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Teología y Liberación
No entiendo por qué mi entrañable amigo Enrique Miret Magdalena tiene esa obsesión por jubilar al Papa a los setenta y cinco años. Hace mucho tiempo que no nos vemos, pero la próxima vez que me encuentre con él le diré: «Oye, Enrique, ¿por qué no te jubilas tú, que tienes, año más año menos, la misma edad del Papa y dejas de escribir esa especie de proposiciones sincréticas con las que nos tienes acostumbrado?». Sinceramente, no puedo comprender que una persona en su plenitud de facultades, como es el caso de Miret, quiere para los otros lo que no es capaz de aplicarse a sí mismo. Pensándolo bien, le voy a llamar un día de éstos para contarle, con todo lujo de detalles, lo que acabo de ver, especialmente el sábado, ya que tuve el privilegio de estar casi tres horas a unos quince metros del Santo Padre. Y lo que vi, Enrique, te lo adelanto, es un hombre lleno de vida, que al mismo tiempo que clamaba por la paz decía algo que nos dejó a todos electrizados: «Las ideas no se imponen, sino que se proponen». Casi un millón de personas le gritaban: «Tú eres joven», y él contestaba, improvisando con sentido del humor: «Joven con 56 años de sacerdocio y 83 años de edad». El Papa, en fin, querido Enrique, es el primero que conoce la edad que tiene, pero como gusta repetir y recordar: «La Iglesia no se gobierna con los pies, sino con la cabeza». Prada escribía en una «Tercera» que este hombre alienta la piedra del espíritu.
Pero hay quienes pretenden que la Iglesia se gobierne de otra forma y no con el espíritu. Eso es lo que parece proponernos la llamada Teología de la «Liberación», que se ha visto premiada con el Príncipe de Asturias en la persona del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez. Su amigo y admirador, Juan José Tamayo, director de la Cátedra Ignacio Ellacuría de la Universidad Carlos III, escribía hace unos días lo siguiente: «Gutiérrez lleva a cabo una verdadera revolución en la teología, cuyo acto primero es el compromiso con los oprimidos y la experiencia religiosa del Dios de los pobres, y cuyo acto segundo es la reflexión, pero no desde la neutralidad social y la asepsia doctrinal, sino desde el reverso de la historia y la opción ético-evangélica por los pobres». ¿Es esto teología o se parece más a la política?
En cambio, estoy convencido de que a todos ustedes -lectores de ABC o de «El país»- les impresionaron los artículos que el mismo día publicó otro teólogo, Olegario González de Cardedal, sobre la presencia de Juan Pablo II en España. Se preguntaba: ¿Qué es la Iglesia? Y se respondía: «Patria donde la identidad de Dios se revela al hombre como vida, potencia, santidad, novedad absoluta, fascinación irresistible», concluyendo que el problema de la Iglesia no es que haya más o menos curas, sino que haya menos creyentes a fondo. Hay mucho católico que confunde la parte con el todo o la cruz con la hoz y el martillo. Por ello, la visita del Papa nos sirve a los creyentes del común para volver a ver el camino de la verdadera liberación.
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