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Un Papa heroico y un diminuto Cardenal
No es preciso ser católico o religioso de cualquier denominación para admirar la figura de un hombre que casi ha sido crucificado por su propio cuerpo y que sigue luchando con todas sus fuerzas por su misión en esta tierra. Su campaña contra los que abusan de sus pueblos comenzó desde que vivió la opresión que habían impuesto en Polonia, su tierra natal.
Combatir el mal y hacer el bien ha sido su lema. Hace unos años, dos balazos de un terrorista, que él perdonó, quebraron su estructura física, pero no su espíritu. Así lo hemos visto subiendo las plataformas rodeadas de fieles, con un esfuerzo agonizante. El premio es ver a sus fieles, bendecirlos y dejarse ver por ellos. Cargando su dolor a todas partes, en Africa, en las tres Américas, en Asia, el Papa Juan Pablo II ha conmovido a multitudes de todas las razas y colores.
En otro terreno, el Papa no sólo luchó contra el comunismo despótico. Su campaña también se dirigió contra aquellos católicos que allá por los años 60 comenzaron a defender la tesis de que para ayudar a los pobres era preciso dialogar con los marxistas, aliarse con ellos y usar la violencia. Ese ''catolicismo de izquierda'' hizo dudar a mucha gente cuando un sacerdote colombiano fue muerto a los seis meses de unirse a unas guerrillas que se mostraron indiferentes a su muerte.
A ese acercamiento a la izquierda, que incluía el aceptar la necesidad de una revolución para ''liberar'' a los pobres, se le llamó la teología de la liberación. Cuando Karol Wojtyla fue elegido Papa, la Iglesia estaba bastante rasgada por argumentos que incrementaban las posibilidades de más divisiones. Frente a esa situación, lo primero que hizo el nuevo Papa fue leerse el libro del peruano Gustavo Gutiérrez, creador de la nueva teología, y estar listo para demostrar que la doctrina católica era la verdad verdadera y se basaba en el amor, no en las balas. En Nicaragua, por ejemplo, donde los rebeldes sandinistas habían llegado al poder después de derrocar a Somoza, la izquierda proclamó la formación de ''la iglesia del pueblo'' y enseñó que Jesús era hijo de un carpintero, es decir, de un proletario, es decir, de un revolucionario que era mostrado con una ametralladora al hombro. El Papa viajó a muchos de esos lugares, atrajo millones de personas y desvaneció la idea de que la ''iglesia del pueblo'', controlada por la izquierda, era la verdadera Iglesia. El pueblo estaba con el Papa.
Durante su primera visita a Managua, ocupada por los sandinistas, ocurrió un pintoresco suceso que ayuda a comprender la situación. Cuando el Papa visitaba la catedral, inundada de fieles que lo saludaban, un sacerdote, Ernesto Cardenal, que se había sumado abiertamente al sandinismo, intentó simular un gesto de respeto y trató de arrodillarse frente al Papa. Su Santidad lo escuchó por un momento, agitó el dedo índice sobre la cabeza del sacerdote y reanudó su paso hacia el altar. Todo el mundo comprendió que Cardenal había sido amonestado por tratar de debilitar a la Iglesia.
Tal episodio, aparentemente trivial, tuvo una secuencia y se convirtió más tarde en símbolo y lección. Por el momento, pareció que la izquierda seguía avanzando. El sacerdote continuó su trayectoria política, basada en apoyar al marxismo con gestos místicos. Cuando conoció a Castro, Cardenal pareció conmoverse, le temblaron las manos y apenas si logró balbucear algunas palabras de elogio. Así Cardenal confirmó su fe en el triunfo de la izquierda.
Mas el tiempo pasaba y, gracias en gran medida a Juan Pablo II, la situación ideológica cambiaba: la izquierda católica, y aún la marxista, perdía fuerzas. Los sandinistas fueron derrotados por el voto del pueblo en honestas elecciones, Cuba se hundía en desastre total y el enorme imperio soviético se derrumbaba en silencio. La fórmula marxista quedaba vacía en las vacías manos de los comunistas.
Ante la victoria del Papa en Canadá, México y Guatemala, donde los pueblos desbordaron todos los límites, el poeta Cardenal, que nunca había perdonado el cariñoso regaño que le administró Su Santidad, sintió que había que desprestigiar a un pontífice heroico que va camino de la santidad. En realidad, Cardenal no criticó al Papa, sino que quiso demostrar cómo él sabía más que todos los papas juntos. Revisando sus notas del bachillerato, el poeta recordó que la Iglesia había montado la Inquisición y permitido papas beodos y lujuriosos. Luego añadió: "Juan Pablo II le ha hecho mucho daño a la Iglesia y debería pedir perdón por los casos de pederastia, por oponerse al progreso, a las revoluciones sociales y por querer quedarse en el pasado. Aunque, lamentablemente, los marxistas se dejaron corromper y olvidaron el noble ideal de Carlos Marx".
Así Cardenal se define como ''marxista, místico, poeta, sacerdote y revolucionario, y todo a la misma vez''. Tiene que ser muy difícil llamarse Cardenal y no ser cura; añorar la ''nobleza de Marx'' y haberla perdido, y, en realidad, no ser nada.
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