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Los Nuevos Inquisidores
Hoy pocos son los que se atreven a decir lo que está bien o lo que está mal. Aquello de que nada es verdad ni es mentira, sino que todo depende del color del cristal con que se mira, ha quedado elevado a categoría absoluta. Lo importante ya no es lo que miramos, sino el color del cristal a través del cual miramos. Lo importante ya no es la verdad, sino el valor que le demos a esa verdad. Es decir, lo que era un medio para acercarnos a la verdad ahora lo hemos convertido en el canon a través del cual juzgamos -y señalamos- lo que es correcto y lo que no lo es, lo asumible y lo rechazable, la verdad y la mentira. Es el canon de la tolerancia. El canon que nos imponen los nuevos inquisidores. Todo, pues, tiene en nuestras sociedades tolerantes el mismo valor. Un filósofo alemán, Robert Spaemann, ha puesto el dedo en la llaga en una sugerente conferencia que pronunció en la Universidad de Navarra: «El precio que exige el pluralismo total es demasiado elevado. Destruiría cualquier cultura desarrollada y haría imposible la convivencia de los hombres».
La democracia que conocemos se basa en el respeto de las opiniones de las minorías, pero también, y sobre todo, en el gobierno de las mayorías. Ahora, sin embargo, se nos pretende convencer de lo contrario, pues son las minorías, desde la perspectiva del igualitarismo absoluto, las que acaban imponiendo sus criterios y opiniones sobre los de las mayorías. Veamos algunos ejemplos: una película sobre la muerte de Jesucristo fue un éxito de taquilla sin precedentes, pero los propietarios del canon de lo correcto la tildaron de cruel y sanguinaria, curiosamente los mismos que desde «The New York Times» le dedicaron media página a un tal Gunther von Hagens, llamado «Doctor Muerte», que expone cadáveres humanos como si fuesen esculturas, limitándose la crítica al cínico argumento de que los cuerpos quizá podrían ser de chinos ejecutados. Otro ejemplo: la noticia de que unos cuantos curas norteamericanos fueron procesados por abusos sexuales ocupó las primeras planas de todos los periódicos. Correcto. Pero la de que otros cientos de sacerdotes mueren cada año en defensa de los débiles en África o América o que luchan por la libertad religiosa y de culto en Asia o en los países árabes apenas tiene un par de líneas en ningún periódico. Sigamos: quienes creen que el matrimonio es la unión de un hombre y una mujer y piensan que el llamado «matrimonio gay» es algo que no tiene sentido o cuyo único sentido es la disolución de la institución matrimonial y familiar será fulminado como «homófobo», curiosamente por aquellos mismos que anualmente toman las ciudades en una especie de acrónico carnaval a mitad de camino entre el exhibicionismo y la pornografía. Por último: todos estamos contra la pedofilia, decimos, pero, que yo sepa, sólo Maruja Torres tuvo el valor de denunciar por escrito el anuncio de un conocido diseñador italiano que claramente incitaba a ella.
Las costumbres cambian, es cierto, igual que cambian las modas. Pero el bien y el mal son fácilmente discernibles. Hay verdades que no dependen del valor subjetivo que les demos y que serán verdades siempre y a pesar de los nuevos inquisidores, pues como hablaba Juan de Mairena a sus alumnos, la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
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