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¿Excesiva originalidad?
He tropezado un par de veces, al intentar explicarme la escasa comprensión de algunas creaciones españolas -por lo pronto y habitualmente fuera de España, ahora también dentro de ella-, con una extraña idea, a la que me he resistido por su carácter paradójico, pero que cada vez me parece más evidente. ¿No será que algunas formas de la cultura española son excesivamente originales?
Debo adelantar que mi entusiasmo por la originalidad es muy limitado. Creo que el afán de ella, que brotó en toda Europa en la segunda mitad del siglo pasado, ha sido devastadora. Tradicionalmente, los "creadores" hacían sus obras dentro de géneros y estilos que "estaban ahí", que eran vigentes. Procuraban que el resultado tuviese belleza o verdad, según los géneros correspondientes al arte, la literatura, la filosofía o la ciencia. Si estas obras eran auténticas, si brotaban del fondo de sus autores, de su perspectiva personal y única, "resultaban" originales, sin proponérselo especialmente. Entre 1860 y 1880 se difundió la voluntad de originalidad a cualquier precio: se buscaba hacer algo nuevo, "otra cosa". Las consecuencias están a la vista, y somos muchos los que nos preguntamos con zozobra qué proporción podrá quedar de lo que se ha hecho, con gran aparato y aplauso, desde entonces.
Se dirá que la originalidad llama la atención, provoca comentarios, aun a riesgo de que más adelante se disipe. Sí, pero es la originalidad expresa, acompañada de aspavientos. En el caso del pensamiento, la que se deja reducir a fórmulas que se pueden repetir y aplicar automáticamente el marxismo y el freudismo son buenos ejemplos-. Si la originalidad es "de hecho" y no se proclama como tal, si consiste en una manera nueva y personal de mirar las cosas, que se contenta con eso y no insiste ni pone rótulos, lo más probable es que no se advierta.
Para poner un ejemplo que no es de nuestro tiempo, pero particularmente iluminador, piénsese en Cervantes, sobre todo, claro es, en el "Quijote". No cabe originalidad mayor; al cabo de casi cuatro siglos, seguimos descubriéndola, y parece inagotable. Es evidente que no se la vio, o muy poco. Tuvo éxito, admiración, una dosis considerable aunque asombrosamente insuficiente- de "reconocimiento". Pero baste señalar que no "siguió" al "Quijote" la novela que había descubierto, la manera de ver y narrar la vida humana que por primera vez apareció entre 1605 y 1615. Las primeras "consecuencias" hay que buscarlas en los novelistas ingleses de fines del siglo XVIII, y hay que ver la distancia a que están de Cervantes.
En épocas más cercanas a nosotros, la originalidad española no ha sido demasiada, y habría que preguntarse en serio por las causas de ello. Goya es la gran excepción, pero era un pintor, no usaba conceptos ni había que traducirlo. La originalidad de Galdós, que era mucha, no se vio, ni apenas se ha acabado por ver.
En nuestro siglo, desde la generación del 98, y digo "desde", se ha producido una originalidad muy considerable, que se ha visto en contadas ocasiones, y acaso en las que a la larga son menos interesantes La razón es que la originalidad se percibe "dentro de un supuesto"; se ve la novedad que se destaca sobre un fondo conocido y con el cual se cuenta. Si la originalidad es más amplia, si se extiende al género, al estilo, a los supuestos que se dan por consabidos, la atención se desorienta, se hace borrosa, no se da cuenta de en qué consiste la innovación.
Cuando cierta forma de cultura tiene sólida vigencia y es bien conocida, cuando se posee el torso de ella, lo que es nuevo resulta claro, es comprendido y estimado. Este ha sido el caso de la literatura francesa, y en grado algo menor de la inglesa, en el siglo XIX y en el nuestro; y también de la filosofía alemana del mismo tiempo. No era difícil percibir lo que añadía Flaubert -Stendhal llegó demasiado pronto y no fue bien comprendido-; o Baudelaire, o Mallarmé, o Proust. Se reconoció la aportación de Lawrence o Huxley, pero no la de C.S. Lewis. Por supuesto se percibió lo que significaban Hegel o Nietzsche, Husserl o Heidegger, sobre el torso de una tradición cuya estructura interna era poseída con precisión.
Hay casos desfavorables, y uno de ellos es la situación de la cultura española de nuestro tiempo: cuando no se espera lo inesperado, es improbable que se lo vea si aparece. Esto ocurrió desde el siglo XVIII, con una interrupción en la época romántica, que pasó pronto -Galdós lo percibió perspicazmente-. Cuando florecieron los autores del 98, apenas se contaba con que de España llegase nada nuevo ni interesante. Y cuando hubiera sido posible que se desarrollara la percepción, estimulada por la esperanza, como sucedió después de 1920, poco después sobrevino la guerra civil, y entonces se decretó que en España "no podía haber" nada interesante, valioso, no digamos original.
Pero lo que me interesa señalar es que la originalidad que ha germinado en España en este siglo ha sido de la variedad que no suele verse. Responde a un cambio profundo de actitud, a una necesidad de entrar en ultimas cuentas con uno mismo, de descender al fondo de la propia persona y -no se olvide- de la realidad a la que se pertenece, de la cual está uno hecho. Si se olvida esto, ¿se puede entender a Unamuno, a Azorín, a Antonio Machado, a Menéndez Pidal, a Ortega, a Ramón Gómez de la Serna, a tantos más?
Sin grandes gestos, sin aspavientos, sin fórmulas que se puedan repetir incansablemente y aplicarse en hueco, con formas nuevas de sensibilidad, un conocimiento preciso de las realidades, una imperiosa necesidad de llegar a la raíz de los problemas y justificar lo que se ha visto, se han ensayado en España "maneras nuevas de ver las cosas", casi siempre pasadas por alto. Y esto significa, si no me equivoco, una pérdida considerable para los que con ellas se podrían haber enriquecido. O quizá se podrían enriquecer.
Lo verdaderamente nuevo, lo "original" en un sentido inquietante de la palabra, es que esta falta de percepción afecta a España misma, y en un grado asombroso. Son pocos los que poseen aceptablemente la realidad española; las vicisitudes de la educación pública desde la guerra civil son responsables de esto en buena medida; la politización ha sido otro factor decisivo.
Pero hay otros. Uno de ellos es la pereza, con la cual casi nunca se cuenta. Si no se posee la cultura actual, lo más cómodo es darla por inexistente. Y puede haber un elemento de rencor y envidia: si no se ha participado en su creación, se la ve como algo "ajeno", por monstruoso que esto sea, y se prefiere volverle la espalda. Pero esto seria inexplicable si se piensa en los jóvenes, que están a tiempo de enterarse, de poseer lo que es su patrimonio, de integrarse con lo que les pertenece. En ello va la posibilidad de que lleguen a ser originales en ese sentido que me parece el más valioso, fecundo y ¿por qué no decirlo?, elegante.
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