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Un breve apunte sobre el ser y la muerte
El mundo, en concreto, la misma persona iría a un ritmo algo más acompasado si de vez en cuando se pusiese a reflexionar sobre la muerte. «No sabéis ni el día ni la hora» es una de las frases de Jesús, recogidas en el Evangelio, que mejor ilustran la incertidumbre de esta realidad. La vemos continuamente en los medios de comunicación y a medida que los mayores se hacen más graves en años, les toca de cerca, algún familiar que se va. Es ley de vida.
Yo quiero reflexionar un poco sobre esta ley de la vida que me parece muy justa, pues siendo imperfecto como es el ser humano, creo que nadie debería de tener el privilegio o la condena de vivir eternamente en esa imperfección. Sobre todo si se trata de alguien que se aproxima en vida más al cerco de la perfección. Eso sería un espanto. Imagínense a una persona colmada de perfección determinada a vivir eternamente en un alrededor imperfecto. Quizá fuese como vivir en el infierno, sin alcanzar jamás el mérito.
Todo lo que digo son breves apuntes. No quiero que se confunda la perfección moral a la que expreso referirme con las teorías de la selección natural de Darwin o cosa por el estilo. No se trata de eso. Puede haber razas, hombres, mujeres, físicamente fuertes, intelectualmente brillantes pero humanamente pobres.
El espíritu no se caracteriza por la supremacía de la fuerza o de una raza "escogida" al estilo selectivo. No es más fuerte quien es capaz de sentir menos, menos debilidad, menos compasión, menos caridad. Es más fuerte quien se sabe humano y aprovecha esa misma humanidad que le caracteriza para reafirmarse en su ser y crecer.
Nietzsche, el eterno disconforme, ignoraba que años más tarde sus escritos trastornados servirían para dar forma a las arengas de Hitler y fortalecer su ideología. El Führer fue uno de tantos demagogos egocéntricos que ha tenido y tendrá la Historia. Un amante del arte se convierte de la noche a la mañana en un loco enfermizo que ambiciona conquistar todavía no sé el qué.
La Alemania del Tercer Reich fue la pesadilla decadente, pienso, que del mismo Hitler. Un día sostenía a sus pies un trono de poder. Al final de su novela y según fuentes oficiales, Hitler muere en su búnker no pudiendo aceptar, en ningún momento, la derrota. He ahí al superhombre. Fue un ser humano que no supo querer. Jugar a ser Dios sin amor es una falacia tras otra que se materializa en actos de suma perversidad.
El hombre debe ser tenido en mucho por el hecho de que la vida lo haya traído a sus filas. Sin embargo, a la vez es nada porque en un instante quedará destruida su materialidad. La muerte es el mayor acto de humildad de la naturaleza para con el hombre.
¿Qué me gustaría haber logrado antes de morir? ¿Qué quiero llevar conmigo? Son preguntas —fuera de lo provocador que no es la intención de este escrito— que todo ser humano debiera de hacerse —en algún momento— para darse cuenta de que la vida como decía una gran profesora de literatura en un Instituto es un viaje. Y eso es lo interesante. Es un viaje que termina sin nada físico ya. Lo que antes destilaba vida ahora ya ni nos pertenece, pero entremedias podemos elegir, y esto también es cosa grave. Podemos elegir entre el dar y el no dar, la generosidad, el perdón, la amistad, la fortaleza...todos ellos valores abstractos. Nada más nos queda.
Las propuestas intuitivas e incluso el fruto potenciador de nuestra voluntad e inteligencia, quedan en la existencia conocida supeditados a la libertad. Valor abstracto pero real que nos determinará hasta en el último segundo de vida. Hasta en el último segundo de vida, uno puede elegir no la muerte, pero sí, cómo quiere atravesar el umbral de la muerte. Hemos nacido para morir al final pero para vivir eligiendo en cada momento, en cada instante y circunstancia. Todo un reto.
Del director
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