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Cercanías

Es incalculable el influjo que ejercen sobre las personas aquéllas que las rodean, que les son próximas, que conviven a poca distancia. Y esto en dos sentidos: por una parte, esas personas cercanas sugieren, provocan, transmiten algunas ideas que luego aparecerán en los labios o en la pluma del receptor. «Ese garbanzo no se ha cocido en tu puchero», se solía decir cuando se sospechaba una influencia exterior. También en sentido negativo: alguien no se atrevía a decir lo que pensaba por no chocar con la opinión de los próximos, que actuaba como freno inhibidor.

Las dos formas de influjo son igualmente poderosas y condicionan en gran medida no ya lo que se dice o escribe, sino hasta lo que se piensa. Se vive sometido a ese tipo de presión, que es menester tener en cuenta.

Hace falta una enérigca capacidad de decisión y un esfuerzo en cada caso concreto para escapar a ese tipo de limitación, casi imposición, que ejerce sobre nosotros una influencia perturbadora.

Es muy frecuente que ese influjo se ejerza desde posiciones que no se estiman, que no se comparten, pero que están ahí y gravitan sobre cada individuo. A veces se trata de lo que podríamos llamar presión ambiente, es decir, algo difuso y que se ejerce impersonalmente. La forma más frecuente e imperiosa son las vigencias sociales, con las cuales se cuenta aunque no haya una aceptación explícita, incluso cuando hay un rechazo inicial. Hace falta un esfuerzo de claridad para advertir que no se comparten ciertas posiciones, que tal vez se sospecha en el fondo que son erróneas e injustificadas. Es menester una dosis de energía para reconocer este hecho y obrar en consecuencia.

La aceptación de lo que rodea, de aquello con lo que uno se encuentra, es sumamente probable. Es necesaria una reflexión personal para advertir esa discrepancia, superar esa presión y llegar a una visión propia, personal, a la cual verdaderamente se adhiere.

Parece normal, y lo es, el influjo que una persona de superior calidad, con ideas clara y justificadas, con capacidad de expresión y comunicación, ejerce sobre los demás; pero es extrañamente frecuente el influjo de los manifiestamente inferiores sobre personas que los superan en muchos sentidos. Ciertas ideas toscas, dificilmente justificables, formuladas con rotundidad, imperiosamente, ejercen presión sobre los que las rechazarían si las examinaran con alguna detención y probaran su falsedad o endeblez. Esto explica que se difundan y acepten, individual o colectivamente, opiniones que no resistirían cinco minutos de examen atento. Hay una especie de sugestión: que las formulaciones autoritarias, imperiosas, ejercen presión sobre muchos y llegan a condensarse en una opinión dominante. En cuestiones políticas esto es evidente, y es un eficaz instrumento de proselitismo. Cuando se llega a un grado de aceptación habitual de lo que procede de un origen al cual en principio se adhiere, por ejemplo a un partido político, las defensas críticas decaen o desaparecen enteramente, y se produce una actitud de pasividad meramente receptiva, a una carencia de toda posibilidad de defensa. Es uno de los fenómenos más frecuentes, que experimentamos cotidianamente y nos permiten comprender gran parte de lo que acontece en torno nuestro.

Se produce una disminución de la capacidad crítica, que reclama un esfuerzo intelectual y otro no menor de la voluntad, y se llega a una capitulación, una entrega en la que se abdica de la propia personalidad. La forma extrema de esta actitud es el fanatismo, en el cual la sumisión a la opinión exterior lleva a una participación activa en ella, a una transferencia de lo que viene desde fuera hasta la propia posición personal, que en cierta medida significa una reducción de la personalidad.

La vida humana está enormemente condicionada por lo que le es próximo, cercano, con aquello que la rodea y con lo que tiene que contar. Esto es particularmente importante y rara vez se tiene presente y se valora en su justa medida. Los dos factores que he mencionado, la claridad mental y la energía de la voluntad, son decisivos, y juntos son la garantía de algo tan importante como la libertad real de cada persona. La difusión y aceptación de posturas que no se comparten, que se rechazarían si se tuviera la capacidad de análisis y de resistencia, lleva a una debilidad que explica demasiadas cosas inexplicables.

Un signo de debilidad es el de dejarse dominar por las posiciones cercanas que no se comparten, que parecen en alguna medida falsas o deficientes, escasamente justificadas. Pero hay también una dificultad de afirmar lo que parece verdadero y justo, por no chocar con esa posición dominante en la circunstancia que nos rodea o afirmada y sostenida, casi impuesta por personas individuales o grupos que pretenden ejercer una autoridad de la que probablemete carecen, pero que les asegura un influjo que excede con mucho de su realidad.

Se leen o se oyen constantemente afirmaciones o negaciones que no podrían resistir el menor examen atento, pero que de hecho ejercen un influjo desproporcionado a su calidad. Lo que en otros tiempos se llamaba argumento de autoridad, la fuerza que llevaba a la aceptación pasiva de lo que procedía de fuentes prestigiosas, se ha transformado en algo bastante distinto en su origen, pero de efectos muy parecidos. Hay una frecuente actitud de sumisión a una etiqueta, a un repertorio de consignas, a una filiación ideológica, principalmente política, lo que es un eficaz procedimiento de proselitismo.

La frecuente apelación a la libertad se suele entender como exigencia de que no se ejerzan presiones coactivas sobre los individuos; mayor importancia tiene la libertad interior, aquella que es estrictamente personal y que consiste en el ejercicio de las potencias intelectuales, morales, prácticas, de cada uno, lo que lleva a una efectiva independencia de cada persona, a la libertad de ser de cada cual lo que verdadermante es.

Esta forma de libertad está ligada a lo que se podría llamar el crecimiento de la persona, lo que permite llenar la conducta exterior con los contenidos que dimanan del fondo personal, hasta aumentar la personalidad del que convive con los demás y circula en medio de ellos poniendo en juego lo que es propio de cada uno.

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