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Europa: una Constitución contradictoria

La nueva Constitución europea está lista para ser aprobada. Solamente le falta el trámite de pasar por la reunión de jefes de Estado y Gobierno en octubre próximo. Pero el resultado, al menos hasta ahora, encierra una contradicción extrema que sólo el tiempo y la dinámica social resolverán.

Por una parte, todo el texto articulado establece unos contenidos que en gran medida nacen de la continuidad con la concepción cristiana, no sólo por el reconocimiento de las iglesias (artículo 51), sino por la mayoría de conceptos que lo conforman: de la subsidiariedad a la democracia participativa, o la forma de abordar la solidaridad.

Esto es una obviedad incuestionable porque era difícil que pudiera ser de otra manera: nuestra cultura, y por ello el sistema jurídico y constitucional, se nutre de fuentes cristianas. Pero al lado de esta realidad se ha manifestado otra totalmente opuesta: la negativa cerrada a que figurara cualquier referencia a dicha aportación cristiana. Para evidenciar tal empecinamiento, basta con recordar la versión inicial del preámbulo, que establecía que "las herencias culturales, religiosas y humanistas de Europa" son las "civilizaciones helénica y romana" y "las corrientes filosóficas de la Luz" (un concepto muy de logia y mandil, y mucho más excluyente que la omnicompresiva "modernidad"). Sólo eso, nada más, como si entre los siglos II y III y los "luminosos" franceses del XVIII no hubiera existido nada.

Naturalmente la realidad es otra. Entre el edicto de Galiano en el año 260 y la intervención del Papa Juan Pablo II contra la guerra de Iraq hay una obvia e insustituible aportación cristiana, como religión y también como cultura, como fuente de moral, de derecho y de concepción de las artes. Es incuestionable que Grecia, Roma y el pensamiento ilustrado están en la herencia europea, pero también lo es que el cimiento que une todo ello a lo largo del tiempo es el cristianismo, sin el que la modernidad resulta inimaginable. Y quien dude de tamaña evidencia sólo tiene que observar las sociedades islámicas. Si la tarea del señor Giscard es posible, es porque antes unos cristianos no sólo ellos pero sí fundamentalmente ellos, que son Schuman, Monet, De Gasperi y Adenauer, reconciliaron Europa y construyeron los fundamentos de la Unión con la CECA y el Mercado Común. Por la evidencia de estos hechos y por la oleada de protestas que se desencadenaron, se ha redactado un nuevo preámbulo, del que desaparece toda referencia concreta: ni helenos, ni romanos, ni filósofos de la Luz; solamente reconocimiento genérico a las aportaciones religiosas (culturales y humanas).

Pero este apaño no es una solución de compromiso, sino una manifestación de la impotencia para reconocer la realidad y por tanto la verdad. De ahí la contradicción.

La fuente principal, lo cristiano, que alimenta el contenido constitucional está censurada. Mal podrá ser la nueva Constitución un instrumento que una a los europeos si nace marcada con el prejuicio ideológico. Mal podrá ser un punto de referencia tolerante para un mundo en conflicto si los cristianos somos objeto de tamaña intolerancia. ¡Con lo sencillo que era aprovechar la ocasión para reconocernos todos, creyentes y no creyentes de

todo tipo y condición! A los cristianos no nos importan las referencias a otras formas de pensar. ¿Tan difícil era que todos correspondieran con la misma moneda? ¡Ah! Y el artículo 2 señala la tolerancia como uno de los valores fundamentales de la Unión. ¡De coña!

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=1813 el 2003-06-26 16:20:45