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La base religiosa del pensamiento de Wittgenstein

Observaciones introductorias

Muchas de las obras de la actual literatura secundaria sobre Wittgenstein, sobre todo por estos lares, no merecen en mi opinión ni siquiera el esfuerzo de ser leídas. Estos libros, además, creo que son susceptibles de un tratamiento tan radical a pesar del hecho de que proceden en algunos casos de autores teóricamente competentes -o precisamente porque proceden de autores teóricamente competentes-, en atención exclusivamente a su contenido efectivo, y no por algún otro tipo de consideración. En pocas palabras: me parece que la interpretación que proponen del pensamiento del autor vienés, o bien no contempla la base religiosa que creo que indiscutiblemente lo sostiene, o bien la contemplan distorsionándola.

Intentaré expresarme lo mejor y más concisamente que pueda, pese al peligro que eso supone de caer en un cierto "impresionismo" equívoco. Al filo de estas observaciones aparentemente deshilachadas, me parece que conseguiré ofrecer al lector una primerísima introducción al conocimiento de Wittgenstein, que puede añadirse a los actos organizados el pasado mes de noviembre por la Facultad de Filosofía de la Universidad Ramon Llull en ocasión del cincuenta aniversario de la muerte del pensador austríaco -invito a las personas interesadas a leer los sustanciosos materiales
publicados en el último número de "Comprendre. Revista Catalana de Filosofia", III (2001/2), cuidadosamente presentados por Joan Ordi.

Tesis interpretativa propuesta

Alguien ha dicho que "en el siglo XX todo es teología, excepto lo que hacen los teólogos". Probablemente esta frase resulta un poco exagerada, como pasa con la mayor parte de las de su clase, pues pretender circunscribir con muy pocas palabras la sustancia de una época entera y necesariamente multiforme, necesariamente lleva a simplificar. Que todo sea teología, seguramente no deja de ser una "boutade"; pero es preciso tomarse seriamente el hecho de que la sentencia se refería, me temo, no sólo a la obra cultural "humanística" (filosofía, literatura...), sino también a los acontecimientos históricos, científicos y de todo otro tipo con que nos ha regalado el siglo que acaba de dejarnos. Que todo es teología, "excepto lo que hacen los teólogos", seguramente también es una afirmación retórica en la cual no modificaríamos la intención esencial si
sustituyéramos el artículo determinado "los" por el giro "una buena parte de los" o por el indeterminado "algunos". En cualquier caso, la frase creo que puede y debe ser considerada y repensada con una cierta atención.

La obra de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) en su conjunto, precisamente, creo que resulta un ejemplo casi perfecto del exacto sentido histórico y de la magnífica capacidad de percepción espiritual, siempre hablando en términos generales, del autor de aquella sentencia -por eso he empezado con ella. Cuando uno se esfuerza por conocer bien los textos del vienés y por penetrar en sus oscuridades (intelectuales, biográficas...), cada vez resulta más y más evidente que toda la especulación lógico-lingüística de los dos periodos tradicionalmente distinguidos en Wittgenstein ("primer Wittgenstein", el del Tractatus logico-philosophicus, de 1918 a 1929 aproximadamente; "segundo Wittgenstein", el de las Investigaciones filosóficas, de 1929 a 1951) descansa sobre la base siguiente, que exponemos escalonadamente a continuación: el punto que unifica el pensar de Wittgenstein en sus diferentes (de acuerdo con criterios legítimos, pero parciales) épocas, o sea, a lo largo de toda su evolución personal y filosófica, es, como él mismo dejó escrito (expresamente para el Tractatus, cuando menos), la intención ética. Ésta, sin embargo, y como también el propio Wittgenstein hace manifiesto en diversos lugares, es estrictamente, y en sentido propio, una intención "sobrenatural". Ética, estética, metafísica, lógica (trascendental), religión, etc., es decir, todos aquellos ámbitos en que el hombre se juega, mejor o peor, lo esencial, son, en el lenguaje del Tractatus, lo "mismo", sin que una tal determinación excluya la posibilidad de la distinción; pero el primado entre ellos lo posee la forma específicamente religiosa de articulación entre el hombre, su pensamiento y su lenguaje, y el "sentido de la vida".

De eso da pruebas fehacientes, en lo que concierne a su validez respecto de Wittgenstein, el cuadríptico de diarios y cuadernos de anotaciones hasta ahora publicados y traducidos al español: el Diario filosófico, 1914-1916 (Barcelona, Ariel, 1982), los Diarios secretos de la misma época (Madrid, Alianza, 1991, 1998, 2000), las anotaciones editadas en alemán con el título de Vermischte Bemerkungen y recientemente publicadas en España (por segunda vez, sin embargo me parece que ahora mejor) con el de Aforismos: cultura y valor (Madrid, Espasar Calpe, 1995), que reproduce el de la primera edición inglesa (bilingüe) de estos apuntes, y por fin los diarios de los años treinta (1930-1932/1936-1937), editados en español (Valencia, Pretextos, 2000) con el título Movimientos del pensar, magníficamente (y delicadamente) anotados por Ilse Somavilla (sólo me faltaría que la edición fuera bilingüe, como sucede "tradicionalmente" en muchas de las publicaciones de la obra wittgensteiniana). Podríamos citar muchos pasajes de estos escritos con el objetivo de mostrar lo evidente frente a lecturas como las mencionadas al principio. Podríamos añadir seguramente, y entre otros, textos contundentes de la correspondencia de nuestro autor.

Las ambigüedades, por tanto, no se encuentran en Wittgenstein, sino en los ojos de algunos de sus lectores: la unidad de su pensamiento es, sobre todo, la que le da una intención que difícilmente uno puede ahorrarse el calificarla de "religiosa"; y que difícilmente tendría que evitarse el hacerlo sin complejos y sin tibiezas, pues la dimensión "religiosa" del pensamiento de Wittgenstein, de acuerdo con sus propios testimonios escritos, no tiene nada de analógica o de metafórica: lo es, religiosa, en el sentido más propio y riguroso que sea posible establecer.

Es más, y con eso llego al fondo de la cuestión y de la tesis que aquí quería formular y dejar cristalinamente establecida (aunque haga falta mucho más para defenderla "quoad nos" con toda la solvencia "académica" debida al caso, a pesar de que pueda parecernos "in se" evidente en atención a los textos del autor de las Investigaciones): el punto que unifica el pensar de Wittgenstein a lo largo de toda su evolución personal y especulativa, es una intención religiosa "abiertamente confesional", es decir, expresamente cristiana. "Altera quaestio" es la de la adscripción eclesial "intracristiana" de la fe de Wittgenstein que, en el caso que pudiera ser determinada, probablemente nos encontraríamos que es mucho más próxima a ciertas formulaciones del protestantismo (por aquello de su "negativismo" y de su indiscutible inclinación hacia una austeridad simbólica extrema) que no a las articulaciones jurídico-racionales del dogma más propias del catolicismo romano en que fue bautizado.

En cualquier caso, hacer una primera formulación de la tesis como la que acabamos de proponer, debo confesar que no creo realmente que implique ninguna especial originalidad. Basta con leer los textos y tener el coraje de coger el problema "por los cuernos" -que es lo que mucho me temo que la actual devastación tiende a hacer difícil o incluso imposible para algunos. Hasta me atrevo a afirmar que resulta sorprendente la facilidad y la alegría con que es pasada normalmente por alto. La seriedad y la contundencia con las que Wittgenstein afirma y hace suyas las verdades dogmáticas fundamentales del cristianismo, llegando a hacer plegaria con ellas en sentido estricto, sólo pueden ser obviadas y desviadas hacia formas más "amables" y "ecuménicas" de "vivencia religiosa" (como las que se esconden bajo expresiones tan "sugerentes" como las de "mística laica" o "entre el ateísmo y la fe") en virtud de las actuales modalidades de la debilidad intelectual.

Observaciones complementarias a la tesis formulada

Si me permiten, lo diré en términos más generales: sé, o me parece saber, o me parece relativamente complejo pero posible determinar, lo que es o significa ser cristiano, judío, musulmán, budista, hindú, agnóstico o ateo. También sé, o me parece saber..., que, al determinar los principios de estas posibles "maneras de ser", todavía no se ha dicho nada sobre las ambiguas realizaciones concretas en que generalmente toman cuerpo en la vida de los hombres efectivamente existentes. Expresiones como aquéllas, sin embargo, nos quieren hacer creer por razones discutibles (o sin razones) que lo mejor para la comprensión de Wittgenstein y "para el diálogo" es empezar introduciendo la confusión en las propias declaraciones de principios, cosa que considero, sinceramente, el colmo de la ingenuidad o de la mala fe.

El diálogo lo creo factible e incluso deseable; pero fórmulas como las mencionadas más arriba, o de otros que llegan a hacer suyas personas de alguna responsabilidad en el "mundo religioso", las considero simplemente, o bien, y en el mejor de los casos, muestras de un cierto tipo de sincretismo muy común en otras épocas (aunque, en versiones tan pobres y desfallecientes, sólo corresponden a siglos como el nuestro, particularmente generosos en la exhibición -fíjense que no digo "en la posesión"- de la miseria espiritual a todos los niveles); o bien, en el otro caso, es decir, en el peor, sólo me es posible interpretarlas como expresión de una voluntad muy precisa: la de anular el hecho religioso, particularmente el cristiano, en toda su potencia existencial y cultural. ¿Qué medio sería mejor para esta empresa que ciertas afirmaciones empalagosas, hechas en la tribuna pública mientras se parpadea con afectación, y que sólo pueden engañar a algunos ingenuos por el hecho de usar terminología "teológica", aparentemente no sólo sin intenciones hostiles, sino incluso con el deseo de contribuir al
famosísimo "retorno de lo sagrado"?

Conste que todo lo que aquí acabo de decir, por más agresivo que pueda parecer el tono, no es nada que tenga que ver primariamente con el hecho de ser creyente o de no serlo, de ser, querer o poder ser filósofo o teólogo o las dos cosas, etc. Se trata simplemente y originariamente, en particular por lo que concierne al "caso Wittgenstein", de leer lo que
dice un autor y, cuando lo dice con la claridad suficiente, reflejarlo con el máximo de objetividad posible.

Textos de carácter religioso como los que aparecen a lo largo de toda la trayectoria vital de Wittgenstein (recordar el "cuadríptico" de diarios antes mencionado, que corresponden a prácticamente todos los momentos de la existencia de Wittgenstein), sólo pueden ser pasados por alto o, peor todavía, entendidos y reinterpretados como testimonios de una religiosidad sustancialmente difusa y condenada "eo ipso" al comparatismo más obtuso y simplificador, en virtud de la estupidez o de la mala voluntad de sus defensores.

No me meto ahora tampoco con eso en el problema ya introducido de la no claridad de la adscripción eclesial de Wittgenstein, como tampoco en el de su "íntegra ortodoxia" desde el punto de vista de las iglesias positivas o en el de sus también frecuentes capítulos vitales de duda y desesperación; tengo suficiente con constatar, en lo que concierne a éstos últimos, que son habituales en la mayor parte de los creyentes y de los no creyentes -"entre el ateísmo y la fe", así, en general, es algo que sirve para caracterizar la vida religiosa de cualquier hombre, desde el más piadoso de los obispos hasta el más ateo de los "ilustrados"-.

Y en lo que concierne a la cuestión de la ortodoxia, que Wittgenstein profesa con una claridad, una conciencia plena y una belleza que ya querrían para sí muchos de los teólogos actuales, el núcleo básico de la fe cristiana tradicional (que Jesús es Cristo, Dios y hombre verdadero), respecto del cual los demás "dogmas", sin menospreciarlos en absoluto, no son más, sin embargo, que desarrollos complementarios (explicitaciones) sin los cuales aquel núcleo no estaría completo, pero que se distinguen de él de alguna manera.

Tarea pendiente

Acabo. Los trabajos de limpieza emprendidos en las consideraciones precedentes, aunque puedan ser suficientes para aquél que buscaba quizás una primera indicación que le permitiera introducirse en el pensamiento wittgensteiniano, no pueden sustituir las tareas que todavía son necesarias desde un punto de vista científico. En efecto, quedan cuando menos tres complejas investigaciones sin las cuales todo lo que hasta ahora se ha dicho permanecería en la "abstracción":

a) En primer lugar, detallar la prueba textual de la tesis, es decir, documentarla concretamente, refiriendo todos y cada uno de sus momentos a los pasajes del "corpus" wittgensteiniano que correspondan. La primera formulación de la tesis podrá alcanzar así una más completa y orgánica articulación de todos sus aspectos.

b) En segundo lugar, confrontar la interpretación global del autor que la formulación definitiva de la tesis explicitará, con las principales lecturas de Wittgenstein que hasta este momento han dominado el mundo de la investigación de la obra del vienés.

c) En tercer lugar, hacer el esfuerzo imposible, sabiendo que lo es en un cierto sentido, de explicitar también la articulación entre la experiencia religiosa (cristiana) unificadora y los diversos motivos pertenecientes a las distintas reelaboraciones del pensamiento filosófico de Wittgenstein (Tractatus, Investigaciones), en las cuales aquélla se encubre y al mismo tiempo se expresa. Es preciso hacer este esfuerzo, cuando menos, con respecto a alguna de sus épocas y obras más logradas y destacadas.

Y digo que esta tarea tiene algo de imposible porque es lo que el propio Wittgenstein no hizo nunca, y no lo hizo porque lo consideraba imposible. Sólo reproduciendo el camino del mismo autor será factible conseguir quizás una provisional aproximación a la manera en que conectan (o no conectan) sus especulaciones lógico-filosóficas con la mencionada "experiencia trascendental", a las razones por las cuales Wittgenstein consideró imposible explicitar estos vínculos y al problema de en qué medida tenía (o no tenía) razones para creerlo .

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