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El destino del libro

Cuando llega la Feria del Libro, se reflexiona sobre él, su función, sus posibilidades. Se hacen balances y, sobre todo, estadísticas. Ahora se multiplican acerca de casi todo -con excepción de las cosas interesantes-, casi siempre con tal irresponsabilidad que se están convirtiendo en un factor capital de desorientación.

Cada vez se publican más libros, y una altísima proporción de ellos parece inverosímil. Pero siempre ha ocurrido así: desde mi niñez he sido infatigable indagador de las librerías de viejo o de lance, que son las más interesantes, y me ha asombrado el hecho de que en todas las épocas se han escrito, y lo que es más, impreso, tantos libros absurdos. Al lado de esto, en estas librerías se descubre lo que ha sido en diversos tiempos la cultura real de un país, y esto me ha llevado a tener de la historia de España una idea más atractiva que la dominante.

Por lo demás, en ella está el depósito de la cultura, la consistencia real de un país, que no se agota, ni mucho menos, en las novedades. Mi preocupación creciente por lo que he llamado "decadencia evitable" tiene uno de sus motivos en la tendencia actual a que los libros no duren ni permanezcan, sino que se publiquen, vendan -acaso se lean- y desaparezcan. Si esta propensión continúa, será muy difícil evitar la decadencia. Y si se miran las estadísticas de venta de algunos libros, precisamente aquellos que alcanzan cifras astronómicas, es difícil eludir el pesimismo; a menos que se piense que es un fenómeno superficial, efímero y sin importancia, como lo que sucede con la gran mayoría de los programas de televisión, que son muestras de una patología colectiva, cuya única atenuante es ser "inducida" y a última hora falsa.

Llevo muchos años reflexionando sobre lo que hubiera sido la historia de la humanidad si lo que se ha conseguido en nuestro tiempo -la fijación de los sonidos y por tanto de la palabra- hubiera sido posible en épocas remotas. Fue menester convertir lo motor y auditivo en algo visual -la escritura- para conservar el decir humano, transformándolo en algo bien distinto. "Verba volant, scripta manent". Ahora las palabras no vuelan, sino que permanecen, se archivan, repiten, a veces se usan como proyectiles. Con la escritura, lo sucesivo y fugaz se convierte en algo visual, sinóptico y permanente. Este colosal "azar" histórico -tan colosal que no se puede ver como un azar- es la causa de la existencia del libro.

La imagen, la electrónica, todas las técnicas actuales pronostican la decadencia del libro; si se trata del libro como instrumento, repertorio de datos, fuente de información, sin duda puede ser así, y no hay por qué lamentarlo. Pero hay otro libro: aquel cuyo destino es ser "leído", no hojeado o consultado. Algo en que se "entra", permanece, habita. Se lee de una "sentada", o con interrupciones, pero en continuidad: se "vuelve" al libro, que nos espera. Ello supone sosiego, holgura, lo que los griegos llamaban "skholé" (de donde viene escuela) y los latinos "otium"; en suma, la posibilidad humana de "quedarse".

Quedarse ¿dónde? En uno mismo, lo que expresa la maravillosa palabra española "ensimismarse". Y en la lectura, se queda uno ensimismado con otra persona, el autor. Quevedo escribió:

Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos

Y todavía añade estos dos admirables versos:

Y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos

Una maravillosa compañía que no quita la soledad; un diálogo silencioso; una extraña amistad con los vivientes lejanos, acaso desconocidos, que no se interrumpe cuando mueren y que nace con los muertos hace siglos.

Hay una función humana para la que el libro en su sentido más estricto es esencial: el pensamiento. Se trata de fijarse en las cosas, avanzar, parar y volver, en perspectivas nuevas, no aisladas sino que se suman, anticipan, recuerdan, entrelazan. Es la forma de lo que se llama sistema, la posibilidad de fundamentación y justificación. El libro realiza la continuidad de un pensamiento que no se detiene, que va y viene, y por eso la creación del verdadero pensamiento exige escribir libros. En el libro se puede "morar" porque tiene una estructura temporal y sucesiva, como la vida; y es camino o método.

El que intenta pensar en el sentido radical del término, el de la "teoría", se da cuenta de que en rigor no lo hace hasta que puede "escribir" eso que había pensado sin último rigor; y cuando quiere poseer la estructura plena de ello, diríamos su interna arquitectura, no tiene más remedio que emprender la construcción de un libro, que tendrá que cumplir las condiciones requeridas por aquella forma de pensamiento.

En otras dimensiones de la vida, el libro es igualmente insustituible. Es necesario para conservar y salvar la continuidad histórica, algo que se ha perdido en inquietante proporción, porque la fragmentación anula el conocimiento. La historia es razón, porque descubre la conexión de los acontecimientos, y es la única manera de que el hombre sepa donde está.

Y si se trata de la imagen de la vida humana, de lo que aporta la ficción, necesaria desde los comienzos de la humanidad, se ve que su forma plena, la novela, reclama la realización en forma de libro. La unidad de la narración crea el ámbito de vidas humanas en las que el lector penetra y, lo que es más, permanece; entra en su mundo, convive con los personajes, los acompaña en largas trayectorias; es decir, no solo conoce, sino que "asiste" a sus vidas. Nada de esto es posible sin el libro, nada lo puede sustituir.

Pero hay que preguntarse qué es el libro, porque no se trata de un conjunto de hojas reunidas, sino de una delicada construcción que depende de su asunto, de su finalidad, del público al que está destinado. La historia de los géneros literarios es algo apasionante y con demasiada frecuencia olvidado. ¿Por qué la filosofía ha acertado en unas épocas y ha fracasado en otras? ¿Por qué la novela del siglo XIX encontró tantas veces su camino, y después ha vacilado con tanta frecuencia? El peligro de "degenerar", de faltar a las condiciones del género adecuado, es constante.

El libro tiene que ser abarcable y transitable. Tiene que poder ser efectivamente leído, no solo hojeado, consultado; el libro que se da por leído es un fracaso. Y, sobre todo en el libro teórico, de pensamiento, es esencial que se pueda volver atrás, releer, porque en él no se entiende del todo la primera página hasta que se ha llegado a la última, y hay que volver a tomar posesión de lo que sólo se había vislumbrado. No es fácil escribir verdaderos libros; ni siquiera leerlos.

Ahora en...

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