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Eva y la manzana prohibida

Si no fuera porque el día de los Santos Inocentes se celebra en Estados Unidos en abril, el anuncio del supuesto nacimiento del primer ser humano clónico, una niña a la que se ha llamado Eva, podría digerirse hoy como una estúpida broma pesada o una burda estrategia de propaganda de la secta de los raelianos. En el curso de una rueda de prensa absolutamente desprovista de evidencias científicas, la bióloga Briggite Boisselier se esforzó en convencer al mundo de la veracidad de su experimento. Lo único que logró en la comunidad científica fue agigantar su escepticismo. Ni las técnicas de clonación son sencillas (el nacimiento de la oveja Dolly exigió cientos de intentos en un laboratorio de prestigio) ni los numerosos óvulos necesarios para aplicarlas son fácilmente asequibles. Poca credibilidad merecen los seguidores de un líder espiritual que se hace llamar Rael, empeñado en que los seres humanos fuimos creados por seres extraterrestres mediante ingeniería genética. La promesa de que un análisis genético revelará en diez días que la recién nacida es clónica resulta irrelevante, ya que se utilizará una técnica forense muy eficaz para dilucidar parentescos, pero claramente insuficiente para demostrar si el material genético de dos personas es idéntico. Todas las dudas científicas no diluyen, sin embargo, la inquietud que suscita la posibilidad de que una banda de fanáticos experimente con humanos las técnicas que han causado muertes, envejecimiento prematuro y defectos genéticos en animales. Hace meses, con un convencimiento sobrecogedor, los raelianos ya avisaron en la Cámara de Representantes de EE.UU. que intentarían morder esta manzana prohibida de la ingeniería genética. Desde entonces, la ONU no ha podido aprobar una convención que prohibiría en todo el mundo lo que el Código Penal castiga en nuestro país con prisión.