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La Constitución europea

Es incomprensible que la nueva Constitución europea no prevea el reconocimiento de los derechos de los creyentes, incluido el carácter de instituciones de carácter público de las Iglesias. Es una muestra de lo agriamente intolerables que son los laicistas. La religión, consideran, es una cuestión privada y, como tal, no puede reclamar espacios públicos - procesiones que ocupen las calles, acuerdos económicos, conciertos educativos, presencia en medios de comunicación estatales, ayudas para restaurar monumentos que sigan siendo de titularidad eclesial... - . Si las cosas siguen así y el próximo día 20, en la reunión de jefes de Gobierno de la Unión en Atenas, no se modifica el proyecto de Constitución, el panorama con el que se van a enfrentar las religiones en el viejo continente es, ciertamente, sombrío. Se sobrevivirá - e incluso puede que se crezca bajo la persecución - , pero no cabe duda de que la soga puesta en el cuello de los creyentes se irá cerrando poco a poco. Las vueltas de tuerca se darán paulatinamente, para introducir al hombre religioso y al sentimiento religioso en la clandestinidad.

Por eso conviene recordar el grito que Juan Pablo II pronunció en Madrid en 1993, cuando visitó la ciudad para inaugurar la catedral de la Almudena: «¿Salid a la calle! No dejéis que os arrinconen en las sacristías». Porque eso es exactamente lo que quieren hacer: meter a los creyentes en un espacio de privacidad para que nadie sepa que existen, para que se dé la impresión de que han dejado de existir. Es, curiosamente, lo mismo que ha hecho Fidel Castro en Cuba, pero de una manera más fina y sin tanta sangre. Los laicistas y los comunistas coinciden en lo mismo: sólo son tolerantes con los que piensan como ellos. Los demás, o se acomodan o deben desaparecer. Castro los fusila y éstos los condenan al ostracismo. Para que eso no ocurra, debemos rezar y salir a la calle. Estamos vivos y queremos que lo sepan. No tenemos vergüenza de ser cristianos y no queremos escondernos. Tienen que saberlo y tenemos que gritarlo.