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El estado de la cultura

La decadencia cultural de Europa es indiscutible. Resulta fácil percibirla en las artes y en la literatura, pero el declive alcanza a los demás campos de la vida intelectual, desde la filosofía y la ciencia a la religión. La profusión de obras, libros, revistas, películas, etcétera no debe engañar al respecto: es lo propio de una cultura meramente cuantitativa que, además, incita la producción de cultura como un bien y como un mérito aunque no se tenga nada valioso que aportar ni nada interesante que decir, ni se sepa decirlo llegado el caso; así ocurre, por ejemplo, para acceder a determinadas categorías de la enseñanza, en las que es casi obligatoria la publicación como si fuese equivalente a la investigación; otro de los mitos de la cultura actual, según el cual, quien se dedique a alguna actividad más o menos intelectual ha de ser al mismo tiempo investigador, cuantificándose también así la investigación y aumentando la incultura general.

En esta forma de la cultura dominante, al final prevalece la cantidad sobre la calidad y, puesto que la selección la hace la propaganda, en la que hay que incluir casi siempre a la crítica, se orienta la producción como si se tratase de una industria pensando en el mercado, y lo cualitativamente valioso, lo bueno, queda oculto por el número. El resultado es la confusión intelectual con graves consecuencias para la ética.

Son muchos los que no se recatan en decir como Pierre Rosanvallon, que nuestras sociedades son moralmente esquizofrénicas: sufren de compasión ante las miserias del mundo mientras defienden ferozmente los intereses más discutibles; son humanitarias, creen en los llamados derechos humanos e impulsan por todos los medios lo que C. S. Lewis ha llamado la abolición del hombre; reivindican la justicia y piden al mismo tiempo que se cometan en su nombre las mayores injusticias; se consideran libres y atropellan la libertad todos los días; exigen la igualdad creando nuevos privilegios y desigualdades; postulan la verdad y descansan en una gigantesca organización de la mentira; son solidarias a la moda y se aprovechan de la solidaridad; se creen progresistas y son escanda- losamente reaccionarias; se dicen pacifistas, amantes de la paz y tolerantes pero se producen con dureza, violentamente a la menor discrepancia; se piensan como ilustradas y en ellas prosperan la incultura y la ignorancia; individualistas, añoran las formas de vida comunitaria; realistas, viven de abstracciones siendo ellas mismas sociedades abstractas; racionales, son dirigidas por la opinión de los peores...

Sociedades inconformistas caracterizadas por su conformismo, la ética de estas sociedades más que amorales psicológicamente enfermas es, en la medida en que existe, una ética sin verdad incapaz, aunque sea racional, de suscitar la adhesión del corazón. Ética puramente procedimental, se atiene sin convicción a las mínimas reglas establecidas fingiendo ceñirse formalmente a las pautas de conducta establecidas. Es lógico el predominio de lo «políticamente correcto», especie de pseudoética heterónoma que por lo menos proporciona un criterio al individuo aislado, autónomo, que se piensa independiente. El acatamiento a la opinión establecida por el mero hecho de que parezca compartirla la mayoría, es el conformismo del enfermo en una sociedad nihilista.

La cultura cuantitativa es una cultura en cuyo corazón se ha instalado el principio de neutralidad. Como en ella lo importante es, pues, naturalmente, la cantidad, resulta normal que su vitalidad dependa del poder político y el poder del dinero llegando un momento en el que se pierde la capacidad intelectual de distinguir y valorar, con lo que todo da igual; «todo vale»; sólo es cuestión de más o de menos. En contraste con la igualitarista y amorfa cultura cuantitativa, la cultura cualitativa no es neutral: guiada por el principio de realidad, se rige por el preferir y el elegir, el distinguir y el valorar. En ella se reconoce la diferencia entre la verdad y la mentira, entre lo que es bello y lo que es feo, entre lo que es bueno y lo que es malo, entre lo mejor y lo peor.

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