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La fascinación de la vida
El siglo XX ha sido calificado certeramente como el siglo de la ingeniería social. Los experimentos de búsqueda del "hombre nuevo socialista", libre, igual, honrado, inteligente, no competitivo y solidario condujeron a los regímenes totalitarios más sangrientos de la historia de la Humanidad en amplias zonas del planeta como la Unión Soviética y su área de influencia, China, Vietnam, Camboya, Corea del Norte y un número crecido de otros países influidos por el marxismo-leninismo. El intento de hacer de la raza aria la dominadora del mundo condujo a la peor conflagración que recuerda el paso del hombre por la Tierra y a experiencias genocidas que todavía hoy son ejemplo acabado del horror al que puede llegar la locura humana. La ingeniería social se ha revelado como uno de los actos de soberbia más espantosos que cabía imaginar.
El siglo XXI que empieza lleva todas las trazas de pasar a la posteridad como el de la ingeniería biológica. La ciencia y la tecnología han alcanzado metas inimaginables hace pocos años. Los avances espectaculares de la genética, la codificación del genoma humano, las potencialmente incontables y asombrosas aplicaciones prácticas de los nuevos conocimientos a la medicina componen una panoplia de posibilidades de experimentación no ya con las sociedades, sino con los individuos, con cada individuo, desde el mismo momento en que se inicia su existencia hasta la misteriosa frontera del final de su vida. Al relacionarse estos avances con la mentalidad hedonista y relativista (cuando no nihilista) extendida en la segunda mitad del siglo XX, el panorama amenaza con ser devastador. Sólo los individuos muertos por abortos provocados -legales- en Estados Unidos desde la sentencia "Roe vs. Wade" de hace ahora justo treinta años multiplican por varios dígitos el total de víctimas americanas de todas las guerras desde la fundación del país, incluida la civil de Secesión. En España, a menos de veinte años de la reforma del Código Penal de 1985, las víctimas del aborto casi doblan la cifra de caídos en combate en la guerra civil de 1936.
Una de las voces que con más insistencia, solidez y preocupación se han alzado alertando a la Humanidad del abismo en que puede precipitarse como consecuencia de la mentalidad de "ingeniería biológica", es la de la Iglesia católica. La Biblioteca de Autores Cristianos ha editado un magnífico libro de consulta (El don de la vida, 1996, ed. de Augusto Sarmiento, 822 págs.) en el que se recogen textos del magisterio desde Pío XII hasta Juan Pablo II que ponen de manifiesto la constante preocupación de la Iglesia, experta en humanidad, por velar a favor de la naturaleza humana en todas sus dimensiones, incluida, naturalmente, la espiritual. Juan Pablo II nos ha dado la encíclica Evangelium Vitæ, la Instrucción Donum Vitæ y multitud de discursos en los que aborda estas cuestiones. Este Papa ha creado, además, la Academia Pontificia para la Vida, dedicada a "estudiar, informar y formar en lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida".
Influidos (diríase que, a veces, infectados) por la mentalidad neopagana y relativista tan extendida de este tiempo, algunos creen que la defensa de la vida humana desde su inicio hasta la muerte natural, la defensa de lo que podría llamarse con toda propiedad la ecología humana, es cosa de la gente "con creencias religiosas", y que debería ser ajena a quienes no las tengan. Este modo de concebir las creencias religiosas, tan típico de esta mentalidad, ve a los creyentes en general, y a los católicos en particular, como tipos estrambóticos que tienen esta clase de manías y a los que hay que tolerar amablemente mientras no molesten.
Crasísimo error: la fascinación de la vida, propia del hombre desde sus orígenes mismos sobre la Tierra, entra de lleno en las preocupaciones y los desvelos de todos, y la voz de la Iglesia se dirige a todos en lo tocante a estas materias, porque lo que se trata de defender es la verdad del hombre, la verdad de su naturaleza. Es evidente que la fe cristiana informa la palabra de la Iglesia, pero eso ocurre también cuando la Iglesia se refiere a la estafa, la tortura, la violencia doméstica o el asesinato. Detrás de esta descalificación lo que hay es una voluntad no expresada de sustraerse a toda norma ética. Pero cuando eso ha ocurrido ya sabemos cuáles son las consecuencias que se han derivado. Quiero creer que aún estamos a tiempo de evitar que el siglo de la ingeniería biológica no acabe como acabó el de la ingeniería social.
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