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La Europa constitucional
¿Puede decirse algo nuevo sobre el proyecto de constitución europea que se está concertando bajo la polémica batuta de Giscard d´Estaing? Muchos lectores nos deleitamos con los comentarios hechos en estas páginas por nuestro ex presidente Calvo Sotelo sobre su homónimo francés. Claro que el gabacho tiene alma de príncipe, moral de situación, ética acomodaticia y un olímpico desprecio por la voluntad popular, todo lo cual, reunido, le convierte, quizás, en el europeo más apropiado para juntar en una sola partitura tanta música nacional.
¿Pierde o gana España con la nueva propuesta que deberá tratarse en el Consejo de Salónica y que algo modificará lo que se acordó en el de Niza? ¿Y qué es lo que se está discutiendo que tanta pasión nacionalista provoca? En la Convención se está discutiendo la forma como se tomarán las futuras decisiones: por mayoría de Estados que representen al menos el 60 por ciento de la población. Aunque España mejore con respecto a lo acordado en Niza (de 7,8 por ciento a 8,19) lo tendrá muy difícil a la hora de bloquear decisiones. ¿Quién gana, entonces? Alemania, sin duda, que ve casi duplicado su poder con respecto a Niza. Y algo Francia. Y a mí esto me parece lógico, ya que «los datos muestran que la economía alemana es todavía la tercera más importante del mundo», como afirma la revista The Economist esta semana, aunque sea una economía «tocada» -yo diría que «manoseada»- por la catastrófica gestión política del gobierno verde y socialista de Schröder. No olvidemos que parte de su déficit -y sigo con datos del The Economist-, que asciende a 76,2 billones de euros, se debe en parte a la contribución alemana a las arcas comunitarias (9,8 billones de euros en 2002). Resulta comprensible que todo ello se traduzca en poder político, al menos en esta etapa constituyente de la Unión Europea. Y no sería razonable una postura cerrada por parte de España.
Europa, en cualquier caso, no es sólo economía, y hay otras cuestiones por las que merecería la pena luchar. El presidente de nuestro Tribunal Constitucional se refería anteayer a la trascendencia que tiene el preámbulo en una Constitución. Y opinaba que el prescindir en su texto de las referencias a las raíces cristianas de Europa no constituía un pórtico adecuado para el gran edificio que se pretende construir. A causa del debate sobre la incorporación de Turquía, políticos como Pujol y el propio Giscard se expresaron claramente sobre las raíces cristianas de nuestro continente y Juan Pablo II las recordó en su última visita a España. Por ello coincido plenamente con el profesor Navarro Valls cuando escribe que «el viejo tronco europeo hunde sus raíces en tres colinas: la de la Acrópolis, la del Capitolio y la del Gólgota». Ignorarlo, como se ignora en la redacción provisional del «preámbulo», es una insensatez propia de ignorantes, impropia de cultos constituyentes.
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