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Cultura de la vida
La semana pasada ocurrió algo importante en EE UU: la Cámara de Representantes aprobó, por holgada mayoría, la prohibición del llamado aborto por nacimiento parcial, modalidad de aborto de segundo y, sobre todo, de tercer trimestre, que consiste en dilatar el cuello del útero de la madre, manipular al feto para que nazca de pie y, cuando sólo queda la cabeza por salir al exterior, hundirle un punzón en la nuca, e introducir en el agujero una cánula conectada a una aspiradora que le succiona el cerebro. El Senado ya había aprobado la prohibición de esta práctica salvaje, aunque con expresión de su apoyo a la sentencia del Tribunal Supremo en el caso Roe vs. Wade, que en 1973 declaró constitucional cualquier tipo de aborto en cualquier circunstancia.
Ahora se reunirá una comisión para armonizar los términos en que la prohibición del aborto por nacimiento parcial se ha llevado a cabo en cada una de las dos Cámaras. Los patrocinadores de la nueva ley confían en que se suprima esta manifestación senatorial de apoyo a la sentencia de 1973. El presidente Bush ya ha anunciado que, una vez la ley lista, la firmará. Este anuncio tiene sentido, porque en la segunda legislatura de Clinton también Senado y Cámara de Representantes aprobaron la prohibición, pero el presidente dijo que ejercería su prerrogativa de veto si las dos Cámaras no la aprobaban por dos tercios de votos favorables. La Cámara Baja lo logró, pero en el Senado faltaron tres votos para los dos tercios, y Clinton, efectivamente, la vetó.
La cuestión del aborto provocado nunca ha sido pacífica en EE UU. Desde la célebre sentencia mencionada, el debate ha sido siempre, día tras día, vivo, activo, apasionado. Los pro-life y los pro-choice han protagonizado un enfrentamiento permanente. Hace pocos años la tensión alcanzó las cotas más altas cuando se tuvo conocimiento público de que algunos médicos practicaban el aborto por nacimiento parcial. El escándalo fue enorme, y el médico acusado se defendió diciendo que no comprendía por qué tanto ruido si llevaba años haciendo lo mismo y si, al fin y al cabo, no hay diferencia conceptual entre unos abortos y otros. El médico tenía razón, pero el conocimiento de un método tan brutalmente agresivo para la sensibilidad común, en una época en que todo se mueve por estímulos sentimentales, no hizo sino aumentar el escándalo y el espanto colectivo que sacudió a los americanos, que se preguntaban qué clase de sociedad homicida estaban construyendo.
Cuando la ley prohibitiva de esta modalidad de aborto entre en vigor será cuando, de verdad, empiece la batalla por la vida en EE UU. Las organizaciones abortistas saben que, en efecto, no hay diferencia conceptual entre los abortos, y que unas formas más carniceras que otras no son sino cuestiones periféricas, que no van al núcleo de la cuestión. Por eso ya han anunciado toda clase de recursos y de iniciativas legales para neutralizar la nueva ley, con la que Bush quiere "construir una cultura de la vida en América".
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