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El Papa y el Tiempo

Hoy cumple 83 años el Santo Padre, una edad importante, aunque después de su visita a nuestro país ya nadie se atreve a seguir haciendo especulaciones sobre su salud o a dudar sobre su energía. Sería ceguera no reconocer en su cuerpo los destrozos del atentado y de varias y graves enfermedades, así como el paso sobre él de la apisonadora de la vida que es el transcurso del tiempo. Hace poco, y ante un diluvio de comentarios periodísticos que pretendía jubilarlo, ya había advertido con buen sentido del humor que la Iglesia se gobernaba con la cabeza y no con los pies. El Papa, en fin, sabe muy bien la edad que tiene y sabe perfectamente que por mucho tiempo que le quede, le queda poca arena en el reloj de arena, ese que marca «el tiempo elemental y natural», según la reflexión jüngeriana -103 años de reflexión- sobre el sentido del tiempo.

No importa ser católico o no serlo. La persona simplemente inquieta debería acudir inmediatamente a la librería y comprar la última obra de Juan Pablo II -«Tríptico romano»-, que recoge sus poemas de la etapa papal y donde reflexiona sobre el destino del hombre y el transcurrir del tiempo y de la existencia: «Estaba solo en este asombro/entre los seres que no se asombraban/-les bastaba existir para ir pasando». Más de ocho decenios de vida dan para mucho y cuando la existencia de un ser humano -en este caso tocado por el aliento de Dios- se eleva con tal preeminencia sobre sus contemporáneos y es capaz de esculpir el tiempo que le ha tocado vivir con el vigor que lo hace Karol Wojtyla, se convierte, día a día, en un hombre para la eternidad, «como si hubiera impreso un ritmo en mis sienes/y de pronto llevara dentro de mí aquel tremendo agotamiento/y con aquel cuidado...».