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Tamayo no hace teología

Los obispos han llamado la atención a Juan José Tamayo. Básicamente, le han dicho: «Juan José, lo que tú haces no es teología y, por eso, has llegado a conclusiones erróneas». La teología es una ciencia que procede por la razón iluminada por la fe. Para que sea verdadera necesita partir de los principios de la fe.

Un buen teólogo es aquel que, utilizando su inteligencia, ayuda a entender mejor lo que creemos. Lo que no es de recibo es que, por limitación, alguien se cargue los principios. Cuando algo no se entiende lo que hay que hacer es ser humilde. Los obispos han dicho que la desviación de Tamayo es una reformulación del error de Arrio. La herejía arriana, básicamente, era heredera de la concepción judía que negaba que Jesús fuera Dios. Las consecuencias de esa concepción son demoledoras para la fe. Porque si Jesucristo no es Dios entonces no puede salvar al hombre. Es una herejía que nace del orgullo y la soberbia, amén de la falta de rigor científico.

Por eso, detrás de toda corrección episcopal hay un aviso: «Recuerda tú que te dices teólogo que no te salvará tu ciencia sino la gracia de Jesucristo». Como enseña san Pablo, «la ciencia hincha, sólo la caridad edifica». Contra Arrio se levantó san Atanasio. Por su fidelidad a la fe tuvo que huir de un lugar a otro. En vida no gozó de buena prensa, pero Dios se valió de él para asegurar la ortodoxia en el Concilio de Nicea (año 325).

Los obispos han sido fieles a su misión de pastores. Dios confió a la Iglesia el depósito de la fe y ésta tiene la obligación de custodiarla. Vigilar la doctrina no es un acto policial, sino un servicio al que están obligados los pastores por lealtad a los fieles. Nadie tiene derecho a recortar el Credo. La teología, bien ejercida, es principalmente un servicio a la Iglesia. Para pensar con la Iglesia hay que amarla y, entonces, ese amor aguza la inteligencia. De ahí han salido los grandes teólogos santos.