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Menos tolerancia y más libertad
Presiento que el título que he elegido para mi artículo no dejará indiferentes a muchos. Unos me acusarán desde el progresismo, y otros desde el conservadurismo, bien por no llegar, bien por pasarme. Todo depende de la interpretación. Y como no quiero provocar una confrontación por dejar en ascuas sobre esta idea, procedo a dar lo que se llama la interpretación auténtica.
Dejé escrito no hace mucho que la tolerancia consiste en respetar las diferencias de los otros, idea de la que no soy inventor. Son muchas las cuestiones que suscita el contenido del término y el uso que actualmente se hace de él. Pero ahora sólo me interesa centrarme en una: ¿es la tolerancia la culminación del civismo y del respeto a los demás? ¿consiste todo en la dádiva generosa de permitir a los demás ser como son? Obviamente no, y aquí reside el error que se detecta en porciones amplias de nuestra sociedad, incluidas instancias de los dos sectores ideológicos a los que me refería al principio.
Históricamente, la tolerancia fue un término de uso eclesiástico, empleado para designar lo que sería la actitud cristiana ante el mal que podía ser permitido, el mal menor podríamos decir. De alguna forma, que no era ajena a su contenido originario, el término fue dejando paso en su significado a una noción más amplia de respeto en la que se omitía la referencia al mal, y en lugar de ello se hacía, como hoy conocemos, una vaga alusión a las diferencias. Si originalmente el punto de referencia para tolerar era el de la verdad (cristiana), lo tolerado era el error, es decir el mal por oposición a la bondad de lo verdadero que no resultaba excesivamente pernicioso. Ese error o mal se fue convirtiendo, en la definición del término tolerancia, en simple diferencia respecto a la realidad propia.
Volvamos al momento presente. El moderno reconocimiento de la dignidad del hombre a nivel universal ha encumbrado, dentro de los derechos humanos, los llamados derechos de libertad, muy principalmente la libertad de conciencia, la religiosa y la libertad de expresión. Es indiscutible que estas libertades son fuentes constantes de diferencias entre los hombres; deben serlo, y lo son, de diversidad y riqueza; no deberían serlo, pero coinciden en el origen, de conflictos y desavenencias. Para evitar esto se acude a la vieja tolerancia, para que el respeto permita a todos salir adelante y realizarse conforme a sus ideas y sus creencias. El error radica en creer que la tolerancia es la mejor actitud que puedo adoptar ante el otro, cuando resulta que el respeto a su libertad como derecho humano, derivado de la humana e inviolable dignidad de la persona es mucho más que la simple tolerancia: yo no tolero la libertad del otro, sino que la reconozco como un bien que le pertenece por su condición de persona.
Cuántas veces oímos o leemos alegatos a favor de la tolerancia hacia inmigrantes de distintas creencias o condición, pensando que es la actitud debida. Pero se trata de mucho más, porque la tolerancia no se refiere a la persona en sí, sino a sus ideas o sus actos. Si tolero a una persona, le estoy negando de principio su dignidad. A la persona no se la tolera, se la reconoce en su valor propio, que es el de ser persona, y con ella los derechos y libertades que le son inherentes. La tolerancia ha de reservarse para aquellos comportamientos que merezcan ser tolerados, no todos. Porque una de las consecuencias de pensar que hay que tolerar a las personas, en lugar de reconocerlas en cuanto tales, es optar por una visión acrítica de sus actos e ideas, tolerando todo, aunque en contra del originario y aún presente sentido del término tolerancia me parezca objetivamente mal lo que piensan o hacen. La libertad reconocida a la persona le permite creer, opinar y tomar decisiones a partir de ello; la tolerancia deberá ejercitarse, o no, hacia el resultado de esa libertad. No juzguemos ni condenemos a la persona, sino a sus actos. No seamos más tolerantes, sino más sensibles a la dignidad de los demás y reconozcámosles lo que les pertenece más allá de nuestra opinión: su ineluctable libertad.
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