió la huelga general acordada), pero sus principales protagonistas, Galán y García Hernández, fusilados tras un juicio de guerra, fueron convertidos en héroes por los pacíficos y democráticos republicanos, que pensaban levantarles en el centro de Madrid un grandioso monumento "uno de los mejores de Europa, digno de los héroes de Jaca", un gran arco alzado sobre una amplia plataforma entre dos plazas monumentales a construir en el paseo de la Castellana.

La represión sobre los golpistas, salvo la ejecución de Galán y García, fue extraordinariamente suave, y pocos meses después sus líderes podían presentarse a las elecciones municipales que tuvieron lugar el 12 de abril de 1931. El resultado de esos comicios fue un gran triunfo republicano& en las capitales de provincia; pero en las ciudades menores y pueblos, la victoria correspondió, con mucha diferencia, a las candidaturas monárquicas. En conjunto, las elecciones, cuya limpieza fue generalmente reconocida, las perdieron los republicanos, que, por otra parte, no era la primera vez que obtenían lucidas votaciones en grandes ciudades.

La mayoría de los perdedores consideraron los resultados como una buena esperanza de cara a las elecciones generales previstas para poco después, pero Maura, monárquico hasta muy poco antes, les incitó a considerar el triunfo en las ciudades como palanca para empujar a la monarquía al despeñadero. Y tenía toda la razón, pues los primeros en pensar así fueron casi todos los supuestos defensores de la monarquía, y ante todo el jefe de ellos, el conde de Romanones, que fomentó la descomposición moral de los monárquicos y ofreció el poder a los republicanos. Como el poder llegó a éstos mediante unas elecciones municipales, no legislativas, que en realidad habían perdido, a veces se ha hablado de "golpe de estado". Pero no hubo tal, pues si bien es falso que la república llegara por voluntad popular, es cierto que llegó por voluntad de los jefes monárquicos. ¿Cómo podían rechazar los republicanos la oferta de Romanones y otros? Hasta tenían la obligación de aceptarla, para evitar un vacío de poder.

La actitud y los manejos de Romanones, típico cacique de la Restauración habituado a una política habilidosa, pero de muy cortos alcances, tiene algo de misteriosa, y no la aclaran, desde luego, sus páginas de memorias. Como es sabido, la masonería desempeñó un papel muy importante en el republicanismo, y en Vidarte, socialista y masón convencidísimo, uno de los organizadores de la revolución del 34, encuentro estas interesantes palabras: "Cuando salimos en unión de Marcelino Domingo de su despacho, le pregunté a éste si don Gregorio (Marañón) era o había sido masón, ya que con tanta libertad se habló con él del trabajo en las Logias. Domingo me informó de que Marañón fue iniciado en secreto por su suegro Miguel Moya, cuando éste era Gran Maestre. Estas iniciaciones constan en un libro especial que lleva la Gran Maestría, y sólo figuran en él los nombres simbólicos. El caso del ilustre médico y escritor era semejante al del conde de Romanones, quien también había sido iniciado en secreto por Sagasti y quien siempre cumplió bien con la Orden (&) Ya comprenderá usted terminó Domingo que muchas veces nos interesa que no se sepa que son masones algunos políticos de nuestra confianza. Fallecidos, lo mismo el conde de Romanones que el querido y admirado doctor Marañón, me encuentro en libertad para revelar estos secretos". (No queríamos al rey, p. 227-8)

La entrevista entre Romanones y Alcalá-Zamora, que selló la caída de la corona, ocurrió precisamente en casa de Marañón. ¿Significa todo esto que Romanones actuó secretamente de acuerdo con los "hijos de la luz" para hundir desde dentro a Alfonso XIII? Es imposible decidirlo con tan pocos datos, y quizá nunca llegue a saberse. Como en muchos sucesos históricos, queda una certeza: la actuación del conde favoreciendo visiblemente a los republicanos. Y una sospecha, que adquiriría bastante consistencia si las revelaciones de Vidarte pudieran verificarse.

Pedro Schwarz ha consultado con la especialista en masonería Dolores Gómez Molleda, quien le confirmó la inexistencia de los nombres de ambos en las listas disponibles de masones, como hacían esperar las palabras de Vidarte. Por su evolución posterior, cabe dudar de que Marañón permaneciese mucho tiempo en la orden después de llegada la república y comprobados sus efectos.

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