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El cisma de los lefebvrianos puede terminar si aceptan una Administración Apostólica
En Roma todo el mundo habla de ello. El cardenal Darío Castrillón celebrará el próximo 24 de mayo, en la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, una misa solemne según el rito tradicional latino, la llamada misa de San Pío V. Pero lo más llamativo es que se da por seguro para aquella fecha un golpe de efecto que acabe con la herida surgida de las consagraciones episcopales que Lefebvre realizó en 1988: la concesión de una Administración Apostólica (semejante a las diócesis castrenses) para los sacerdotes y laicos que deseen recibir los sacramentos según el rito antiguo.
Juan Pablo II no quiere morir sin restañar una herida surgida en su pontificado: la del enfrentamiento con la Hermandad de San Pío X. En esta ocasión está dispuesto a ir más lejos que en ocasiones anteriores. De ello dan muestra algunos gestos. Por ejemplo, el Papa decidió personalmente, el mes pasado, asignar la capilla húngara, en la basílica de San Pedro, para la celebración cotidiana de la misa de San Pío V, desautorizando al deán de San Pedro que se obstinaba en rechazar a todo sacerdote tradicionalista. El paso decisivo quiere darlo monseñor Castrillón, quien aprovechará la celebración de una misa solemne en el rito tradicional, el día 24 de mayo para lanzar «un ofrecimiento oficial, orgánico y público» a los miembros de la Hermandad para que acepten una solución canónica (Administración Apostólica) y se levanten las excomuniones de 1988, como confirma una fuente autorizada.
Los detalles de la propuesta de Castrillón todavía no son públicos, lo que ha motivado muchas especulaciones, como la de algunos medios que dan por segura la fractura en la Hermandad. Según estas fuentes, tres de los cuatro obispos lefebvristas se avendrían a pactar, y sólo Williamson permanecería irreductible. Estas informaciones no han sentado bien en el ámbito de la Hermandad, que prefiere conservar unido el legado de Lefebvre y llegar a un acuerdo institucional y no personal.
De hecho, el lunes, monseñor Tissier de Mallerais, uno de los obispos «proclives», declaró que no eran ciertos los rumores, lo que se interpreta como una llamada a la unidad interna, no como un rechazo de las aproximaciones.
La historia de las tensiones y de las conversaciones entre la Santa Sede y la Hermandad Sacerdotal de San Pío X, fundada por monseñor Marcel Lefebvre, se remonta a los primeros años de esta sociedad y últimos del pontificado de Pablo VI. Cuando en junio de 1988, Lefebvre realizó la consagración episcopal sin mandato pontificio de cuatro obispos, la tensión subió de tono y Juan Pablo II dictó la excomunión para los obispos consagrantes (el mismo Lefebvre y monseñor de Castro Mayer) y consagrados, no así para los seglares seguidores del «arzobispo de hierro». La Hermandad de San Pío X no acepta las innovaciones litúrgicas posteriores a 1969 (la misa de Pablo VI), y estima que la misa moderna es válida pero no expresa claramente la fe de la Iglesia. También considera que la praxis postconciliar ha llevado a la Iglesia católica a una profunda crisis espiritual y doctrinal: la apertura al mundo de Juan XXIII se ha trocado en un vaciamiento y en la mundanización de la Iglesia.
Durante el jubileo de 2000, la intensidad del diálogo Ecône-Roma creció. De hecho, el Papa favoreció una peregrinación de miles de seguidores de Lefebvre a la ciudad eterna, encabezados por sus cuatro obispos, e incluso pudieron celebrar la misa en una iglesia romana. Después, las cosas se torcieron y de forma sorprendente, a finales de 2001 se cerró un acuerdo con la Hermandad de San Juan María Vianney, grupo hasta entonces asociado a la Hermandad de San Pío X y radicado en Brasil. El cardenal Castrillón rubricó el acuerdo con una solemne misa pontifical en Campos (Brasil), a comienzos de 2002, y la erección de una Administración Apostólica limitada a la diócesis de Campos, con un obispo al frente, para los fieles y sacerdotes que deseaban mantener el viejo rito.
Este acuerdo separado fue visto dentro de la Hermandad de San Pío X como una traición y una muestra del deseo del Vaticano de dividir al mundo tradicionalista. Parecía que las relaciones estaban congeladas. Sin embargo, el mundo de San Pío X no es un bloque monolítico, y dentro de él surgieron algunas voces discrepantes, favorables a una reconciliación con Roma. Los cuatro obispos han mostrado pública y reiteradamente su unión, pero fuentes bien informadas aseguran que aunque existe la voluntad de actuar conjuntamente, el obispo Williamson, de origen inglés, representa el ala más intransigente, mientras que Tissier, Fellay y el español Galarreta serían más proclives a un entendimiento con Roma.
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